La sociedad de la piedra - Semanario Brecha
El testimonio del ciudadano venezolano José Solorzano, víctima de trata en Artigas

La sociedad de la piedra

Ya se ha divulgado que el sábado pasado la Justicia artiguense formalizó a seis personas por el delito de trata. Brecha obtuvo el relato exclusivo de uno de quienes lo sufrieron.

↑ Una de las canteras de extracción de piedras en la zona del Catalán Grande, departamento de Artigas X Turismo Uruguay

A mitad de camino entre Caracas y el delta del Orinoco, 75 quilómetros al sur del Caribe, se levanta la ciudad de Anaco, con fama de ser el «corazón gasífero de Venezuela» y una población similar a la del conurbano Maldonado-Punta del Este. De allí es José Solorzano, de 53 años. Hace siete que está solo para hacerse cargo de sus hijos. Es operador de maquinaria pesada, pero por allá el trabajo escaseaba y entonces decidió enviar su currículum –por Telegram– a varias agencias de colocaciones. «Entonces», narró José al semanario, «me llamó una muchacha». A los efectos de esta nota, esa chica será E.,1 psicóloga, según dice, o al menos estudiante de esa carrera en la Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado, de acuerdo a una nómina de esa casa de estudios disponible en la red.

Como E. le contó a José que era de Barquisimeto –metrópoli del noroeste venezolano–, el hombre pensó que le iba a ofrecer trabajo en su país. «Cuando me dijo que se trataba de trabajar en Uruguay, le dije que posiblemente no podría, pues yo era padre soltero.» Pero ella insistió e hizo una nueva llamada, por WhatsApp, en la que intervino también un uruguayo, M., a quien presentó como «su jefe, el dueño» del emprendimiento minero que deseaba contratarlo, ubicado cerca del arroyo Catalán Grande, en Artigas.

E. y M. le dijeron que les gustaba su currículum. «Me hablaron de que, no bien llegara a Uruguay, pondrían 500 dólares en la cuenta de los niños. Y, como en mi último trabajo había sido supervisor, me preguntaron si yo no conocía a otra gente. Nuestro país está bastante fregado y yo tenía muchos amigos desempleados. Empecé a llamarlos. Vinieron a casa. “Joseíto, no nos dejes afuera”, decían unos. A otros no les gustó la iniciativa. Al final éramos un equipo de 14 personas. Los de la empresa hablaron con cada uno e hicimos varias videollamadas de los 14 con tres representantes de la empresa: E., M. y también D., el que maneja el dinero», siguió contando José.

Así se convinieron las condiciones del contrato. La paga incluiría un bono mensual de 500 dólares para los operadores y de 250 para los ayudantes, monto que se depositaría directamente a las familias, como parte de un sueldo de entre 2.500 y poco más de 3 mil dólares, sujeto a la producción. «¿Y quién no iba a aceptar aquello, si estábamos sin trabajar? Además, nos pagaban los pasajes y la comida. En Venezuela, con 2 mil dólares, usted compra una casa. Imagínese lo que puede hacer con 3 mil. Yo me decía: “Con esto, en un año de trabajo, me vuelvo y monto un negocio”.» Entre tanto, para que sus hijos tuvieran de qué vivir hasta que llegara el primer bono, José vendió una motocicleta. «La regalé, no fue que la vendí bien», lamentó.

Si bien los empresarios estaban urgidos porque los trabajadores vinieran cuanto antes (inicialmente querían que lo hicieran el 24 de diciembre), estos recién lograron partir desde Venezuela el 9 de enero, en ómnibus. La compañía Expreso San Cristóbal los llevó hasta la frontera con Brasil, a la altura de Pacaraima, estado de Roraima.

«Entramos como turistas. Nos habían dicho que declaráramos que íbamos como turistas y que no pasáramos amontonados. Nunca los 14 juntos. Cuando llegáramos a Uruguay, teníamos que hacer lo mismo. El argumento era que si decíamos que veníamos por trabajo nos iban a pedir el nombre de la empresa y muchas otras cosas.»

Pero aún faltaba camino. El 10 llegaron a la amazónica Manaos, donde pasaron la noche. Allí José recibió dinero para pagar el hotel, la comida y los boletos de avión. Hicieron escala en Brasilia y volaron luego hasta Montevideo. «Todo el mundo estaba emocionado con la posibilidad de sacar adelante a la familia», comentó.

«En Montevideo nos recibió E. Nos subieron a una van y nos llevaron a cenar a un restorán que está en la orilla de la playa. Allí conocimos personalmente también a M. Volvimos a hablar sobre las condiciones pactadas y ellos insistieron en que todo se iba a cumplir», aseguró el anaquense. En Artigas los recibió S., quien se presentó como encargado de la cantera (aunque legalmente figura como su titular) y le entregó a José las llaves de un bus, para que se trasladara con su gente hasta el establecimiento.

«Los baños estaban horribles. No había dónde dormir. Estaba todo sucio, no había ni un ventilador; nunca lo habría. Y nos pusimos a recoger basura y a ordenar. “Los que queremos estar cómodos somos nosotros”, nos dijimos.» Al otro día apareció la gente de la empresa y durante la semana siguiente los inmigrantes fueron instruidos acerca del trabajo que debían hacer. «No nos hablaban del bono, pero nosotros, como unos pendejos, estábamos con la pena de que recién estábamos llegando. Ya a la otra semana yo llamé a D. y le expliqué que estábamos necesitando el dinero prometido. A mí me dieron 300 dólares, a los otros, entre 100 y 150. De ahí en adelante nunca más vimos plata.»

En las conversaciones iniciales los representantes empresariales les habían informado que la jornada mínima requerida era de ocho horas, pero que sería estupendo si hicieran horas extras. «¿Y nosotros qué íbamos a hacer si habíamos venido a trabajar y estábamos ahí, aislados, sin televisión siquiera? Yo trabajaba desde las seis de la mañana hasta las doce de la noche. Los otros trabajaban hasta las diez. Hubo una semana en que metimos 50 y pico de horas y nos mandaron parar, limitándonos el tiempo extraordinario.»

«Nos habían quitado la documentación completa», recuerda José. Al respecto, detalla que la acusación de la fiscal Sabrina Massaferro decía que «el día 15 de enero les fueron retenidos los documentos por la imputada M.», que era la abogada de la empresa y también la jefa de la sección notarial del Ministerio de Defensa, cuyo nombramiento ha sido objeto de discusión parlamentaria en estos días. «Cada vez que [los venezolanos] reclamaban [los documentos] les decían que estaban en otro lugar, o en Montevideo, o en una chacra, o en una caja fuerte», añadía la fiscal.

Naturalmente, la gente se empezó a inquietar. José recuerda que le decía a D., aquel que manejaba el dinero: «“Mira, vamos a hacer los contratos. ¿Qué ha pasado con nuestros papeles?” Y en esos días sucedió que mi hija de 17 años se desmayó dos veces en la universidad. Se descubrió que era por un problema de la tiroides. Entonces, también le dije a D. que necesitaba un adelanto de 500 dólares para girar a mi familia, para que pudieran enfrentar los gastos médicos. Él me dijo que tenía algunos reales, pero en Estados Unidos, que después iba a ver cómo iba a hacer. Me barajeó mucho las cosas. “Pero si a Manaos tú me mandaste el dinero al momento, ¿por qué ahora todo este problema?”, le decía yo. Para entonces ya todo el mundo estaba molesto. Yo les decía a los compañeros: “Si nos vamos, hagámoslo todos juntos”».

El 31 de enero, la liquidación confirmó la sospecha de haber caído en una trampa. En el recibo de sueldo de José –al que Brecha pudo acceder–, su categoría laboral no es de operador de maquinaria, sino de «peón cavero», de menor salario. Aunque para entonces llevaba al menos 15 jornales trabajados, le pagaron ocho: 8.562 pesos de salario bruto, 6.979 pesos nominales; en la mano nada, porque nada se le pagó. Y la empresa no podría aducir insolvencia, si cupiera. De acuerdo a los registros de Uruguay XXI, en 2023 exportó piedras por un valor de 496 mil dólares y este año, es decir, en buena medida gracias al trabajo de los venezolanos, por 89 mil dólares.2

Fue entonces que le propusieron ir a San Pablo, para traer de esa ciudad brasileña a otro grupo de venezolanos que se integraría al trabajo en la cantera. Ahora José cree que se lo querían sacar de en medio, pero en ese momento lo que valoró fue que «metido en esta vaina yo ya estaba vuelto loco: todo el día montado en una máquina, tanta piedra; así por lo menos veía algo de la calle». Y aceptó.

«Me sacaron hacia Artigas a las diez de la noche. De Artigas me pasaron a Brasil y me botaron en un autobús hasta Porto Alegre. Esta vez ni siquiera para la comida me dieron. Me dieron 235 reales y por el boleto a San Pablo pagué 205. Me habían dicho que allí me esperaría una persona que me iba a dar para todo lo que se necesitara. En San Pablo [donde el anaquense llegó el 8 de febrero] me recibió un señor africano que me dejó en la terminal, donde debía esperar a la gente. No apareció nadie y entonces le mandé un WhatsApp a D., que me dijo “ya te llamo”, pero hasta el sol de hoy más nunca me llamó. Yo lo llamé, le mandé audios y nada. Finalmente, me mandó un mensaje que decía que yo estaba retirado de la empresa.»

Entre tanto, en la mina del Catalán Grande también pasaban cosas. En su acusación la fiscal escribe: «Las víctimas J. R. y R. R. fueron enviadas hacia Curitiba con la excusa de ir a buscar maquinaria, lo que tampoco era real, permaneciendo en esa ciudad hasta el día de la fecha y sin recursos». «Debido a estos traslados, las víctimas comenzaron a sentir temor por lo que estaba ocurriendo. Se sentían privados de su libertad, ya que no se les permitía salir sin alguno de los involucrados. Se les cortó el wifi para que no pudieran comunicarse con los que ya se habían ido», añade Massaferro.

El 12 de febrero uno de los trabajadores decidió que aquello ya no se podía soportar y le comunicó a E., la psicóloga, que al otro día se iría. Pero esa misma noche, a las dos de la mañana, apareció M., el dueño de la empresa, junto con D. y un hombre más, subieron al renunciante a una camioneta Chevy y, «amenazándolo con que lo iban a picar, lo cruzaron para Quaraí y lo dejaron sin documentos ni dinero», narró al semanario un colega artiguense que investiga el caso. «Él fue el que cruzó el puente para acá y al otro día hizo la denuncia en el Ministerio de Trabajo», puntualizó el periodista.

Para entonces José llevaba cuatro días sin comer. Había estado durmiendo en la terminal y podía comunicarse gracias a que una comerciante del lugar le permitía usar su red durante el día. También él resolvió que había que intentar algo y comenzó a caminar desde el Terminal Rodoviário do Tietê hacia la autopista que podía conducirlo de regreso a Artigas, resuelto a «agarrar cola», dice él a lo que se llama hacer dedo por acá . «Caminé dos días. De noche no, porque de noche me escondía.» Fue entonces que recibió la llamada de la fiscalía de Artigas. Los funcionarios de la oficina le pidieron su ubicación y, tras recibirla, coordinaron con la Secretaria Municipal de Assistência e Desenvolvimento Social de la prefectura paulista para que se le brindara albergue en un refugio.

Una semana después, la investigación conducida por Massaferro desembocó en el allanamiento de la cantera del Catalán Grande y de la planta de pulido que la misma empresa tiene cerca de la capital departamental. De allí fueron rescatados los venezolanos que quedaban y al día siguiente se formalizó por trata a seis personas (a M., el dueño real; S., el dueño legal; D., el que maneja el dinero; E., la psicóloga; M., la abogada, y también a A., otro venezolano que participó en los «aprietes»).

De momento a los imputados se les ha impuesto el uso de tobilleras, el arresto domiciliario nocturno y la prohibición de abandonar el territorio nacional y de acercarse a sus víctimas. El colega artiguense cuenta que todavía quedan muchas pruebas que examinar y algún testimonio clave. Otros 20 venezolanos, traídos por la misma red, andarán aún por Montevideo, pues el caso estalló cuando estaban por partir hacia Artigas.

José sigue en un refugio de la periferia paulista, pero le apareció una oportunidad de trabajo. Por eso le urge que se le envíe desde Artigas la maleta que se dejó con los certificados que acreditan sus aptitudes laborales y su ropa, así como su cédula de identidad, que, de acuerdo a lo informado por la fiscal a Brecha, todavía no ha sido recuperada.

A veces, le da por recapitular. «Cuando usted se sienta en una silla y se pone a pensar en todo este problema, entiende muchas cosas. Pero en el momento, mi hermano, de verdad que uno le mete a lo bruto; uno no entiende lo que está pasando, uno lo que está es ilusionado de que le van a salir las cosas bien. Soy un hombre de 53 años, un profesional. Yo no sé cómo caí en esto. De verdad que todavía no entiendo. No sé cómo me dejé joder así», comenta.

  1. Usaremos las iniciales de los nombres de pila de los involucrados.
  2. https://herramientas.uruguayxxi.gub.uy/directorio_de_exportadores/ficha_empresa.php?i=150693840016

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