Marciane Ndamukunze caminó toda la noche para llegar al campo de desplazados con su nieta dormida cargada a la espalda. El sonido de la artillería resonaba desde las colinas cuando fueron recibidas con tristeza por familias que habían llegado a Sake tras oleadas anteriores de combates. El campamento se extendía a lo lejos: frágiles hileras de tiendas de campaña, el exiguo refugio que los desplazados han aprendido a llamar hogar, se agitaban con la brisa de la madrugada.
Marciane es una de las casi 7 millones de personas desplazadas en la República Democrática del Congo. Según Unicef, los niños están siendo secuestrados en cantidades sin precedentes; se ha disparado el reclutamiento de niños soldados de 5 años de edad en adelante y el país tiene la tasa más alta del mundo de violaciones infantiles por grupos armados y soldados.
Los votantes congoleños acudieron a las urnas el 20 de diciembre, en unas elecciones rodeadas de polémica. La campaña estuvo marcada por la violencia. Entre las preocupaciones más apremiantes del electorado estuvo la de si su próximo líder podría finalmente poner fin a la guerra y el caos en su país.
En los últimos años, con el actual presidente en el poder, Félix Antoine Tshisekedi Tshilombo, la agitación no ha hecho más que aumentar, y esto parecía ser motivo suficiente para que el electorado votara en su contra. «El este de la República Democrática del Congo se ha convertido en uno de los lugares más peligrosos del mundo para las mujeres y los niños», dijo en noviembre Heather Kerr, directora nacional del Comité Internacional de Rescate. «Lo que agrava aún más la crisis de protección es la falta de alimentos en los campos de desplazados; las mujeres se ven obligadas a salir a buscar comida para poder alimentar a sus hijos y muchas denuncian que han sido explotadas con fines sexuales.»
UNA HISTORIA DE VIOLENCIA
Desde finales de 2021, las guarniciones congoleñas que custodiaban posiciones militares remotas en la frontera entre el Congo y Ruanda comenzaron a ser atacadas. En estos picos solitarios, a la sombra de las montañas Virunga, los soldados fueron masacrados. Las tropas se quejaron de que los asaltantes estaban equipados con herramientas de la guerra moderna: pequeños drones, chalecos antibalas y visión nocturna. Un soldado afirmó que los cadáveres de sus camaradas muertos habían sido amontonados en una pila para que su unidad los encontrara.
Los acusados han sido un grupo de rebeldes congoleños pertenecientes a un grupo llamado M23, o 23 de Marzo. Ruanda ha negado que haya ayudado al M23, pero un informe de la ONU de junio detalla múltiples casos de tropas ruandesas que colaboraron con la invasión. La causa de los ataques tiene sus raíces en la política de los Grandes Lagos africanos y las malas relaciones entre los presidentes de Ruanda y el Congo. El presidente de Ruanda, Paul Kagame, ha acusado a los congoleños de operar una base de retaguardia para grupos terroristas con raíces en el genocidio de Ruanda de 1994. Tshisekedi, el presidente del Congo, cree que Ruanda estaba tratando de robar los valiosos recursos naturales del país, como el estaño, el tungsteno y el tantalio.
Es del M23 que huye Marciane, y aunque el grupo está lejos de ser el único que siembra el caos en Congo, la guerra entre ellos y el Ejército congoleño es una de las más desestabilizadoras para el país. En mayo de 2022, el conflicto estalló en las remotas montañas. El M23 conquistó con éxito enormes extensiones de territorio, dejando al Ejército congoleño tambaleándose y a cientos de miles de civiles huyendo para salvar sus vidas.
El M23 ya se había rebelado antes. Sus tropas son congoleños de la etnia tutsi que se sienten discriminados y atacados por los no tutsis. Su nombre proviene de la fecha de un fallido tratado de paz entre el gobierno congoleño y el grupo rebelde Congreso Nacional para la Defensa del Pueblo (CNDP), al que la ONU acusó de «posibles crímenes de guerra». El M23 remonta su origen a un motín de excombatientes del CNDP contra el Ejército Regular Congoleño sucedido en 2012.
En 2012 y 2013, el M23 luchó contra el Ejército congoleño durante 20 meses y se apoderó de la ciudad de Goma. Según un informe de entonces de Human Rights Watch, el grupo cometió «crímenes de guerra generalizados, incluidas ejecuciones sumarias, violaciones y reclutamiento forzado». En noviembre de 2013 depuso las armas, pero las crecientes tensiones con Ruanda bajo el gobierno de Tshisekedi llevaron a nuevos enfrentamientos.
Casi diez años después, en junio de este año, Human Rights Watch publicó un informe inquietantemente similar al de 2013, en el que acusó al grupo de los mismos crímenes. «Los implacables asesinatos y violaciones del M23 se ven reforzados por el apoyo militar que los comandantes ruandeses brindan al grupo armado rebelde», dijo en el informe Clémentine de Montjoye, investigadora del grupo especializada en África.
El 3 de diciembre, una fuerza de paz de África oriental se retiró de la zona después de que Tshisekedi dijera que había sido ineficaz para contener la violencia. El presidente también criticó la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en la República Democrática del Congo, conocida como Monusco –una fuerza de mantenimiento de la paz de larga data con base en el país y ampliamente rechazada por la población–, porque no ha ejercido su fuerza de combate contra rebeldes como el M23.
Joseph Mulala Nguromo, miembro no residente del Atlantic Council, dice que el conflicto podría incluso convertirse en una guerra abierta entre Ruanda y el Congo. «Félix [Tshisekedi] está pidiendo que la Comunidad de África Oriental se vaya. Bien. Está diciendo que Monusco salga. Bien. Pero ¿cómo se soluciona el persistente problema entre el Congo y Ruanda?», se pregunta. «Estamos en una situación muy delicada en la que, sin un mediador, la probabilidad de que Ruanda y el Congo realmente vayan a la guerra está aumentando».
ARMAR A LAS MILICIAS
Para Tshisekedi, la expulsión de fuerzas extranjeras impopulares puede parecer una medida ganadora en pleno ciclo electoral. Pero también puede ser un búmeran. El Ejército congoleño no está bien equipado para luchar contra el Ejército altamente entrenado de Ruanda (o sus fuerzas proxy) y sufre altos niveles de corrupción (a menudo, los oficiales militares incluso venden sus raciones de combustible, con lo que dejan a las unidades varadas antes de llegar al campo de batalla).
El despliegue de armas pesadas y nuevas unidades especialmente entrenadas ha tenido poco impacto en el terreno, y las redes sociales del M23 se han deleitado publicando imágenes de rebeldes triunfantes posando con los tanques destrozados y las armas abandonadas del Ejército congoleño.
En el este del país hay más de 120 grupos armados locales, nacidos de años de movilización y contramovilización, agravios y fracaso del Estado. La ONU había impuesto durante mucho tiempo restricciones para impedir que las armas llegaran a estos grupos armados, pero el gobierno congoleño dijo que el embargo de armas también afectaba la capacidad del Ejército para luchar contra el M23. (Mulala señala que el Ejército congoleño pudo comprar armas durante años, pero tenía que notificarlo al comité de sanciones de la ONU para hacer cumplir la trazabilidad de los envíos.) Después de que el gobierno congoleño ejerciera presión, la ONU levantó las restricciones el año pasado.
Ahora, el gobierno congoleño ha armado a algunos de estos grupos para luchar contra el M23. Una colcha de retazos de milicias y antiguos enemigos se han movilizado bajo la bandera de un nuevo grupo, los Volontaires Pour la Défense de la Patrie, conocido localmente como Wazalendo. Los Wazalendo ahora están siendo acusados de muchos de los mismos abusos que el M23. El grupo recluta a gran cantidad de niños soldados y los arma con las armas proporcionadas por el gobierno congoleño.
Los ejemplos del pasado reciente sugieren que el gobierno está corriendo grandes riesgos al entregar armas a fuerzas ad hoc como los Wazalendo. Cuando Ruanda y Uganda atacaron el Congo, en 1998, este país dio armamento a milicias para luchar contra los invasores. El presidente Laurent-Désiré Kabila instó a la milicia a «expulsar al enemigo», pero los grupos armados, después de luchar contra los ruandeses y los ugandeses, comenzaron a luchar entre ellos y contra el Ejército congoleño, lo que provocó gran parte de la inseguridad que existe hoy.
«Se están enviando tantas armas al este sin control alguno… No sabemos exactamente quién las está usando», dice Mulala. «Tengo mucho miedo de que esto se convierta en una generalización de la violencia, sin propósito ni dirección.»
En octubre de 2023, estos grupos Wazalendo fueron usados como principal objetivo de una ofensiva contra el M23. Entre batalla y batalla, estos milicianos vagabundeaban por las ciudades del territorio de Masisi, muchos niños llevando rifles y cinturones de municiones. En Nturo, una aldea de mayoría tutsi en la carretera a Masisi, las casas habían sido arrasadas por los merodeadores Wazalendo, quienes se retiraron pronto una vez que el M23 contraatacó.
Para Marciane y sus familiares en todo Kivu del Norte, la historia se repite. Este es solo el último de una serie de desplazamientos. Las familias han tenido que correr hacia un lugar seguro una y otra vez a lo largo de sus vidas. Cada generación tiene historias de cómo llevaron a sus hijos de la mano, huyendo por los mismos caminos, lejos de las mismas líneas del frente.
VIOLENCIA FLORECIENTE, NARRATIVA CONFUSA
Las redes sociales han complicado nuestra comprensión de las razones por las que los congoleños como Marciane tienen que huir. Un hashtag en TikTok, #silentholocaust, culpa al «imperialismo occidental» de financiar a los Ejércitos de Ruanda y Uganda para robar los considerables recursos naturales del Congo. (En realidad, Estados Unidos tomó la inusual medida de criticar el apoyo de Ruanda a los grupos rebeldes este verano, después de que un informe de la ONU revelara «intervenciones directas de las Fuerzas de Defensa de Ruanda» en territorio congoleño.) Los usuarios de TikTok también han culpado a Israel de «estar en el corazón del genocidio en la República Democrática del Congo», acusando al país de apoyar al M23, a pesar de que asesores militares israelíes en realidad habían estado apoyando al Ejército congoleño.
Lo que es aún más preocupante es que esta narrativa confusa se está reiterando en los medios de comunicación. The Republic, un periódico nigeriano, sugirió que Ruanda estaba invadiendo el Congo para robar cobalto (un mineral que se utiliza en cátodos de baterías) a instancias de Reino Unido. El hecho de que no existan minas de cobalto en las zonas atacadas por el M23 parece habérsele escapado al autor. Parte de esta narrativa confusa surge del hecho de que las causas de la guerra aparentemente eterna del Congo son complejas y cambiantes. Muchos conflictos son de origen local dentro del país, pero a veces pueden verse envueltos en intrigas regionales o incluso transnacionales. Comienzan, dependiendo de a quién se le pregunte, con los odios étnicos desatados durante las dos guerras del Congo de finales de los años noventa y principios de los dos mil, el genocidio de Ruanda de 1994, las políticas coloniales belgas de finales del siglo XIX y principios y mediados del XX e incluso odios étnicos más antiguos, por ejemplo, entre las poblaciones pigmeas batwa y bantúes.
La violencia ha empeorado bajo el gobierno del presidente Tshisekedi. Hay múltiples conflictos superpuestos, además de la rebelión del M23, que están causando muerte y destrucción desbocadas. En el estado norteño de Ituri, el conflicto latente entre los pueblos hema y lendu ha estallado en matanzas en masa, mientras que la fuerza local de la ONU parece incapaz de intervenir. En el territorio de Beni, una insurgencia de rebeldes ugandeses que lleva décadas se ha consolidado hasta convertirse en una brutal rama del Estado Islámico. En el centro del país, los pueblos yaka y teke lucharon entre sí por derechos sobre la tierra a principios de este año, un conflicto que, según la Iglesia católica, estaba respaldado por poderosas figuras políticas en Kinshasa. Un informe de Human Rights Watch advirtió que la amenaza de violencia relacionada con las elecciones presidenciales de diciembre puede socavar el proceso democrático. (N. de E.: después de semanas de incertidumbre y acusaciones cruzadas, la Corte Constitucional del Congo anunció este martes 9 de enero que Tshisekedi fue reelecto en diciembre con un 73,4 por ciento de los votos, un resultado que los líderes de la oposición han calificado de «fraude», en medio de un proceso plagado de irregularidades.)
Lo que está claro es que la confusión de los forasteros y la falta de claridad en todos los niveles del proceso político congoleño complican los esfuerzos para resolver la interminable serie de crisis en la República Democrática del Congo. Quienes las sufren, como Marciane, están atrapados en ciclos de conflicto de los que no pueden escapar, y solo los corruptos y los violentos prosperan.
En Sake, Marciane y los demás refugiados se pusieron a trabajar. A pesar de una larga caminata hacia un lugar seguro y del sonido de las armas detrás de ellos, no hubo respiro. Se acercaba la noche y necesitaban madera para construir un refugio. Decenas de miles de personas pasan así cada noche en el Congo, bajo lonas de plástico que descansan sobre un marco de ramas de árboles unidas por delicadas tiras cortadas de mosquiteros. A medida que continúen los combates, tendrán que moverse nuevamente. Se preguntaban cuándo podrían regresar a casa, si es que alguna vez lo logran. Cuándo, si es que alguna vez sucede, cesará la violencia.
(Publicado originalmente en The Nation. Traducción y titulación de Brecha.)