Yo veo el futuro repetir el pasado.
Veo un museo de grandes novedades.
Cazuza, “El tiempo no para”
¿De qué hablamos cuando hablamos de la nueva derecha? Si algo se puede observar nítidamente, es que la “nueva derecha” no tiene rupturas significativas con las derechas neoliberales tradicionales. Lo que quizás se podría destacar como novedad es su permanente adaptación a las nuevas lógicas del mercado y el aprovechamiento de la base social que los progresismos han descuidado, incluida la clase media. Con todo, esto queda en entredicho si se atiende a su discurso y su accionar. Porque la nueva derecha es también la zombificación de la derecha misma, un discurso que cae en la autofagia y simula un universo suspendido o cristalizado en un conjunto de categorías.
Por ejemplo, en el siglo XIII los nominalistas separaron las nociones de lenguaje y mundo. A partir de la teoría averroísta de la doble verdad, lograron separar la religión de la ciencia y la política de la religión. La nueva derecha, con sus arranques de integrismo católico o evangélico, reconecta –en un mismo mazacote conceptual– religión, naturaleza, ciencia y política. Pensemos en Verónica Alonso cuando afirmó en campaña, durante un evento organizado por la iglesia Misión Vida: “Estoy convencida de que Dios tiene un propósito, con esta nación y con nosotros acá. Así que nos va a ir muy bien, porque si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?”. La nueva derecha es, por lo tanto, prenominalista.
En el siglo XVIII Kant hizo la crítica de la metafísica y de la realidad al afirmar que todo lo que existe existe en la mente. La nueva derecha, sin embargo, afirma el mundo tal cual es y las condiciones que lo sostienen son presentadas como realidades inmutables. Pensemos en la apelación constante de Juan Sartori –uno de los lugares comunes de sus discursos– al “sentido común de la gente”. Esa construcción interpretativa del mundo lo vuelve completamente ajeno al devenir y sólo responde pulsionalmente a las leyes económicas más cancerígenas. La nueva derecha es, por lo tanto, prekantiana. Pero, antes de Kant, Descartes hizo la crítica de la autoridad y de la tradición al deducir que ninguna de las dos puede ofrecer un fundamento firme para nuestros juicios. ¿Y qué es lo que la nueva derecha más ama, aparte de la tradición y la autoridad? Los discursos y el accionar de Guido Manini Ríos suelen ser bastante ilustrativos al respecto. La nueva derecha es, por lo tanto, precartesiana y prerracionalista.
En los siglos XIX y XX, el psicoanálisis insertó la sexualidad en la médula de la actividad simbólica y colaboró con poner en evidencia que la unión entre sexo y género, anatomía y deseo, no es indisoluble ni responde a ningún esencialismo, sino que está sometida a las determinaciones socioculturales de una época. En la medida en que es profundamente sexista y naturalista, la nueva derecha es prefreudiana. Cómo no recordar las palabras de Luis Lacalle Pou al fundamentar que eligió a Argimón para su fórmula presidencial porque “tiene condiciones que obedecen a su género: una forma de tratar, una forma de sentir, una forma de entender, un buen humor, una persona muy afable, con una sensibilidad muchas veces distinta a la de los varones”. O a Iafigliola cuando afirma que los defensores de la “ideología de género” “niegan la biología”. “Niegan que nacemos varón y mujer. Eso para nosotros es cuestionable, porque es clarísimo que se nace varón o mujer; la ley natural lo respalda.” Y, por otro lado, cuando defiende valores universales, la nueva derecha muestra que jamás comprendió ni al tan vapuleado Marx. No entendió que todo valor universal es un valor particular universalizado, o sea, es ideología.
Ante todo eso, al recurrir a Dios, a la tradición, a la autoridad, al sexismo, a la realidad, a la verdad, a la naturaleza, a la moral, o a la universalidad, la nueva derecha no está produciendo siquiera una crítica válida a los mal llamados gobiernos populistas o a la izquierda en general. Ni siquiera al progresismo. Ella está siendo apenas una sinfonía desafinada de detritus anacrónicos premodernos. Un teatro de entidades fantasmagóricas que repiten creencias y conceptos anteriores al siglo XIII en pleno siglo XXI.
* Martín Rastrillo es un perfecto desconocido. Se alimenta de las sobras de la campaña electoral. Su arte es desnudar lo efímero. Lo inspiran las tormentas que vendrán.