El miedo, esa característica del fascismo corriente, cualquiera sea el ropaje con que se vista, tiene la cualidad de perdurar en el tiempo, siempre y cuando, de tanto en tanto, se lo realimente con esmero para que la gente no lo olvide. En el caso de Uruguay, fue impulsado con ímpetu asesino en la dictadura; la impunidad del aparato autoritario, que facilitó el terrorismo de Estado, expandió el miedo sobre la sociedad como una espesa capa viscosa, que parecía que iba a diluirse con el retorno de la democracia. Pero no: bastó que una porción importante de la llamada clase política diera una señal en el momento oportuno para que el miedo se revitalizara, se proyectara indefinidamente en el tiempo y se mantuviera vigente hasta el día de hoy, a 50 años de su despliegue y a 36 años de la redemo...
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