Pato a la naranja, de William Douglas Home y Marc Gilbert Sauvajon, según versión de Juan José de Arteche, dirigida por Hugo Blandamuro, plantea qué puede suceder cuando en una pareja al parecer estable la esposa se enamora de otro hombre con quien decide partir de vacaciones. Jugado por completo al género de comedia elegante –los hijos no se molestan ni en asomarse, no hay obstáculos que estropeen lo que cada uno se propone hacer, todo el mundo dispone de un pasaporte que le permite tomar un avión al siguiente minuto, las damas calzan altísimas plataformas (“son de práticas…”, diría Catita) desde que se levantan–, el texto se apoya en un quinteto de personajes bien diferenciados, mucama entrometida incluida, que cada dos por tres pronuncian alguna frase ingeniosa. A pesar de que la superficialidad del enfoque, por momentos, se contagia de cierto espíritu machista, la fórmula entretiene y hace reír. Para ello cuenta con la agilidad que Blandamuro le confiere a un asunto que dispone de un elenco adecuado, en el que Ariel Caldarelli compone un efectivo tercero en discordia, Silvana Grucci y la recién llegada Melina Gorzy demuestran un afinado sentido de los tiempos teatrales, y Sergio Gorzy da pruebas de bienvenida desenvoltura.
Príncipe entre reinas, de Marcos Suárez, con dirección del mismo Blandamuro, echa una mirada inquisidora a dos parejas –conviene no divulgar quién es quién en la convivencia del cuarteto– cuando una de las chicas confirma estar embarazada. A pesar de que el comienzo del asunto luce algo tramposo, lo que sigue encierra el interés que proporciona la observación de las reacciones no sólo del resto del grupo mencionado sino también de la desprevenida futura abuela de la criatura, si a la misma le da por nacer. El espíritu de la comedia, cabe señalar, más allá de algunas salidas más burlonas de lo esperado, es antidiscriminatorio, un rótulo que aun en los tiempos que corren mucha gente se adjudica sólo de la boca para afuera pero que aquí suena sincero. Rosina Benenati, Juan Gamero, Cristina Cabrera, Laura Barboza y Yoni Kurlender cumplen sus respectivas labores con eficacia, al tiempo que Blandamuro cuida que el ritmo no decaiga.
Fontanarrisa de salón, de Roberto Fontanarrosa, dirigida por Eduardo Cervieri, resulta una especie de irreverente conferencia impartida por el terceto que integran Félix Correa, Carlos Rodríguez y Ariel Caldarelli, a propósito del inagotable arsenal de dichos, recitados, canciones, observaciones y conclusiones que el rosarino desgrana con respecto a las formalidades del mundo que le (nos) rodea. Experto en la tarea –Fontanarrisa de boliche precede al presente trabajo–, Cervieri extrae buen partido de los dichos que pone en boca de sus actores y, en especial, del clima que Correa, Rodríguez y Caldarelli, gente que se conoce bien, consiguen armar ni bien se plantan frente a los espectadores. Voces, gestos, miradas y absoluto dominio de los tiempos teatrales se dan cita en un trío capaz de hacer reír desde que irrumpe en el espacio. Fontanarrosa también.