La OTAN, Rusia y la nueva Guerra Fría - Semanario Brecha
El riesgo de la conflagración nuclear

La OTAN, Rusia y la nueva Guerra Fría

El mundo está inmerso en una nueva Guerra Fría, mucho más peligrosa e impredecible que la anterior. Mientras que la confrontación que signó la segunda mitad del siglo XX tuvo su epicentro en Berlín, la actual lo tiene en Ucrania, un territorio del espacio postsoviético que Moscú considera vital para su supervivencia. A su vez, los acuerdos de reducción de armas que sentaron las bases para el período de la distensión en los años setenta, y luego para el desenlace pacífico de la confrontación geoestratégica a fines de los ochenta, hoy han expirado o se encuentran suspendidos.

El retiro formal por parte de Estados Unidos del Tratado de Misiles Antibalísticos (ABM, por sus siglas en inglés) durante la administración de George Bush en 2002; así como del Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (INF) en 2019 y del Tratado de Cielos Abiertos en 2020 durante el mandato de Donald Trump, van en este sentido. A ello se le suma la reciente decisión de Vladímir Putin de suspender la participación rusa en el Tratado New Start, que había sido firmado por ambos países en 2010 y prorrogado en 2021 hasta 2026. Además de cercenar la cooperación bilateral para el desarme y la confianza mutua a partir del intercambio de información, estos hechos implican la ausencia de normas vinculantes para la prevención de una carrera armamentística entre las mayores potencias nucleares del mundo.

En un contexto de guerra, y de creciente polarización en las relaciones entre Rusia y los países de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), una escalada bélica que implique el uso de armas nucleares se plantea como una hipótesis factible. A tal punto, que el grupo de científicos a cargo del «Reloj del Juicio Final», que desde hace 75 años analiza las probabilidades de la extinción de la humanidad, adelantó dicho reloj a unos 90 segundos para la medianoche, lo que supone la advertencia de un riesgo inédito para la supervivencia de la especie debido a una eventual guerra nuclear desatada por el conflicto en Ucrania. Por lo tanto, estamos ante un escenario similar o peor que el de la crisis de los misiles de 1962.

¿CÓMO LLEGAMOS A ESTO?

A nivel general, existe un consenso de que el fundamento de las fricciones entre Rusia y Estados Unidos está en la expansión de la OTAN hacia el Este luego de la disolución del Estado soviético en 1991. La consecución de acuerdos bilaterales en asuntos clave como el desarme nuclear parecía instaurar una nueva era de cooperación entre ambas superpotencias, a partir de una mayor apertura en la conducción de una Unión Soviética signada por las políticas de glasnost y perestroika implementadas por Gorbachov. No obstante, el triunfalismo estadounidense tras el derrumbe del mundo comunista y el aprovechamiento de las vulnerabilidades de una Rusia debilitada en los años noventa sembró rápidamente la desconfianza y el resentimiento en las relaciones Este-Oeste.

La ampliación de una organización militar creada para contener a Moscú entró en disonancia con el aparente inicio de una era de asociación del mundo postsoviético con Occidente, en tiempos de un sistema internacional pautado por los cambios políticos y económicos de la globalización. La aceleración de los procesos transnacionales, así como la preeminencia de las nuevas agendas para la cooperación internacional –signadas más por el desarrollo sostenible, económico y social que por los asuntos estratégico militares–, instaló la idea, amplificada por Francis Fukuyama en El fin de la historia, de un mundo que asumía las vulnerabilidades compartidas mediante la universalización de la democracia liberal y el libre mercado, desde una perspectiva de prevalencia histórica del liberalismo occidental frente a otras ideologías-cosmovisiones.

Sin embargo, mientras que en un contexto de crecientes interdependencias, el secretario general de las Naciones Unidas, Kofi Annan (1997-2006), planteaba la necesidad de redefinir las soberanías nacionales en función de un interés colectivo para enfrentar los desafíos de la humanidad, la configuración de un orden unipolar legitimado en la hegemonía de Estados Unidos dejó entrever los excesos de un excepcionalismo planteado por el establishment estadounidense para la consecución de sus intereses nacionales. El bombardeo de la OTAN a la ex Yugoslavia en 1999 bajo el pretexto de una intervención humanitaria y la invasión de Irak en 2003, ambos sin la aprobación del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, son ejemplos de ello. En este sentido, un sistema internacional tan gravitante en torno a un único centro de poder implicó el peligro que el politólogo John Mearsheimer ya advertía en relación al uso de las instituciones internacionales por parte de los Estados hegemónicos como herramientas para alcanzar «su propio propósito egoísta».1

George Kennan, el historiador y diplomático estadounidense que ideó la política de contención frente a la Unión Soviética durante la Guerra Fría, no dudó en mostrarse crítico de una contención de Moscú con énfasis en lo militar y abogó en su lugar por una de carácter más político, económico e ideológico. En una columna publicada en el New York Times en 1997, centrada en los problemas que implicaría una eventual ampliación de la alianza militar hacia el Este, auguró que ello sería «el error más fatídico de la política estadounidense en toda la era de post-guerra fría» (The New York Times, 5-II-97). Más aún, advirtió que tal decisión contribuiría a las tendencias más nacionalistas y antioccidentales en la opinión pública rusa, restauraría una atmósfera de Guerra Fría en las relaciones Este-Oeste e impulsaría a Moscú a desarrollar una política exterior contraria a los intereses de Occidente.

A 26 años de esa publicación, tales aseveraciones no podrían ser más elocuentes. Luego de las diversas ampliaciones de una alianza militar que llegó a las fronteras de Rusia y con la guerra en Ucrania sin perspectivas de paz, en la que Occidente participa mediante la provisión de armas y otros recursos, la nueva Guerra Fría se muestra aún más peligrosa debido a la posibilidad de un enfrentamiento directo entre Rusia y la OTAN. La reciente visita a Kiev del secretario general de dicho organismo, Jens Stoltenberg, en la que anuncia el compromiso informal de la alianza militar para el ingreso de Ucrania «al lugar que le corresponde», no hace más que alejar las posibilidades de negociación.

Asimismo, la continua instigación del gobierno polaco –incrementada tras la visita del presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, a Varsovia– a que Europa aumente la provisión de armamento letal a un gobierno ucraniano que insiste en prolongar la guerra contra una potencia nuclear a costa de su propia población (y la del resto del mundo), presiona el conflicto hacia un punto de no retorno y amplía la posibilidad de un escenario de guerra mundial. El peligro de esta lógica en la que solo puede haber derrotados y ganadores ya fue advertido por el sociólogo alemán Jürgen Habermas, quien problematizó en torno a las consecuencias del apoyo militar a Kiev, defendiendo la cautela del canciller alemán, Olaf Scholz, frente a aquellos que abogan, tanto dentro como fuera del país, por un mayor involucramiento de Alemania en el conflicto (Süddeutsche Zeitung, 28-IV-22). Más particularmente, apuntó contra una nueva generación de políticos europeos, acostumbrados a exigir mayores compromisos en cuestiones normativas, a los que el estallido de la guerra los sacó de sus «ilusiones pacifistas» para identificarse con la insistencia moralizante de un régimen ucraniano decidido a ganar, sin advertir las lecciones del pasado.

PERSPECTIVAS

A pocos días de la conmemoración de la victoria sobre el nazismo en la Segunda Guerra Mundial, la incertidumbre que provoca esta guerra en un contexto de crisis hegemónica en el sistema internacional urge a las potencias a encontrar mecanismos de negociación para proyectar un nuevo orden más plural. El mundo emergente se ha mostrado más asertivo en ese aspecto. En este sentido, se destaca la propuesta de paz presentada por China, inspirada en su iniciativa de Seguridad Global de 2022, en la que afirma la necesidad de tomar en serio las preocupaciones de seguridad de todos los países y sostiene que la seguridad y el desarrollo sostenible están fuertemente ligados en un mundo interconectado. A ello se suman las iniciativas negociadoras de los gobiernos de México y Brasil, autónomas de los posicionamientos de Occidente. El balance de poder que implica la multipolaridad quizás deje atrás los excesos de un orden liberal internacional que va quedando en el pasado, y provea de mayor legitimidad a un multilateralismo plural que amortigüe los conflictos del futuro.

1. Mearsheimer, John. (1995). «A Realist Reply», International Security, Vol. 20, n.° 1, págs. 82-93.

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