Cuando las condiciones en que se ve un espectáculo de Carnaval se acercan demasiado a la excelencia, la comodidad absoluta y la virtual ausencia de imprevistos, hay que vigilar que el propio Carnaval no se esté alejando más y más.
Si uno piensa en Carnaval, se imagina tibias noches bajo las estrellas, en tablados coloridos con olor a humo y a chorizo y gurises correteando. Y pasto, en alguna parte puede haber pasto, y hasta algún árbol. Pero lo esencial es que sea al aire libre y haga calor.
La realidad es que muchos días de Carnaval son fríos y ventosos, cuando no lluviosos. Hay febreros poco amigables en cuanto al estado del tiempo, y en ellos suelen reflotarse ideas como techar el Teatro de Verano (o, últimamente, hacer el concurso entero en el Antel Arena) o hacer los tablados en lugares cerrados.
Es verdad que cuando había algunos tablados techados venía muy bien que justo te tocaran cuando llovía. Estaban de bote a bote, y el conjunto sumaba un tabladito más. Igual, una cosa era el Albatros o el Larre Borges (clubes de barrio que, salvo el cielo, mantenían todo lo demás) y otra ir a actuar en un cine moderno que hace carnavales de gala o cosas así. Eso lo descarto como espectáculo carnavalero, teniendo como única ventaja la de no perder un día entero de trabajo.
Es que cada música o género tiene su ámbito, y eso no siempre se entiende. Se nos ha metido tanto el verso de que la música es un arte etéreo y abstracto, que nos lo creímos. Pensamos que, para cualquier género, lo ideal es escucharlo en perfectas condiciones de amplificación, sin ninguna interferencia sonora, sentados y concentrados. O si no (como en el caso del rocanrol) con un volumen tal que las interferencias sonoras desaparecen solas. Pero no es necesariamente así. Si me recomiendan oír el canto de los pescadores de no sé dónde, probablemente tenga que recurrir a una grabación o un video, pero al menos puedo tratar de imaginarme lo que sería estar ahí. Y claro, si tengo la suerte de verlo in situ y poder oírlo muchas veces, capaz que llego a tener una aproximación a ese mundo. Si un empresario trajera a un grupo de esos pescadores al Sodre para interpretar sus canciones, nos perderíamos el sonido del mar, el olor a pescado, los diálogos en un idioma raro, las aves marinas esperando las sobras, el ruido del trabajo y mil cosas más. Por algo cuando uno ve por primera vez una música en su medio natural (ponele, una orquesta de jazz en un bar de Nueva Orleans), después los discos le suenan bien distintos.
El Carnaval de teatro cerrado no es Carnaval: es una especie de representación teatral de este. Y, a pesar de las múltiples maldiciones que la lluvia me ha hecho lanzar en tantos febreros, también es cierto que las mejores dos o tres actuaciones en que recuerdo haber participado fueron hechas bajo lluvia. Citaré una en especial: en una parte cantábamos que ya habíamos llegado a esa parte de la actuación en que si se suspende por lluvia te pagan igual. Fue cantar eso y se largó a llover, y todos los que estábamos en el tablado –salvo, tal vez, el dueño– nos empezamos a reír, y la gente aplaudía como si hubiera sido un efecto buscado, cuando era claro que ni el mismísimo Pinocho Sosa podría lograr tal sincronía letrístico-meteorológica.
Es cierto que el mal tiempo puede llegar a producir pérdidas económicas, como pasó con algunas comparsas que se empaparon durante largo rato en las recientes Llamadas. También es cierto que el Carnaval de la tevé no piensa en el Carnaval de la calle; lo lógico sería que en una fiesta callejera no hubiera tantas cosas (y tan caras) que se pudieran echar a perder por una lluvia.
Parte de lo lindo del Carnaval es esa imprevisibilidad; es estar mirando el cielo desde temprano y haciendo fuerza para espantar las nubes. Es un poco como acampar; ¿quién no recuerda aquellos campamentos entre cerros, cuando uno iba totalmente regalado a un lugar donde había que llevar toda la comida porque no había almacenes, ni casas, ni nada? Sí, también podés ir a un hotel en un balneario, pero son cosas bien distintas. Desde siempre, la humanidad viene recorriendo su historia en el sentido que va del campamento agreste al hotel cinco estrellas, de los bancos de tablones al teatro moderno, y el Carnaval no es la excepción; pero hasta cierto punto debería. Para cosas como la perfección y la justeza están los estudios de grabación, las definiciones por penales y los quirófanos.