Sinéad O’Connor (1966-2023): Juana de Irlanda - Semanario Brecha
Sinéad O’Connor (1966-2023)

Juana de Irlanda

Cuando los diarios del mundo comenzaron a replicar la noticia de la muerte de Sinéad O’Connor, pasó algo inesperado. La desaparición física de una cantante cuyos discos de las últimas dos décadas pocos escucharon se transformó repentinamente en un duelo enorme. Fue como si al mismo tiempo cayéramos en cuenta y nos acordáramos.

Retratada por el fotógrafo Andrew Catlin en 1988 para el libro Rebel Song: Faces of Irish Music. IRISH CULTURAL CENTER

Nos acordamos del tiempo en el que los artistas estaban enojados. Caímos en cuenta de que, en aquel entonces, no habíamos entendido la real dimensión de sus gestos. Nos acordamos de la época en la que los cantantes decían verdades como si las escupieran al rostro del sistema. Caímos en cuenta de cuán jóvenes realmente eran, qué valientes, qué visionarios. Nos acordamos de que la música creía tener el poder de cambiar el mundo. Caímos en cuenta de que no sabíamos por qué ni desde cuándo lo habíamos olvidado.

Fue la muerte la que hizo que viéramos la real dimensión de todo lo que Sinéad O’Connor había denunciado, lo que gritó alto y claro para oídos sordos y el precio que pagó por hacerlo. Fue entonces que nos dimos cuenta de la extensión del abuso del que fue objeto y que se fue de este mundo sola, sufriendo y sin haber sido debidamente reivindicada. Escuchamos las noticias, miramos hacia atrás y vimos cuán adelantada estuvo a su tiempo. O mejor: cuán consciente fue de su tiempo y lo firme de su decisión de enfrentar sus injusticias y violencias con los ojos, con esos inmensos ojos, bien abiertos.

Pero, está bien, Sinéad hablaba como una santa y una loca y gritaba como un demonio.

Una vez dijo, simplemente: «Yo soy Irlanda», porque por ella pasaban todas las luchas y todas las penas de esa patria compleja que supo ganar su independencia del imperio británico, pero que fue incapaz de sacudirse el yugo de la Iglesia. «Irlanda es un país teocrático», dijo. ¿Dentro de 400 años una Iglesia católica purgada de abusadores de menores y respetuosa de los derechos de las mujeres la hará santa? ¿Irlanda la nombrará su patrona por liderarla en mil batallas? «Auden dijo de Yeats que la “La Loca Irlanda lo hirió hasta hacerlo poeta”. La cruel Irlanda hirió a O’Connor hasta hacerla cantante.»1

Sinéad repitió muchas veces que lo que la salvó fue la música, y aunque ahora sabemos que tampoco la música pudo salvarla de la agonía, de la locura y de la clarividencia, al menos nos dio una ventaja de 56 años para oír canciones como «Troy» y «Nothing Compares 2 U», «Three Babies», «Black Boys on Mopeds», «The Emperor’s New Clothes», «Drink Before the War» o «Mandinka».

Su álbum debut, de 1987, había sido audaz, por decir lo mínimo. The Lion and the Cobra se paseaba por temas y géneros musicales con un desenfado inusual, pasando del pop al folk-rock y del pospunk al funk con una naturalidad pasmosa. En medio, la voz potente, angelical y enojada de Sinéad y, en la tapa, una cabeza afeitada y un grito. No era nada común la estética skin en una artista que coqueteaba con el mainstream y, para ser exactos, en los ochenta ni siquiera las cultoras más radicales del movimiento solían lucir cabezas completamente calvas y Dr. Martens. Sinéad hizo de eso una seña de identidad, un arma y un escudo. Fue una manera de plantarse y de establecer un discurso: el de desafiliarse de las exigencias de lo femenino y lo socialmente aceptable, el de abrazar el aspecto de los que viven en reformatorios y manicomios, el de subvertir las expectativas en cuanto a los estándaresde belleza de la industria, el de arrancarse del mercado de lo deseable y alejar la violencia de los ataques sexuales a las mujeres. «Si no luzco como una mujer, es menos probable que me violen», decía. También explicó alguna vez que el verdadero origen del rapado era empático y contra la violencia de su madre, que decía que su hermana pelirroja era «su hija fea» y Sinéad, su «hija linda». Sin embargo, también es cierto que había en el peinado algo de estrategia: ella sabía que en cuanto abriera la boca y cantara, la voz cristalina y pura, inocente y etérea rompería por completo los prejuicios que creaba su aspecto.

A la altura de su segundo álbum, Sinéad era ya una estrella. De la mano de «Nothing Compares 2 U», la canción escrita por Prince que hizo inconfundiblemente suya, Sinéad conquistó el mundo y en sus sucesivos álbumes fue dejando canciones como «Jealous», «This is to Mother You», «You Made Me the Thief of Your Heart», el conmovedor y despojado cover que es «All Apologies» en homenaje a Kurt Cobain y los increíbles duetos que son «Haunted», con el inmortal Shane MacGowan, y «Kingdom of Rain», con Matt Johnson de The The.

Sin embargo, comportarse como el negocio multimillonario en el que se había convertido no estaba en absoluto en sus planes. Lo entendió mucho más tarde, cuando pudo explicar que no dinamitó su carrera de estrella pop, sino que nunca había estado destinada a tener una.

No es claro exactamente cuándo comenzó la resistencia a que la convirtieran en lo que no era. Probablemente en 1990, cuando se negó a permitir que tocaran el himno estadounidense en la apertura de su concierto en New Jersey, alegando que los himnos nacionales no tenían nada que ver con la música, y desató una ola de odio y la censura de muchas radios, que se negaron a airear su música. Siguió con la famosa escena en Saturday Night Live, cuando rompió la foto de Juan Pablo II ante cámaras gritando «lucha contra el verdadero enemigo», en denuncia de los abusos infantiles en el seno de la Iglesia católica. El desprecio que recibió pudo verse en vivo y de inmediato: parada con los ojos bajos recibiendo los abucheos de la multitud en el Madison Square Garden, durante el concierto de homenaje a Bob Dylan.

«Creo que como artistas nuestra función es expresar lo que siente la raza humana y decir siempre la verdad y nunca ocultarla, a pesar de estar operando en un mundo al que no le gusta cómo suena la verdad», dijo más de una vez, como si fuera la cosa más obvia del mundo.

Así que siguió hablando y dándoles la voz a cada uno de los sin voz: las víctimas de la guerra en Yugoslavia, los pacientes con VIH, las mujeres silenciadas, los niños abusados, los enfermos mentales, la comunidad trans que la cobijó en Dublín, los negros asesinados por la Policía en Londres en los noventa o en Florida, Missouri o Nueva York en 2013, o alzándose contra la codicia corporativa en la industria musical y contra el sexismo siempre. Su última lucha fue por los refugiados, dándoles la bienvenida a Irlanda a todos ellos «y no solamente a los de Ucrania».2

Su muerte nos tomó a todos por sorpresa. Luego nos acordamos y, a la vez, caímos en cuenta de que hace mucho que la estábamos esperando.

1. Susan McKay, «Sinéad O’Connor Danced on the Edge of the Dark All Her Life», The New York Times, 28-VII-23.

2. En su última aparición pública, en los Choice Music Awards, en Dublín en marzo de 2023, dio un discurso con la cabeza envuelta en una kufiya aceptando el premio Classic Irish Album para «I Do Not Want What I Haven’t Got».

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