Más temprano que tarde, el MACA (Museo de Arte Contemporáneo Atchugarry) se está transformando en un polo de atracción cultural en el este. Y lo está haciendo gracias a su vistosa arquitectura, bien enclavada en el paisaje natural, a una serie de eventos con cierto aire «glamoroso» –homenajes a figuras del teatro rioplatense, presentación de libros, proyección de cine– y también con contundentes exposiciones de arte. La presente reúne los talentos ya de por sí unidos en el matrimonio y en el arte geométrico: María Freire (Montevideo, 1917-2015) y José Pedro Costigliolo (Montevideo, 1902-1985).1 A las exposiciones de temporada estival de Le Parc y Kuitca le sucedieron estas no menos interesantes de Freire y Costigliolo. El acierto se verifica en varios planos. En primer lugar, el montaje casi simétrico –se comienza por una gigantografía de Costigliolo y se sale por otra de Freire y a la inversa– garantiza un recorrido que, sin ser lineal ni totalmente circular, ya que tiene vericuetos y numerosos meandros, aporta racionalidad y ritmo sostenido a la visita. Se sacrifica la posible comparación de obras o el «diálogo» sincrónico entre los dos –puntualmente recogido en alguna sala–, pero se gana en conocimiento del camino creativo individual. Por otra parte, el/la visitante puede volver sobre sus pasos para estudiar períodos y estilos, y así buscar las conexiones y las diferencias entre las trayectorias de cada artista. En segundo lugar, pero siguiendo el precepto anterior, los textos de sala del curador Gabriel Pérez-Barreiro son claros e ilustrativos, sin desmedro de la profundidad. Esto se aprecia también en el lujoso catálogo y en los ensayos de Pérez-Barreiro, Ana María Franco y María Amalia García. Tal vez la mirada extranjera –español residente en Nueva York el primero, colombiana la segunda y argentina la tercera– les posibilitó la distancia apropiada para un abordaje que comprendiera las implicancias formales e ideológicas de esta unión artístico-afectiva, eludiendo el tentador anecdotario doméstico. Los viajes compartidos a Europa y a las bienales de San Pablo, con sus respectivos envíos, el trabajo en el mismo taller de Pocitos, luego en el Centro, las numerosas muestras en conjunto revelan más que nada la comunión mental y anímica de la mujer y el hombre, su profunda sintonía. Impacta el compromiso extenso y hasta se diría temperamental con el arte abstracto. No solo por ser pionero en Uruguay, sino por una consistencia y un rigor poco frecuentes en el contexto local. Es cierto que ambos partieron, a destiempo –Costigliolo era 15 años mayor que Freire–, desde la figuración, estilizada en el diseño gráfico de él y en las máscaras de reminiscencias africanas de ella, pero una vez que se conocieron, en 1952, primó el abstraccionismo puro en ambos, con múltiples variantes. En Freire se aprecia un carácter más orgánico, en especial en sus esculturas, y una capacidad de teorización –fue también docente y crítica de arte– que le dan un sesgo distintivo, con sutiles referencias históricas (véase las series Capricornio y Córdoba). Costigliolo destaca por la racionalidad de sus soluciones gráficas y su delicado sentido del orden o, mejor dicho, de la fragilidad del orden, siempre amenazado por la inminencia del caos y la tensión interna de sus geometrías –véanse sus vitrales o su serie de rectángulos y cuadrados–. Las influencias fueron recíprocas y eso es algo que se hace palmario en esta exposición, imperdible para los amantes del concretismo sudamericano.
1. «María Freire y José Pedro Costigliolo, una relación constructiva», hasta el 20 de noviembre.