En su artículo “El gran reformista” (Brecha, 5-XII-14), Gabriel Delacoste propone la tesis de que el Frente Amplio es la versión siglo XXI de la adaptación al capitalismo que ya realizara el batllismo tras el largo y arduo proceso de “disciplinamiento”.
Sin embargo Delacoste no se detiene en el análisis de la obra del primer batllismo, sólo señala que el reformismo batllista presupone la era previa del “disciplinamiento” y que en lo demás “el FA sigue el esquema básico del batllismo: distribuir parte de los frutos de la inserción semicolonial (competitiva) del país en la forma de acumulación del capitalismo internacional, sin cuestionar el fondo de esta organización”.
Delacoste establece una analogía entre el “disciplinamiento” y lo que llama “neoliberalismo”.
El equivalente histórico de 35 años de disciplinamiento serían 50 años de crisis de los partidos tradicionales, pachequismo, dictadura, gobiernos blanquicolorados posdictadura englobados como “neoliberalismo”
El acento foucaultiano de la expresión “disciplinamiento”, tomado de una época de la obra de José Pedro Barrán, para describir la modernización prebatllista, empobrece su comprensión como conjugación de construcción del Estado-nación, modernización capitalista temprana, democratización política y democratización social. Es cierto que una comparación valiosa exige captar la esencia de grandes procesos y estructuras para establecer entonces similitudes y diferencias entre ellos.
Pero las esencias de Delacoste eliminan la riqueza de las novedades de los ciclos históricos porque se proponen como un resumen forzado por una única variable no del todo explícita: la dependencia “semicolonial” o aggiornada como “competitividad”.
Por tanto Delacoste elude la presentación de la categoría explicativa principal de toda su visión del proceso histórico uruguayo de los últimos 160 años: batllismo y frenteamplismo como antes disciplinamiento y neoliberalismo no son otra cosa que caras diferentes de un “lo mismo” infinito, rostros de una eterna repetición, matices dentro de una misma historia cíclica de dependencia y sumisión.
En segundo término no se entiende mucho qué papel juega la recuperación de Methol Ferré en este relato anticapitalista aun postulado como una suerte de fuga lúcida de la quiebra del Uruguay batllista hacia América Latina. Como si Methol y su latinoamericanismo no hubiesen sido profundamente conservadores, simplemente peronistas y –en mi modesta opinión– en última instancia “argentinocéntricos”.
Esto porque una de las obsesiones de Methol –dentro de su visión católica iberoamericana– era la industrialización sustitutiva de importaciones, que como mínimo exigía una escala demográfica y física argentina, que estaba en la base del pensamiento de los teóricos geopolíticos de la Guerra Fría o de la asimilación entre los nacionalismos periféricos y la formación tardía de las naciones alemana e italiana. Uruguay era un problema porque como pequeño país su industrialización sustitutiva tropezó temprano con el ahogo impuesto por su tamaño irrelevante.
Nada de esto tiene nada de malo pero tampoco convierte al antibatllismo de Methol y a su problematización de Uruguay como nación en algo asimilable a un plan de superación del capitalismo.
En mi opinión el verdadero sueño de Methol siempre fue reconstruir una “Gran Argentina” mítica (con Uruguay reintegrado) y desde allí quién sabe si una gran nación hispanoamericana también fundada en el mito de una nación originaria que, nacida de la entraña católica ibérica, nunca pudo ser por la acción disolvente del imperio protestante británico.
El sueño de nación latinoamericana nace de las ideas del conservador Rodó, a su vez admirador del conservador aristocrático Renan. Rodó tomó de las nostalgias grecolatinas y católicas europeas el desdén (aristocrático) por el materialismo crudo en general, el rechazo hacia el sentido práctico del capitalismo y el utilitarismo que encarnó en la civilización estadounidense, considerada inferior en la jerarquía occidental de valores. No todo antimperialismo es sinónimo de izquierda y progresismo sino que a veces puede ser lo contrario.
En todo caso el latinoamericanismo mucho más pragmático de Methol fue siempre flechado por la admiración a Perón, Herrera, el eje supuesto Perón-Ibáñez-Vargas, a millones de años luz de alguna visión de superación del capitalismo.
Cómo enlazan estas tradiciones conservadoras y el aprecio hacia estos liderazgos fuertes de ayer –o de hoy, piénsese en la Cuba de los hermanos Castro o en la Venezuela de Chávez– con la ideología libertaria que suele transitar Delacoste reclamando acá en Uruguay liderazgos de izquierda y de gobierno horizontales, antidecisionistas, plurales y consultivos, es una cuestión que debiera aclarar el autor.
Al final de su artículo Delacoste muestra la clave de toda su propuesta política ante la eterna repetición dependiente de la historia uruguaya: la clave de la perspectiva de superación del capitalismo está en la trasnacionalización.
En eso están hoy –aunque enojen a nacionalistas locales– justamente redes trasnacionales de derechos humanos, feminismo, afrodescendientes, ecologismo, trabajadores.
Lo que no resulta muy claro es la eficacia de los mecanismos de coordinación transversal que propone Delacoste ni cuáles son las acciones o medidas concretas para resolver cosas como el “chantaje del capital” una vez que China o India con sus 2.200 millones de habitantes sí tienen cierto poder último de determinación para definir cuál es el umbral real de competencia que podemos adoptar para captar capitales o inversiones.
Más útil sería revisar, en la línea de Peter Evans por ejemplo (Del Estado como problema al Estado como solución), cómo algunas pequeñas democracias “bajo hegemonía de coaliciones laboristas” y a partir de lo que denomina “autonomía enraizada” logran grados muy elevados de desarrollo humano y van creando una nueva sociedad. Es decir, la autonomía del Estado estratégico significa a la vez un Estado fuerte burocrático, técnico, dotado de capacidades de planeamiento estratégico aplicado, y por tanto autónomo ante presiones de clases, corporaciones y grupos internos o externos (gran capital) y en Estado enraizado en una sociedad civil fuerte y emancipada que puede ser aliada de los cambios pero no estatizada o incorporada al Estado (movimiento obrero, feminismo, diversidad, etnia).
Desde esta perspectiva el Frente Amplio renueva un legado de socialismo democrático original que tiene en Batlle y Ordóñez, Frugoni, el movimiento obrero libertario de principios de siglo y más adelante a Quijano como fundadores.
Por allí –a pesar de que Delacoste sólo ve emprendedores, y hay emprendedores– también hay cooperativistas y empresas autogestionadas, identidades en movimiento, conquistas concretas en la vida cotidiana, capacidades de un nuevo Estado desarrollista que se levanta y pone de pie desde la democracia de un pequeño país lejos de un capitalismo unidimensional.
Por allí hay múltiples nuevas formas de sociedad y nuevas rutas de desarrollo democrático radical que no se detienen.
* Sociólogo. Integrante de Nueva Agenda Progresista (Nap).