La hoguera de los libros rotos - Semanario Brecha

La hoguera de los libros rotos

Cuenta Enrique Vila-Matas que en el año 1963 lo llevaron a una librería francesa de Barcelona y el librero sacó de debajo del mostrador unos textos prohi­bidos de Camus y Sartre. Cuenta que años después leyó que a mediados del siglo XVIII L’Encyclopédie había sido prohibida en Francia y que los libreros la vendían sacándola de debajo de los mostradores.

Ilustración: Eduardo Cardozo

Todo está conectado por un hilo invisible, sugiere Vila-Matas.

Vila-Matas lo cuenta en un ensayo ficcionado sobre la Documenta de Kassel, celebérrima exposición de arte contemporáneo que se hace cada cinco años en esa ciudad alemana. Él estuvo en la anterior. En la que se viene desarrollando este año la instalación más emblemática es una megaestructura que su autora, la argentina Marta Minujín, construyó con libros prohibidos. Cien mil obras censuradas en algún momento en algún lugar que se levantan evocando las dimensiones del Partenón griego en la misma plaza alemana donde, el 19 de mayo de 1933, los nazis quemaron 2 mil libros. Un templo de andamios y papel ubicado frente a un museo que fue usado como biblioteca hasta que, en 1941, un bombardeo aliado quemó sus 350 mil volúmenes.

Todo está conectado por un hilo y una hoguera invisible, sugiere Minujín.

Minujín ya había hecho una instalación similar en 1983 –20 años después de que Vila-Matas descubriera los Camus prohibidos en la librería francesa de la capital catalana, 50 después de que los nazis quemaran los textos antigermanos en Kassel–, pero en Argentina. La conexión con Kassel no es nueva. Un artículo de Claudia Ferri da cuenta de hogueras similares a las nazis, en algunos casos gigantescas, como la quema de un millón y medio de publicaciones del Centro Editor de América Latina, y en otros de una crueldad que parece guionada: en 1976 el teniente primero Carmelo Barceló recorrió la biblioteca de un secundario técnico de Córdoba, eligió 19 libros de la biblioteca para quemarlos en el patio, y poco después, como en un macabro juego de espejos, la dictadura “eligió” 12 estudiantes para integrar la lista de desaparecidos.
La quema de 1976 fue un 2 de abril. El mismo día, pero de 1982, comenzaba la quema de toda una generación en la insana aventura de Malvinas.
Todo está conectado por un hilo, una hoguera, y una insania invisible, sugiere el Río de la Plata.

El Río de la Plata, pero de este lado, fue testigo en ese 1976 de una de esas esquinas para las que se reserva la palabra tragicómico: los militares uruguayos decomisaban la biblioteca de Tomás Cacheiro por abundar en libros acerca del cubismo. Y sin embargo no estaban tan errados. Pocas cosas más marxistas que esa vanguardia de comienzos del siglo pasado. Si se puede subvertir la perspectiva, qué no podrá hacerse con la plusvalía.

Lourdes Rodríguez, que evocó en La Diaria aquel episodio de la aversión castrense al cubismo, también registra quemas de libros en Uruguay. Sucedió en la cárcel de Punta de Rieles. No todo lo consumieron las llamas, sin embargo. Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano, se salvó del fuego. En un acto de prestidigitación bibliotecológica, las presas que estaban a cargo de catalogar los volúmenes lo habían camuflado bajo la materia “medicina”.

Todo está conectado por un hilo, una hoguera, una insania y una prestidigitación invisible, sugiere ese camuflaje.

Camuflaje de esculturas con libros no es algo nuevo. Aunque el kasseliano Partenón de Minujín no deja de ser algo decepcionante cuando se lo ve en directo. Esa estructura de andamios a la que se le adosaron ejemplares repetitivos envueltos en plástico parece, al contrastarse con lo que su concepto evoca, haber cedido a la pereza. ¿No era acaso un Partenón construido con libros lo que se prometía? ¿Volúmenes como ladrillos trabajosamente colocados unos sobre otros para dar la forma del evocado templo de la Acrópolis? Es que toda promesa encierra una decepción. Sobre todo cuando es una promesa construida en una expectativa propia basada en lo dicho por nadie.

En la otra gran exposición de arte contemporáneo que se está desarrollando en este momento, la Bienal de Venecia, también hay obras que usan los libros como arcilla. Takahiro Iwasaki, en la participación nacional de Japón, coloca en precario equilibrio, sobre una mesa veneciana, varios libros que tratan sobre temblores de tierra. Desde obras técnicas hasta La divina comedia. Pacientes esculturas de papel, hechas calando marcapáginas, trepan sobre esas montañas en forma de frágiles grúas.

Todo está conectado por un hilo, una hoguera, una insania, una prestidigitación y un temblor invisible, sugiere Venecia.

Venecia, en los jardines de su bienal, tiene un sendero de pedregullo que conecta la obra de Iwasaki con el pabellón nórdico. Ahí pueden verse guiones de Bergman partidos al medio y portadas agujereadas en una instalación de páginas rotas y ondulantes esculturas metálicas que, según su curador, intentan mostrar la dialéctica entre las conexiones y los límites.

Libros rotos.

Libros prohibidos.

Libros quemados.

No es el batir del ala de una mariposa en Brasil ocasionando un tornado en Texas, como propone el postulado de Norton Lorenz sobre el flujo determinista no periódico.

Es “el fascismo, como movimiento de la reacción armada que se propone el objetivo de disgregar y desorganizar a la clase trabajadora para inmovilizarla”, como señala Antonio Gramsci en sus Cuadernos de la cárcel. Disgregar y desorganizar atacando los libros que podrían ayudarla a ponerse en movimiento.

Una dialéctica entre las conexiones y los límites en la que incluso una llama apagándose puede plantearse como símbolo de resistencia de aquello que las hogueras vienen a quemar.

Por eso este artículo de 973 palabras habla, en el fondo, de una llama apagándose en lo alto de una refinería, dando testimonio de una huelga de hace 44 años en La Teja.

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