«La belleza es don muy frágil: disminuye con los años que pasan, y su propia duración la aniquila. No siempre florecen las violetas y los lirios abiertos, y en el tallo donde se irguió la rosa quedan las punzantes espinas. Lindo joven, un día blanquearán las canas tus cabellos y las arrugas surcarán tus frescas mejillas. Eleva tu ánimo si quieres resistir los estragos del tiempo y conservar la belleza: es el único compañero fiel hasta el último suspiro.»
Ovidio, El arte de amar
La belleza es, fue y será una preocupación permanente de la humanidad, puesto que entraña el lado más profundo de lo humano: la relación con el otro. Hoy la corporalidad es un tema sobresaliente en la cultura en la que estamos inmersos. El cuerpo y su manipulación tecnológica se asocian a la proyección de la salvación a través de la ciencia. El desarrollo de la tecnología en el campo médico ha provocado la ilusión de la detención del tiempo biológico y de la postergación de la muerte casi casi hasta el infinito, cumpliendo así con un deseo de la humanidad desde tiempos inmemoriales, como el mito de la fuente de la juventud. Los procedimientos médicos se inscriben en una cultura de la mecanización y la robotización, en la que el cuerpo es concebido como una máquina a la que se le pueden cambiar piezas y, sobre todo, modernizar siguiendo el deseo.
El envejecimiento es un proceso normal del cuerpo, que conlleva una disminución paulatina de las potencias motoras, intelectuales, sexuales, y sufrimientos varios asociados a procesos degenerativos osteoarticulares, por citar uno de los más frecuentes. A estas consecuencias del paso del tiempo también se añade la disminución de la capacidad de despertar el deseo de los congéneres y la tendencia a ser dejado de lado, en cierto sentido, abandonado. No es de extrañar entonces la preocupación casi obsesiva por mantenerse joven. Nuestra cultura desprecia el resultado del envejecimiento, lejos de lo que ocurría en siglos anteriores, en que se aceptaba y hasta se veneraba. Hoy el envejecimiento es patología, es sinónimo de enfermedad.
Si en algún momento se dividió la naturaleza humana en cuerpo y espíritu, un cuerpo para el sufrimiento y un espíritu para el más allá, hoy el espíritu se encarnó en el cuerpo que está destinado al placer y al infinito en sí mismo. El ideal del yo contemporáneo está orientado por una cultura que prioriza una determinada estética corporal. El cuerpo bello y joven sin ropaje se erige como un baluarte narcisista fundamental del individuo, en un entorno donde todo fluye sin un punto donde afirmarse. La sociedad líquida no tiene otro amarre que el propio cuerpo. Si deseamos que nos deseen, al decir de Lacan, la belleza corporal se prioriza sobre otros aspectos de la persona para cumplir con esos fines. La sed de amor de Rubén Darío no tiene fin; a pesar del cabello gris, la sed de ser querido, estimado, valorado, deseado continúa estando presente, ahora con la posibilidad de modificar el cuerpo para hacerlo más atractivo, más deseable, más juvenil.
Las técnicas abocadas a la estética del cuerpo han permitido cambiar su aspecto sin necesidad de vestimentas, ni adornos, ni pinturas (como en la Antigüedad nos aconsejaba Ovidio), para permitir alcanzar la admiración de la desnudez. Se vive para mostrarse, como si allí radicara la finalidad última de nuestra existencia; hemos llegado al punto de querer ser eternamente deseados en la desnudez.
La mirada de la sociedad se posa en el espectáculo del cuerpo, lo que influye directamente en actos médicos destinados a las transformaciones del aspecto corporal, no siempre en el sentido de alcanzar un determinado patrón de belleza, sino buscando a veces la originalidad. Por ejemplo, cuernos sobre la frente u otras variantes. Como ejemplo podemos tomar el caso de Michel Faro do Prado, que en los últimos 25 años se ha sometido a múltiples procedimientos quirúrgicos y tatuajes para convertirse en la representación del diablo. Sin embargo, estas transformaciones corporales, en su mayoría, siguen el ideal de belleza contemporánea que es impuesto por los medios de comunicación masiva, en una lógica del mercado que alienta el consumo irrestricto de todo tipo de «mercaderías estéticas». Muchas de ellas absurdas y completamente ineficaces, no obstante lo cual sirven para alentar la esperanza de ser deseado.
El «éxito» es otro de los «bienes» buscados por nuestra cultura, y en gran parte se lo vincula con la belleza, tanto en varones como en mujeres. Así, el aspecto corporal condiciona la calidad de vida de los espectadores. Hacia allí apunta la cirugía estética, con límites éticos muy imprecisos. La adolescente disconforme con su cuerpo, que quiere un busto más prominente, o una cintura más estrecha, o una nariz respingada para acceder a un determinado modelo estereotipado plantea un problema ético inédito en el pasado. La disyuntiva se centra en el sufrimiento emocional causado por la discordancia entre el aspecto físico y un ideal del cuerpo. ¿La cirugía estética lo puede solucionar? ¿Cuáles son los límites para acceder a las demandas de las personas insatisfechas con su cuerpo?
El cuerpo se ha transformado en un negocio muy importante de la medicina estética privada, que, más allá de atender las necesidades de la persona que solicita un determinado procedimiento, tiene por su parte un interés secundario en el lucro. Esta mercantilización del cuerpo ha conducido a un número importante de procedimientos diversos, muchos de los cuales son riesgosos; como consecuencia, aparecen con relativa frecuencia relatos de pacientes que han sufrido eventos desgraciados o incluso la muerte.
Cuando determinados profesionales responsables no acceden a estas demandas, el solicitante busca otras alternativas, muchas veces con profesionales inescrupulosos que se aprovechan de la fragilidad psicológica y que no tienen la capacidad requerida ni respetan las normas de seguridad exigidas. Así se llega a resultados desastrosos. No hay barreras éticas en este terreno para evitar la solicitud del interesado, salvo las posibilidades de maleficencia que son contrapesadas por el propio individuo en relación con sus deseos cuando se informa adecuadamente.
¿Cuáles son los límites del respeto de la autonomía de aquel que sufre por el aspecto de su cuerpo o por querer ser otro distinto del que es?
Lejos de pensar que la cirugía estética trabaja sobre el cuerpo, en realidad lo hace sobre la psiquis de las personas, al adaptar su aspecto a su imagen deseada. Así que primero, antes de atender a la demanda de quien sufre por su cuerpo, se debería atender a ese sufrimiento desde el ángulo psicológico y recién después se debería poder acceder a la solicitud quirúrgica.
Preocuparse por la belleza no es algo superficial y hay que tomarlo en serio, pero a veces hay una distorsión psíquica en la consideración del propio cuerpo que no se puede solucionar quirúrgicamente. Por ello, este sufrimiento debe ser atendido primero para adentrarse en las motivaciones ocultas y su eventual tratamiento no invasivo, y luego quirúrgicamente si fuera necesario, sabiendo que se espera con frecuencia más de lo que se obtiene. La diferencia entre lo bello y lo feo es una cuestión de apreciación subjetiva influida dramáticamente por parámetros culturales, pero aquel que se siente feo sufre más allá del fenómeno cultural, lo que debe entonces considerarse como una enfermedad que el médico debe atender a sabiendas de que es producto de un condicionamiento social.
El número de intervenciones crece vertiginosamente en todo el mundo en paralelo con la creciente consideración social de la belleza corporal y la potencialidad de las técnicas estéticas. Como esto está incentivado por la mercantilización en gran escala, que impone patrones de éxito y belleza, con el único objetivo final del lucro, como si fuera una Ferrari, es posible pensar que la civilización ha llegado a construir el cuerpo como un artificio de la industria, el cuerpo como producto de un arte biológica, en este caso por intermediación técnico-médica, para ser expuesto a la consideración del sí mismo en un pedestal, frente al espejo de los demás.
Dado el costo, no se accede a estos procedimientos en forma masiva –como tampoco a la Ferrari–, pero muchos sí acceden, por ejemplo, en la televisión, al espectáculo de la hermosura del cuerpo en el baile, que, como una zanahoria frente al burro, despierta deseos de ser deseados de igual forma, lo que conduce a unos cuantos a la insatisfacción con su propio cuerpo.