La anatomía del silencio - Semanario Brecha
Álvaro Brechner y “La noche de 12 años”.

La anatomía del silencio

El director uruguayo Álvaro Brechner, radicado en Madrid desde hace algunos años, conversó con Brecha sobre los desafíos que implicó la realización de su tercer largometraje, “La noche de 12 años”, inspirado en las experiencias de José Mujica, Eleuterio Fernández Huidobro y Mauricio Rosencof durante la dictadura. La película será presentada en el próximo Festival de Cine de Venecia, donde además coincidirá con “El pepe, una vida suprema”, el documental de Emir Kusturica sobre Mujica.

Fotograma de La noche de 12 años

Cuando Álvaro Brechner estrenó su primer largometraje, Mal día para pescar (2009), el cine nacional contaba en su haber con un puñado de adaptaciones de obras literarias de ficción uruguayas: El chevrolé (1999), de Leonardo Ricagni, basada en la obra teatral El regreso del Gran Tuleque, de Mauricio Rosencof; La espera (2002), de Aldo Garay, basada en la novela Torquator, de Henry Trujillo; El viaje hacia el mar, de Guillermo Casanova (2003), basada en el cuento homónimo de Juan José Morosoli; y Matar a todos (2007), de Esteban Schroeder, basada en la novela 99 % asesinado, de Pablo Vierci, sobre el caso Berríos. La obra de Juan Carlos Onetti, sin embargo, apenas había suscitado referencias secundarias en El dirigible (1994), de Pablo Dotta, antes de que Brechner decidiera adaptar el cuento Jacob y el otro a la gran pantalla en Mal día para pescar. Brechner no se limitó a trasvasar el contenido de un soporte a otro, sino que acertó al versionar y amoldar la historia de Onetti de acuerdo a sus propios fines. “El cine, al igual que la literatura, la música u otras artes, se inspira en infinitas fuentes. Todo le es de alguna manera propio y nada le es esencialmente ajeno. Una película no deja de ser un medio vehicular de muchas cosas que toman forma narrativa y dramática al ponerse dentro de la experiencia estética”, dice Brechner desde Madrid, en conversación con Brecha, casi una década después de aquel primer largometraje y en vísperas de estrenar el tercero, La noche de 12 años, inspirado en las experiencias de Mauricio Rosencof, Eleuterio Fernández Huidobro y José Mujica durante la dictadura cívico-militar.

La noche de 12 años se presentará en la sección “Horizontes” de la próxima edición del Festival de Cine de Venecia, a realizarse entre el 29 de agosto y el 8 de setiembre, donde también se exhibirá, fuera de concurso, El pepe, una vida suprema, el postergado documental de Mujica a cargo de Emir Kusturica. El estreno en Uruguay de La noche de 12 años está previsto para el 20 de setiembre. El guion de la película se construyó con base en los testimonios de los implicados (especialmente el libro Memorias del calabozo, de Rosencof y Fernández Huidobro) y contó con el aporte de otros rehenes, presos, militares y políticos, así como también con los conocimientos de historiadores, psicólogos y fisiólogos que trabajaron junto a los actores, un reparto internacional encabezado por el español Alfonso de la Torre (como Mujica), el argentino Chino Darín (como Fernández Huidobro) y el uruguayo Alfonso Tort (como Rosencof). La noche de 12 años es ante todo un viaje hacia las tinieblas”, asegura Brechner. “Por fuera de los acontecimientos políticos, históricos y sociales, quise narrar la lucha existencial de tres hombres que en su hora más oscura se aferran a su espíritu para mantener su humanidad y esperanza. Es la historia de tres hombres que fueron despojados de casi todo lo que los constituía como individuos. Se encontraron de pronto con que todo aquello que conocían del mundo no les servía para nada. En la soledad más íntima del cautiverio debieron reinventarse para poder resistir a una situación inimaginable cuyo objetivo último era aniquilar la última resistencia del yo más íntimo.”

Si en Mal día para pescar Brechner se proponía revisitar el universo de la Santa María de One-tti, en La noche de 12 años lo hace con la historia reciente, otra vez sobre un terreno no muy explorado en la cinematografía local –el ejemplo histórico, de hecho, sigue siendo Estado de sitio (1973), del franco-griego Costa Gavras– y que recién en el último lustro ha tenido incursiones como Zanahoria (2014), de Enrique Buchichio, y Migas de pan (2016), de Manane Rodríguez. Al tratarse de una historia que sigue generando visiones contrapuestas y cuyos protagonistas, en algunos casos, todavía están vivos, Brechner decide centrarse en las subjetividades más que en el contexto, y no se preocupa de las susceptibilidades: “Como recomendaba Onetti en su decálogo para escritores: ‘No escriban jamás pensando en la crítica, en los amigos o parientes, en la dulce novia o esposa. No sacrifiquen la sinceridad literaria a nada. Ni a la política ni al triunfo. Escriban siempre para ese otro, silencioso e implacable, que llevamos dentro y no es posible engañar’. Por supuesto que una película está abocada a ser vista por gente diversa. Pero es imposible estar pensando en el exterior como tal. No hago películas para satisfacer al mundo, o para sostener teorías políticas ajenas a la historia que me propongo dar a luz. Todo cine es político dentro de un fin artístico. Eso conlleva aceptar los límites del medio conociendo la profundidad estética”, asegura. “El cine es una herramienta para poder viajar a través de una visión subjetiva. El cine no tiene una ambición objetiva de la gran historia. Parte de una visión acotada y limitada que ejerce de reflejo de un mundo mucho más amplio e inabarcable. Durante muchos años trabajé y realicé documentales y si una cosa aprendí de ellos es que los límites de lo que llamamos ‘realidad’ se funden en un proceso artístico. La noche de 12 años era un desafío mayúsculo ante una búsqueda de evocación de un pasado reciente y doloroso para el país, requería sensibilidad y preparación, pero ante todo una mirada sobre las cosas y el mundo a través de una escala inevitablemente subjetiva. Al igual que la música o la escritura, el fin último de cualquier arte es relatar una verdad contenida dentro de sí misma. Más allá de la reconstrucción histórica o biográfica, quise intentar acercarme a una verdad emocional que tiene que ver con el impacto que se genera en un individuo sometido al aislamiento; sumergirse en este nuevo mundo en el que se orquesta la lucha del hombre por conservarse como hombre.”

En lo estrictamente cinematográfico, lo que más atrajo la atención de Brechner sobre esta historia fueron las posibilidades narrativas del silencio en la pantalla, representar la incomunicación y los sentidos en una situación límite. “Me interesaba abordar una película cuyo gran protagonista es el silencio, la incomunicación más absoluta, el deterioro y la renuncia a todo aquello que consideramos que constituye la condición humana. Después de años de encierro y aislamiento, de silencio, oscuridad y falta de sueño, la confusión de los rehenes era tal que ya no podían saber si estaban despiertos o soñando, si lo que escuchaban era parte de su imaginación o estaban siendo traicionados por sus sentidos. Estaban desorientados espacial, sensorial y temporalmente. ¿En qué podían confiar? Su resistencia fisiológica y psicológica estaba siendo puesta a prueba. Hipersensibles ante cualquier estímulo, dudaban de la realidad distorsionada. Trasmitir este confuso estado de ansiedad, fantasía, rabia, miedo, pesadilla, resistencia y esperanza era el gran desafío estético de la puesta en escena.”

Brechner ha desarrollado el grueso de su carrera cinematográfica en España, pero los temas de sus películas –la evocación pueblerina onettiana de Mal día para pescar, la comedia familiar de Mr. Kaplan, la reclusión durante la dictadura en La noche de 12 años– están fuertemente vinculados a Uruguay. Esta aparente dualidad, sin embargo, es más que nada el resultado de un cruce de muchas influencias, según el propio director. “En todo caso, lo único que puedo decirte es que los tres largometrajes que realicé fueron hechos en Uruguay, sobre temas que como individuo me resultaban desafiantes en lo personal, siempre desde la perspectiva propia. No hay una dualidad, sino una multiplicidad de influencias que, como ser pensante, absorbo desde millones de orígenes y sensibilidades cinéfilas, literarias, musicales y hasta gastronómicas.” Desde España, de todos modos, la realidad del cine nacional sigue muy presente en la agenda de Brechner. “Hubo una etapa en la que dábamos por asumido que hacer cine era una quimera imposible. Después se hizo posible. Sin embargo, el presente se antoja bastante crítico. Se ha dejado de irrigar y cuidar todo aquello que se ha sembrado durante años. A pesar de todo el reconocimiento obtenido y la conciencia en la importancia de tener un imaginario cultural audiovisual en el país, sigue siendo casi un milagro que se produzca cine uruguayo. Actualmente, un país sólo puede tener cine con base en un marco de gestión cultural que incentive desde lo público y lo privado. Así lo han entendido todos los países que buscaron consolidar este medio, que no sólo aporta el valor cultural, sino económico y laboral.”

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