Humano, demasiado humano - Semanario Brecha
A sus 89 años, murió el expresidente José Mujica

Humano, demasiado humano

Magdalena Gutiérrez

Mis inicios en la vida política parlamentaria están inevitablemente unidos a la figura de José Mujica. No solo a la de él, claro, pero fue a través del Espacio 609 que me involucré por primera vez en una lista, fui elegida por ella y me transformé en legisladora. Previamente, en el año 2007, Mujica había propuesto mi nombre para la presidencia del Frente Amplio (FA). No nos conocíamos entonces. Así que fue a partir de su iniciativa que mi pasaje de la academia a la política se produjo. Hago estas aclaraciones al principio para que se sepa desde dónde escribo y cuán unida está una parte de mi vida y mis elecciones a su figura. El texto estará centrado en ese especial período que compartimos: desde su campaña a la presidencia hasta el fin de su gobierno.

Hace más de 20 años, una revista entrevistaba a Herbert José Betinho de Souza, el ideólogo intelectual y práctico de lo que luego sería la campaña Fome Zero en Brasil. «Usted es un símbolo», le decía el entrevistado. Y Betinho, enfermo de un sida contraído por las transfusiones que su hemofilia requería y pesando menos de 40 quilos, contestaba con simpatía: «Voy quedando como un símbolo, ya no me queda mucho más que eso».1 A diferencia de Betinho, Mujica se transformó en símbolo, pero siendo un cuerpo sintiente y doliente en la larga trayectoria de la izquierda uruguaya. Más que símbolo fue humano, demasiado humano. Y es su larga historicidad –y no solo su único y original talante político– la que lo transformó en un símbolo de la izquierda uruguaya.

Entró a la política por el Partido Nacional en una generación en la que los partidos tradicionales definían el alcance y los límites de lo político; luego se transformó en guerrillero en la época en que se sudaba rebeldía armada al calor de la triunfante revolución cubana; fue un preso emblemático de las prolongadas cárceles y de la tortura que caracterizaron la dictadura uruguaya; se convirtió en un ícono de la reconversión de la izquierda armada dentro del FA; llegó a la presidencia y se catapultó como el líder político uruguayo más conocido fuera de fronteras. Todo ese recorrido, ni más ni menos. Y fue su larga, larguísima vida la que le permitió transitar de una generación a otra –siempre desde la figura del «viejo»– y adaptar discursos, ideas y gestos. Una capacidad camaleónica que pocos políticos poseen, porque, como bien dice Maquiavelo, «prospera todo el que procede conforme a la condición de los tiempos y se pierde el que hace lo contrario».

Su ascenso está inextricablemente unido a los tiempos de la democracia plebeya en América Latina y a una profusa estirpe de dirigentes muy representativos de las clases populares: Luiz Inácio Lula da Silva, Hugo Chávez, Evo Morales, Fernando Lugo. Mujica hizo parte de esta nueva especie de políticos que simbolizaron una época, una aspiración y un proyecto posible después del fracaso de la vía democrática al socialismo en Chile. Ellos fueron los que protagonizaron el «giro a la izquierda» en la América Latina de la primera década y media del siglo XXI. Y si bien no hicieron el socialismo en sentido estricto (el «socialismo del siglo XXI» de Chávez no avanzó demasiado ni en la teoría ni en la práctica), generaron transformaciones democráticas significativas, recuperaron el rol y la dignidad del Estado, ampliaron la agenda de derechos para los más pobres, las mujeres, los trabajadores, los indígenas, y produjeron una reducción de la desigualdad y la pobreza que la región no conocía desde los empujes nacionalistas y redistributivistas de los años cincuenta.

Mujica fue, además, el líder emergente de un FA que había cambiado sus bases de sustento político. Este partido –nacido y criado en las clases medias y los sectores populares organizados de Montevideo y el área metropolitana– comenzó a irradiar hacia los barrios más populares a partir de la experiencia del gobierno departamental de los noventa. Recuerdo haber escrito varios artículos sobre la relación entre voto y clase a propósito de este cambio. En Montevideo era clarísimo: el voto en la costa de Montevideo se iba volviendo cada vez más conservador y el FA densificaba electorado hacia la zona norte y oeste. No era solo un fenómeno uruguayo, ya que Lula y el Partido de los Trabajadores experimentarían el mismo corrimiento (que en el caso de Brasil es del sur hacia el norte), y lo mismo sucedería un poco más tarde en Bolivia. A medida que los más pobres abrazaban el proyecto «popular» de las izquierdas, las clases medias le iban sacando la alfombra de debajo de los pies. Mujica es el emergente de esa transición de clase del FA –a la que estamos hoy tan acostumbrados– por más que su discurso inicial fuera dirigido especialmente a las clases medias.

Pero antes de que Mujica fuera este símbolo (o este personaje), en aquella reñida elección de 2009 fue definido por muchos analistas como un «candidato de riesgo», frente al de la estabilidad y las certezas –Danilo Astori–, quien, además, era el elegido de Tabaré Vázquez para dar continuidad a su gobierno. Las advertencias sobre una polarización del FA se hacían sentir en esos años, y la derecha política, especialmente protagonizada por Julio María Sanguinetti, se escandalizaba ante la posibilidad de que Mujica fuera presidente. Por más que ganó holgadamente, tuvo un gobierno fiscalizado de principio a fin. Como el candidato «débil» que había sido (por el recelo de buena parte del FA hacia él y por el desprecio de la mayor parte del resto del establishment político conservador), Mujica innovó en un aspecto sustancial del reparto de gobierno: formó un gabinete con singular respeto por los equilibrios sectoriales del FA, a diferencia de Tabaré, que había nombrado un gabinete de los «suyos». Igualmente, se le reprochó hasta el cansancio la poca índole «técnica» de sus nombramientos, aunque los hechos indican lo contrario.

Su gobierno no tuvo impronta propia en materia económica (nunca hubo dos equipos económicos, como se sigue diciendo), pero gozó de importantes ventajas que permitieron controlar la política agropecuaria, las empresas públicas, la política social y la exterior. La primera ventaja relevante fue que el país creció, en todo el período, a una tasa promedio del 4,5 por ciento. En consonancia, tuvo margen de maniobra para innovar. Aumentó los fondos para el desarrollo económico del interior (lo que le permitió cosechar apoyos del empresariado rural), tomó de los arroceros «emprendedores» a su ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca e impulsó una política de inversión en minería, puertos y celulosa que le trajo amigos y, también, enemigos. Consiguió mantener bajo su control las empresas estatales más importantes y desarrolló, desde allí, un ambicioso plan de inversión pública, al expandir la fibra óptica y celebrar contratos con las principales multinacionales para la explotación de la plataforma marítima y de mineral de hierro. Muchas de las inversiones fueron observadas severamente en el siguiente período (las relativas al petróleo), algunas quedaron en el camino (la minería a cielo abierto), pero otras prosperaron (la telefónica, la energética) y permitieron a Uruguay enfrentar los problemas logísticos y energéticos que el crecimiento económico sostenido trajo consigo.

Finalmente, Mujica hizo algunas innovaciones en política social: creó un ambicioso programa para mejorar las condiciones de vivienda de la población más vulnerable (Plan Juntos); aprobó un fondo especial para empresas recuperadas, gestionadas por los trabajadores (Fondo de Desarrollo, conocido como Fondes); aumentó la cartera de parcelas del Instituto Nacional de Colonización e intentó desanimar la concentración de la tierra a través de la aprobación de un impuesto (ICIR), declarado inconstitucional por la Suprema Corte de Justicia. Bajo su gobierno se creó una nueva universidad pública, de sesgo tecnológico y radicada en el interior del país –que le valió el apoyo de los gobiernos departamentales fuera de la capital, en su mayoría del Partido Nacional–, y que peligrosamente se sostuvo sin autonomía y cogobierno, lo que sentó un precedente para la construcción de institucionalidad educativa hacia el futuro.

Aunque mucha de la fama del expresidente se logró por los avances en la agenda de derechos, la mayoría no contó con su iniciativa, pero él acompañó. El primer hito de dicha agenda fue la definitiva aprobación de la Ley sobre Interrupción Voluntaria del Embarazo (ley 18.987), sin los votos de la oposición. Mujica denostó muchas veces al «feminismo», al que acusó de ser protagonizado por mujeres «de clase media»,2 pero debido a la reacción dentro del FA al veto interpuesto por Tabaré a la despenalización del aborto, el gobierno se avino a lo que su bancada decidiera. Esta agenda continuó avanzando y luego se aprobó el matrimonio igualitario (leyes 19.075 y 19.119), además de una profusa legislación que amplió derechos para mujeres, disidencias y personas racializadas. Finalmente se impulsó –aquí sí con el apoyo del presidente– la ley de control y regulación de la importación, producción, adquisición, almacenamiento, comercialización y distribución de la marihuana y sus derivados (ley 19.172), que habilitó el uso medicinal y recreativo de esta droga. La iniciativa no solo dio fama a Mujica en el mundo, sino que puso a Uruguay en un destacado lugar en la lucha contra el paradigma prohibicionista de Estados Unidos.

También es destacable la posición del gobierno de Mujica en materia de política exterior. Mantuvo fluidas relaciones con sus vecinos en el marco de la restauración de las relaciones con Argentina, muy deterioradas por el episodio de las papeleras, y participó activamente en la Unasur (Unión de Naciones Suramericanas). Pepe se convirtió en un líder reconocido en el mundo entero, sobresalió por sus emotivos discursos contra el consumismo y a favor de la solidaridad y fraternidad humanas y, especialmente, por su austeridad personal, que le valió el título del «presidente más pobre del mundo».

A pesar de estas ventajas relativas y del control que mantuvo sobre importantes áreas estratégicas del Estado y la economía, el país siguió siendo muy dependiente de la inversión extranjera directa. Mujica predicó bajo el lema de «capitalismo en serio», su verdadera posición en esta materia. Para el socialismo reservó «una vela» (como lo fueron las empresas autogestionadas), pero respecto a los sectores agropecuario, minero y petrolero se pronunció por una estrategia de claro apoyo a la inversión extranjera, que implicó concesiones importantes en cuanto al régimen impositivo al capital transnacional. Incluyó la profundización de la política de zonas francas, la celebración de un acuerdo con la empresa forestal Montes del Plata, de contratos con petroleras y el aterrizaje de la empresa anglo-india Zamin Ferrous para explotar hierro. Respecto de la construcción del puerto de aguas profundas para barcos de gran calado y del impulso de la planta regasificadora de gran porte, apostó a una inversión en clave de región, aunque con magros resultados.

Las principales debilidades de su gobierno remiten a actuaciones (y discursos) en el campo de los derechos humanos, al giro en la política de seguridad pública y al controversial vínculo con las Fuerzas Armadas. La idea de que los padecimientos sufridos en la cárcel se los habían «buscado» al haber protagonizado acciones armadas contra el Estado de derecho, la adopción de Eleuterio Fernández Huidobro como su ministro de Defensa Nacional y el discurso lindero a la teoría de los dos demonios colaboraron en el distanciamiento entre militantes de derechos humanos y el gobierno. La idea del perdón aparecía irreconciliablemente separada de la idea de la justicia, que al decir de Mujica tenía «olor a venganza». Ya Tabaré había dejado correr un proyecto de ley de reparación y había hablado de la lucha de «hermanos contra hermanos», y eso venía a equiparar a las víctimas del terrorismo de Estado con las de «la sedición». Aun así, debe reconocerse a los gobiernos de izquierda el haber avanzado en la búsqueda de los restos, la aplicación del artículo 4 de la ley de caducidad y la configuración de esos delitos como «de lesa humanidad». También debe recordarse que todo esto se hizo siempre a contrapelo del resto del espectro político que eligió y elige tener una actitud de rechazo tibio, visceral o profundo a cualquier revisionismo del llamado pasado reciente.

Otro aspecto controversial fue el tratamiento sobre seguridad pública. El Ministerio del Interior recibió las mayores partidas presupuestales del período, se aprobaron varios proyectos que aumentaron las penas, retacearon libertades, colaboraron notoriamente en el crecimiento de la población carcelaria y colocaron a la «minoridad infractora» en el centro de la discusión. Al final del período, la mayoría de la oposición logró reunir las firmas para celebrar un plebiscito que buscó bajar la edad de imputabilidad penal de 18 a 16 años. Que la iniciativa no prosperara se debió a que buena parte de la izquierda, que se opuso a la agenda de mano dura, se unió a un intenso movimiento de jóvenes a lo largo y ancho del país en la llamada Comisión No a la Baja.

La corporación militar, dada la especial posición del ministro de Defensa, que había renunciado a su banca de senador por estar en desacuerdo con la ley interpretativa de la caducidad de la pretensión punitiva del Estado, de un modo u otro resultó favorecida. Y seis años después habían articulado sus esfuerzos en la creación de un partido político mayoritariamente compuesto por exmilitares y encabezado por el comandante en jefe del Ejército nombrado en su gobierno, Guido Manini Río. El abandono de las propuestas programáticas del FA realizadas en 2008 para devolver a la órbita civil actividades e instituciones que fueron militarizadas durante la dictadura –que no habían sido ratificadas en el Congreso– colaboró en la incursión del Ejército en diversas actividades civiles, con el objetivo de mejorar su imagen, así como en el robustecimiento de las misiones de paz, con los lamentables capítulos de la Unitas primero y la Minustah después.

La vuelta de Tabaré Vázquez como candidato a la presidencia de la república se anunció poco después de la asunción de Mujica. Casi todos los grupos del FA clamaron por su retorno, fueron a buscarlo a su casa (literalmente) y uno de los primeros grupos en apoyarlo fue el del entonces presidente Mujica, quien puso toda su popularidad al servicio de su candidatura. Con esto, el FA hipotecó el desafío de la renovación generacional y volvió a probar la solución «que ya había funcionado una vez», sin darse cuenta, como decía Maquiavelo, de que «había que adecuarse a los tiempos». El gobierno de Mujica con sus luces y sus sombras había dado un gran salto adelante en muchos temas y se requería una renovación generacional y de perspectiva que permitiera seguir avanzando. Pero Mujica no estuvo entonces al servicio de un movimiento de transformación como el que lo había catapultado a él mismo, cinco años antes.

El legado de Mujica seguirá estando asociado a su vida y a su persona, pero él mismo es el resultado de una construcción histórica. Hijo de un tiempo de revoluciones triunfantes, de derrotas sangrientas y de reconstrucciones pacientes, el suyo fue un tiempo en que la propia historia de América Latina marcó a fuego la memoria y la cultura de sus protagonistas. Es parte del legado de una izquierda nacional que desde muchas trincheras distintas –social, sindical, política, cultural– ha contribuido a forjar presidentes humildes, solidaridades compartidas, épicas de algo que se parece al socialismo pero que no se anima a nombrarse… y referentes políticos que, como decía la hermosa canción que lo acompañó en su campaña de 2009, «caminan por la misma calle que vos».

  1. “Brasil: duelo por la muerte de Betinho, líder de luchas sociales”, publicado por la agencia de noticias IPS el 11 de agosto de 1997. ↩︎
  2. En declaraciones vertidas a los periodistas Andrés Danza y Ernesto Tulbovitz, publicadas en el libro Una oveja negra al poder, Mujica expresó: «El 60 por ciento del Plan Juntos son mujeres solas con hijos. ¿Vos creés que apareció una organización feminista? No, esas son todas intelectuales con sirvientas. Y el Frente Amplio tiene el caudal más grande de esas intelectuales insoportables». ↩︎

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