Les llaman de racimo, de fragmentación, de dispersión, porque son bombas que contienen otras bombitas adentro, como si de matrioshkas explosivas se tratara. Pueden perforar blindados y, sobre todo –una obviedad tratándose de un arma de guerra–, matar. Pero matan a mucha gente de un solo estallido, de manera indiscriminada y en un radio amplísimo. Peor aún: como muchas de ellas no explotan –entre el 10 y el 40 por ciento, según el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR)–, pueden permanecer dormidas y seguir matando décadas después de terminada una guerra. Así sucede aún hoy en Laos o Vietnam con los proyectiles de este tipo diseminados por los cazas estadounidenses en los setenta. Solo en Laos, Estados Unidos desparramó 260 millones de bombas de racimo entre 1964 y 1973.
Human Rights Wa...
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