El caso de Miguel Ángel Olivera, nacido en Tacuarembó en 1954, artista
plástico, dibujante y periodista, recuerda a ese conjunto de poetas de
extracción obrera de los sesenta que publicaban en el mítico sello editorial
Aquí poesía. Además de su trayectoria de vida y militancia, se puede reconocer
en su escritura otro punto en común con esos autores: la matriz existencialista
y testimonial.
Marcado
por las lecturas de Baudelaire, Rilke, Walt Whitman y Vallejo, pero también por
la obra de algunos coterráneos como la de Circe Maia y Washington Benavides,
Olivera despliega a lo largo de las siete partes que constituyen Restos de
lluvia una escritura que puede situarse –aunque no de un modo rígido– en
las líneas más explícitas de cierta vertiente que Luis Bravo llamó “modelos
comunicantes”, pró...
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