Con Teresa Parodi, en el marco de Macondo: «La militancia no debe parar nunca» - Semanario Brecha
Con Teresa Parodi, en el marco de Macondo

«La militancia no debe parar nunca»

La cantora correntina, que fue la primera ministra de Cultura de Argentina, vino a brindar dos hermosos recitales al Teatro Solís. Su espectáculo se llamó El otro país; lo presentó en la sala Zavala Muniz junto con sus nietos Emilia y Ezequiel Parodi en teclados y guitarra,  y con el acompañamiento del genial Facundo Guevara en percusión.

HÉCTOR PIASTRI

—¿Por qué tu espectáculo se llama El otro país?

—Alguna vez hice un disco que se llamó así y todo el mundo me preguntaba por qué. Entonces, en el afán de explicar eso, escribí una canción con el mismo nombre. Pero es muy gracioso, porque la canción quedó fuera de ese disco. O sea, «El otro país» no está en El otro país, sino en el disco siguiente. Yo siento que en mi tierra hay dos países, uno mira hacia afuera, tiene los intereses puestos en otro lado, y otro mira hacia adentro. No es una cuestión geográfica, es una cuestión ideológica y emocional: ¿desde dónde te parás a mirar el mundo?, ¿desde tu propio adentro, con los tuyos, con tu comunidad, o casi desde afuera de tu propia humanidad? Lo conozco mucho a mi país porque trabajé desde muy joven. Soy del interior de una provincia del interior, Corrientes. Pero, además, a los 19 años me fui a vivir al monte misionero por una cuestión ideológica. Decidí irme a ser maestra donde hacía falta, porque había muchos lugares donde faltaban maestros en las regiones más hondas, más profundas de la Argentina. Desde el monte misionero, mirar el país es algo muy distinto que mirarlo desde una gran ciudad. Esa experiencia fue tan importante que cambió mi vida. Así que esa canción, «El otro país», es, en realidad, la madre de todas mis canciones. Es la matriz, aunque la haya escrito después que muchas otras.

—¿Por qué traer ese título a este presente?

—Es que el nombre de este encuentro es Macondo, y eso supone hablar de América Latina. Quizás ese otro país también sea un país imaginario, porque todavía no lo hemos podido concretar del todo. Un país donde haya una inclusión total, y entonces todos y todas tengamos la oportunidad de construir vidas con alegría, vidas con futuro, respetando los derechos humanos. Quizás ese país es el que estamos buscando todos los pueblos de América. Y sentí que había un parentesco entre ese país y el Macondo imaginario de García Márquez. Creo que esta convocatoria es una oportunidad para interroganos sobre lo que está pasando, sobre el giro casi perverso que está tomando el mundo hacia un pensamiento destructivo al que no le importan en absoluto las personas.

—¿Cómo te parece que eso resuena en Uruguay, como país latinoamericano?

—Mi primer gran amigo uruguayo fue Alfredo Zitarrosa. Me invitó a venir a un concierto que se hacía en los albores de la democracia, me esperó en el aeropuerto y me hizo recorrer Montevideo. Fue mi anfitrión y me contó la ciudad de una forma tan especial que se quedó para siempre en mi corazón. Luego no tuve una presencia artística muy grande aquí, aunque estuve como invitada de Jorge Nasser, de Ana Prada. También vine con Liliana Herrero al festival Música de la Tierra. Pero recién ahora, en esta instancia, vengo a presentar un concierto mío, propio. Y no sé qué expectativa tengo. Hay artistas uruguayos que fueron referentes de toda una manera de pensar en América Latina. Tengo que nombrar a Viglietti, con quien también tuve una amistad muy hermosa. Alfredo y Daniel dejaron una huella muy profunda, un norte, o mejor dicho un sur, un sur bien claro. Cultivaron la poesía honda, la búsqueda de contenido en las canciones, la necesidad de dar testimonio de la época en la que vivimos. Yo me siento naturalmente hermana de esa manera de pensar la canción y la historia.

—¿Cómo estás sintiendo a la comunidad de mujeres cantoras en América Latina?

—Años atrás, nos costaba mucho más ocupar lugares concretos en los movimientos musicales. Las colegas contaban que les costaba tener una banda con varones porque ellas proponían arreglos y se hacían, pero nadie decía que eran suyos, y otros miles de cosas increíbles. Igual, mi generación tuvo grandes referentes: María Elena Walsh en el campo autoral y Mercedes Sosa, claro, que fue la gran intérprete de la música de todo el continente. Pero, sí, todavía tenemos que tener en Argentina ley de cupo para que las mujeres sean llamadas en igual medida que los hombres. Yo aspiro a que un día desaparezca el cupo, que sea natural que nos llamen porque nos hemos ganado el espacio. Lo bueno es que, si antes las trayectorias eran individuales, ahora se lucha colectivamente. En mi recital voy a cantar una canción que se llama «Dondequiera que van», que está dedicada a ese movimiento de mujeres. Y a las pioneras, las que rompieron el fuego, porque no podemos olvidarlo: la lucha no empieza cuando una llega, está desde mucho antes y ha costado mucho.

—¿Cómo fue la experiencia de ser ministra de Cultura y trabajar con Horacio González cuando él dirigía la Biblioteca Nacional?

—Cuando la presidenta Cristina Fernández de Kirchner me llamó para decirme que quería crear el primer Ministerio de Cultura, para mí fue un honor altísimo. Hacía años que no podíamos comprender que la cultura, tan central en la vida de los pueblos, en la construcción ideológica, solo fuera una secretaría. Así que tener un ministerio fue darle un corolario a la política que tuvo el kirchnerismo desde el primer momento, que fue poner a la cultura en un lugar central, porque un proyecto político es cultural o no es nada. Llevar adelante el ministerio fue una tarea fascinante. Tuvimos poco tiempo, un año y ocho meses, pero lo pusimos en marcha. Y casi todos los lunes iba a la biblioteca a reunirme con Horacio, mi amigo, el compañero de Liliana. Era increíble, tan luminoso. Nos sentábamos a pensar políticas de Estado, a discutirlas y analizarlas; buscábamos la permanente construcción de pensamiento, de acciones que enriquecieran el entorno y que, al mismo tiempo, reflejaran todo lo que estaba pasando en la cultura. Horacio le dio un giro extraordinario a la Biblioteca Nacional, era un lugar muy vital en la construcción de la cultura argentina. Ahí se entraba para reflexionar, para cuestionar, incluso dentro de nuestro propio proyecto nacional. Esa interpelación constante que nos proponía Horacio era extraordinaria, porque nos hacía sostenernos y apelar otra vez a la memoria y a la construcción colectiva.

—¿Cómo ves ahora la política argentina?

—Una cosa importante que tenemos que aclarar es que no todos los jóvenes siguen a Milei. Hay muchísimos que hacen trabajos increíbles, incluso en las redes. Son ellos quienes están convocando a otros de su edad para entender lo que está pasando, qué es lo que no vieron, lo que no les contaron, dónde se cortó el hilo. Quizás nosotros nos creímos que había cosas sobre las que ya no había necesidad de seguir hablando. Es muy ahora lo que nos pasa como para pensarlo en perspectiva, y quizás tenga que pasar un poco de tiempo para mirar más de lejos esta situación, pero creo que tiene que ver con que, a lo mejor, dejamos de repetir algunas cosas. Que existieron las torturas, los centros clandestinos. Que la democracia, si bien tiene 40 años, es algo nuevo. Y aunque estén las madres y las abuelas, aunque aparezcan los nietos recuperados, la militancia no debe parar nunca. Siempre hay que estar hablando, construyendo con otros. Hebe de Bonafini decía eso: «La lucha no termina». Todos los días hay que construir memoria.

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