«“Las palabras, en un primer momento, empiezan siempre así”, me decía de camino a la iglesia. “Cuando una sale de la boca, ya no hay quien la detenga. Emitimos el aire y le imprimimos una determinada cantidad de movimiento, ya la palabra no puede sino seguir adelante, avanzando, incluso cuando su fuerza motriz ya no da más de sí. Dicha palabra ejerce su fuerza de atracción sobre otras palabras, sobre otros sonidos que no pueden evitar cruzarse en su camino. Pero es que además empieza a provocar otros sonidos, que a su vez provocan otros, y luego otros… La palabra se expande cada vez más, levanta papeluchos, reúne ondas sonoras llegadas de todas partes, abarca pequeñas y grandes transferencias de energía, desplazándose de un punto a otro del espacio, y de ese modo empiezan a formarse frentes meteorológicos vocales. Ya ni siquiera se sabe si arrastra o es arrastrada”.»
Antonio Moresco nació en Mantua, Italia, en 1947. Tras pasar su infancia en colegios religiosos, militó en grupos de izquierda. Estos detalles de su vida aparecen reflejados en Los comienzos (Impedimenta, 2023), la primera parte de una trilogía con tintes autobiográficos de la que solo este primer libro fue traducido al español. Siendo considerado uno de los escritores más importantes de su generación, gran parte de su obra todavía es ajena al público hispanohablante.
Los comienzos narra el recorrido de un personaje sin nombre a lo largo de tres largas etapas de su vida: el monasterio, la militancia y la profesión de escritor. Con un estilo de rasgos oníricos, el tiempo parece no transcurrir: todas las escenas son largas y repetitivas, la lentitud enfatizada por el uso de un pretérito imperfecto que arrastra las acciones a lo largo de páginas y páginas. Las acciones, difusas por la cadencia propia de la narración, parecen alargarse indefinidamente. En esta temporalidad alterada aparecen figuras extrañas, como el monseñor con la cabeza partida al medio, el Gato, la Melocotón, una mujer a quien se le lacera la piel por el mero contacto con otros, y el Hombre del Tatuaje, figura casi mitológica que, con una hoz y un martillo tatuados en el medio del pecho, enamora a mujeres y a sus hijas para robarles todo. Al estar plagada de estas figuras extrañas, como el Hombre Blanco, tan blanco que no se le distinguen las facciones, o Somnolencia, que con su aliento duerme a quien esté cerca, la extrañeza se acentúa y genera un clima en el que lo real está todo el tiempo confundido con lo propio de un sueño.
Los devenires del protagonista están atados a fuerzas mayores que lo obligan a actuar de maneras determinadas, y el libre albedrío no parece existir. Prevalece la sensación de que todo fue escrito previamente por alguna fuerza superior y que, atrapado dentro de un laberinto o una habitación sin salida, el narrador ensaya pruebas para poder salir de los encierros temporales en los que está inserto. Sin posibilidad de escape, el protagonista repite una y otra vez las mismas acciones, capítulo tras capítulo, en un incesante ir y venir por espacios derruidos, decadentes y extraños, buscando eternamente a quien domina los hilos entre los cuales parece estar enredado.
Esta novela, larga, repetitiva e intensa, captura una abrumadora impresión de estancamiento, de soledad y, por momentos, de impotencia, en la que todo parece tender hacia la misma condición: la imposibilidad de escapar. Intentando hacer la misma llamada todos los días o recorriendo pueblos iguales en un auto abarrotado, la vida del protagonista parece ahogarse en el medio de una repetición de acciones infinitas, regulares y que se resignifican continuamente bajo una imperante sensación de ahogo.