Pasó su infancia en Rosario, su juventud en Buenos Aires y en Montevideo, pero Adolfo Nigro (Rosario, 1942-Buenos Aires, 2018) no tardó en convertirse en un ciudadano del mundo. También Estados Unidos, México, Brasil, España y Francia lo vieron de paso o de residencia. Tenía una personalidad efusiva y amigable que le llegaba a la gente, y que no sólo se veía reflejada en su obra, sino que era, sustancialmente, su obra. Quienes tuvieron la fortuna de conocerlo saben que no exagero: poseía algo expansivo y luminoso –en contraposición a la oscuridad de su apellido– que abarcaba también las causas solidarias, y por eso no resulta extraño que algunos colectivos de Argentina, como las Abuelas de Plaza de Mayo, por ejemplo, hicieran público su pésame cuando hace unos días falleciera de un paro cardiorrespiratorio. Estaba enfermo hacía tiempo y recientemente se había fracturado la cadera, por lo que no pudo estar presente en la inauguración de su última muestra en Smart Gallery, en Buenos Aires, el 25 de abril pasado. Porque aun con una pléyade de padecimientos, Nigro trabajaba. Era hiperactivo. Y no me refiero a una producción maquinal ni con fines comerciales. A uno le puede o no llegar lo que hacía, pero ponía un empeño de orfebre. Esta producción abarca la pintura, el collage, la cerámica, los tapices, la ilustración, la escritura, la escultura, los ensamblajes, los objetos, los juguetes infantiles. En el collage y en la pintura trabajaba con un método de acumulación sensible que tiene puntos de contacto con la obra de su más influyente maestro, José Gurvich, de quien toma además esos personajes como voladores, chagallianos, de sus dibujos. Si bien había egresado de la Escuela Nacional de Bellas Artes Manuel Belgrano y estudió en la Escuela Superior de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón, ambas de la capital porteña, fue en Montevideo donde Adolfo encontró su propio lenguaje, que luego sometería a importantes variaciones (cercanía con Leger), pero manteniendo siempre un núcleo vital próximo, compositivamente, al universo torresgarciano con su fascinación por el símbolo y por el objeto. La primera exposición fue en la mítica galería U, de Enrique Gómez, en Montevideo, en 1966. Y desde entonces no paró de crear en series. Algunas de ellas funcionan como un inventario de preocupaciones sociales y estéticas propias del momento histórico, logrando un curioso “maridaje” entre lo artesanal y lo literario (y hasta lo conceptual): series como “Armação”, “Papeles de Calyecat”, “Guadalajara”. Gran lector de Haroldo Conti, de Juan L Ortiz, de Raúl González Tuñón, de Cesare Pavese, de Italo Calvino, realizó dibujos para cuentos y poemas de estos autores que están entre lo mejor de la moderna ilustración rioplatense. En los últimos años llevó a cabo una cuantiosa intervención creativa de cartas y sobres con collages y dibujos, y con cuyos destinatarios él tejía una red tan entrañable como fantástica: amigos actuales, ídolos artísticos del pasado, militantes por causas sociales, países que lo habían cobijado… había allí todo un reservorio expresivo, hermanador. Obtuvo importantes premios en Argentina y era un artista bien cotizado. No se puede decir que no se haya hecho justicia con su obra. Lo que de ahora en adelante extrañaremos es la corriente expansiva que de él emanaba y esa capacidad única para entablar vínculos entre los seres y las cosas, algo que definía su lugar en el mundo.
La expansión solar
Adolfo Nigro (1942-2018).
Adolfo Nigro (1942-2018)
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