Mientras en su Italia natal amplios sectores estudiantiles, profesionales y hasta obreros se contaron entre sus seguidores, en la región latinoamericana el pensamiento de Antonio Negri estuvo acotado tanto temporal como socialmente a sectores más bien restringidos, aquellos que pudieron codearse con sus libros (de difícil acceso y comprensión) y tuvieron familiaridad conceptual con el filósofo y militante.
Sus trabajos iniciales están estrechamente ligados a la experiencia de los obreros industriales italianos de los años sesenta y setenta, sus tremendas luchas por el control del trabajo y el rechazo al ritmo agobiante de las cadenas de montaje, y el inicio de una deserción o fuga de las grandes fábricas.
Aunque en América Latina hubo también potentes luchas obreras contemporáneas con aquellas europeas (entre las que cabe destacar la de los mineros de Bolivia, el Cordobazo y otras insurrecciones similares en Argentina), los modos y los objetivos fueron completamente diferentes. En estas latitudes no cabía esperar la fuga de empleos difícilmente sustituibles, por poner apenas un ejemplo.
La corriente operaista inspirada por Mario Tronti y Negri, editores de la revista Classe Operaia (Clase Obrera, 1963-1966), fue una creativa teorización de los conflictos obreros europeos, al rehuir el dogmatismo comunista y estalinista. Por el contrario, en América Latina fue el trotskismo boliviano de Guillermo Lora el que reflexionó sobre las luchas mineras, mientras la clase obrera argentina contó con sus propios pensadores en algunos dirigentes, como Agustín Tosco, entre otros.
Un conjunto de revistas marxistas, como las argentinas Cuadernos del Sur, Acontecimiento y El Rodaballo, publicaron textos tempranos de Negri. En el ambiente universitario de Buenos Aires, su influencia teórica se hizo sentir con mayor peso. Pero fue la rebelión de diciembre de 2001, que destituyó al presidente Fernando de la Rúa, la que catapultó a Negri en la región, ya que coincidió con la publicación junto con Michael Hardt del libro Imperio, su obra más leída en el Río de la Plata.
Un joven activista de ese período, el actual politólogo Hernán Ouviña, lo recuerda de este modo: «Una pléyade de jóvenes y no tanto, que veníamos de diferentes búsquedas militantes (todas ellas con una misma vocación autónoma y forjadas al calor de las luchas antineoliberales), tuvimos la oportunidad de leer y debatir los borradores de este libro, a través de una traducción hecha desde la urgencia por compas argentinos que tenían vasos comunicantes con el posoperaísmo italiano y francés» (ANRed, 18-XII-23).
La tremenda efervescencia social argentina fue el aliciente para la lectura de textos que en otras circunstancias hubieran sonado poco atractivos, como sucedió con ese otro libro también popular por aquellos tiempos, escrito por el sociólogo y filósofo irlandés John Holloway, Cambiar el mundo sin tomar el poder.
En esos años surgieron grupos, a ambos lados del Río de la Plata, que se referenciaron en el pensamiento de Negri, entre los cuales destaca el Colectivo Situaciones (ya disuelto) y la editorial Tinta Limón, en Buenos Aires. En Brasil, el pensamiento de Negri se difundió de la mano del politólogo ítalobrasileño Giuseppe Cocco y la red de investigación y militancia Universidade Nômade.
La defensa de la autonomía es la principal razón del interés por el pensamiento de Negri. Desde la rebelión popular venezolana conocida como Caracazo, en 1989, resultaba evidente que los partidos de izquierda ya no eran capaces de conducir grandes luchas sociales. El año 2001 en Argentina confirmó la hipótesis de la caducidad de la izquierda como fuerza social transformadora, idea que se había expandido exponencialmente a raíz del levantamiento zapatista de 1994.
El autonomismo fue una búsqueda desde distintas veredas: desde intelectuales europeos y latinoamericanos hasta militantes desorientados ante la deserción de aquellas izquierdas devenidas en meras administradoras de lo existente. De ahí que temas como la autonomía (frente al Estado y los partidos), la no toma del poder y la construcción de contrapoder hayan tenido un auge justo cuando las calles se poblaban de jóvenes precarios que no tenían la menor simpatía por instituciones que sentían tan lejanas como opresivas.
El pensamiento de Negri fue cultivado por una nueva camada de intelectuales –radicales y autonomistas primero, pragmáticos y progresistas después– que a menudo se limitaron a repetir su vocabulario de forma casi mecánica, intentando hacer entrar la realidad local en conceptos abstractos fraguados en y para otras realidades. En suma, la deriva tradicional de las ideas eurocéntricas.
Conceptos como «trabajo inmaterial» y su relación con «multitud», en sustitución del concepto de clase, «capitalismo cognitivo» y «autonomía social», entre otros, fueron trabajados creativamente por Negri en diálogo con las obras de Gilles Deleuze, Michel Foucault y Baruch Spinoza. Como suele suceder, muchos de sus seguidores convirtieron sus ideas casi en moda intelectual, olvidando que el autonomismo italiano y la autonomía de los pueblos indígenas y negros muestran sintonías divergentes.
En la primera década del siglo XXI, Negri defendió algunos gobiernos progresistas de la región, en particular el de Luiz Inácio Lula da Silva, en Brasil, y se mostró optimista frente a la oleada de gobiernos de ese signo. Sin embargo, fiel a su trayectoria, sostuvo debates fuertes con ellos. Con el Partido de los Trabajadores (PT) mantuvo una fuerte polémica a propósito de los levantamientos juveniles de junio de 2013. A fines de 2016, luego de una estancia en el país, escribió un extenso artículo titulado «Notas sobre Brasil: ¿para dónde va el PT? ¿Para dónde van las luchas?» (EuroNomade, 5-XII-16, reproducido en portugués en Ponto de Debate, I-17).
Como buen comunista, aunque heterodoxo, se mostró sorprendido con que los dirigentes petistas defendieran la represión de las manifestaciones de junio de 2013 (en las que participaron 20 millones de personas durante tres semanas en 353 ciudades), bajo el argumento de que «esos movimientos amenazaban desde el inicio la mantención de nuestra gobernabilidad». Constató que la izquierda lulista tenía relaciones con los sindicatos y los sin tierra que calificó como «irrelevantes», que «tal vez subsistieran solo para fines de propaganda». Lo más grave, empero, es su convicción de que el PT utilizó la corrupción para asegurar la gobernabilidad, objetivo central del proyecto de Lula. «La idea de gobernar por medio de la corrupción, o sea, retomando el hábito de la derecha, no parece haber perturbado el proyecto del PT desde el principio», escribió Negri.
Algo similar constató en relación con la población afrodescendiente, la mitad más oprimida de Brasil: «El PT se convirtió en una fuerza blanca, pálida con relación a la cuestión racial y débil al confrontar las políticas neoliberales».
Este notable posicionamiento de Negri no tuvo la misma aceptación ni la misma difusión que sus libros porque, a diferencia de muchos seguidores, el italiano seguía creyendo en la crítica y la autocrítica. Sin olvidar que no pocos hicieron de la teoría un fin en sí mismo, sin la intención de fecundar la práctica, sino para sacarse lustre al citarlo.