La zona roja de Maldonado está dormida. Por la calle Durazno una mujer trans rubia me mira con desconfianza. Es alta, de pelo lacio y lleva un top rojo; las siliconas asoman en el escote y brillan bajo la luz blanca de la esquina. Con los ojos tristes me dice que llegó al mediodía. Son las nueve de la noche y no ha tenido clientes. Me pregunto cuál será el secreto para soportar tantas horas parada sobre esas sandalias blancas de taco aguja. Es amable, pero quiere que me vaya. Cada auto es una oportunidad y yo se la estoy robando. Le deseo suerte. Agradece uniendo las manos sobre el plexo solar. Es una despedida y, a la vez, una plegaria.
«La cosa está muy difícil», me dice otra chica trans a media cuadra. Sin embargo, según ella los consumidores de prostitución son como los alcohólicos: si...
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