La verbena de Prigozhin - Semanario Brecha
Inestabilidad rusa y peligro nuclear

La verbena de Prigozhin

El motín ha ilustrado la fragilidad de Rusia, pero Occidente sigue extrayendo conclusiones peligrosas: nuevos argumentos para promover el cambio de régimen en una superpotencia nuclear.

Miembros del grupo Wagner en la ciudad de Rostov del Don, Rusia, el 24 de junio. AFP, ROMAN ROMOKHOV

El 11 de marzo, un bombardero de Estados Unidos con capacidad nuclear se paseó más cerca que nunca de San Petersburgo y Kaliningrado. Aunque no era la primera vez y este tipo de paseos nucleares son rutina en la región del Báltico, «esta fue la vez que la operación tuvo mayor profundidad, internándose en el golfo de Finlandia», daba cuenta el blog sobre aviación militar The Aviationist. El avión era uno de los cuatro bombarderos estratégicos B-52 Stratofortress de Estados Unidos pertenecientes al ala estacionada en Minot (Dakota del Norte) que desde finales de febrero se encuentran en la base de Morón (Sevilla).

Que el riesgo de una guerra nuclear sea ahora mayor que durante la Guerra Fría forma parte del consenso de expertos, tanto en Estados Unidos como en Rusia y China. El 16 de junio, el presidente Vladimir Putin dijo en el Foro Económico Internacional de San Petersburgo que «el uso del arma nuclear sin ninguna duda es teóricamente posible». Para ello, añadió, «debería mediar una amenaza a nuestra integridad territorial, independencia y soberanía, y a la misma existencia del Estado ruso». Putin no hacía más que repetir el espíritu de la doctrina nuclear rusa, contenida en el decreto del 2 de junio de 2020, según el cual «la Federación Rusa se reserva el derecho de utilizar armas nucleares en respuesta a la utilización de armas nucleares o de otras armas de destrucción masiva contra ella o sus aliados, así como en caso de agresión contra la Federación Rusa con armas convencionales si la propia existencia del Estado es amenazada».

Todo esto no es solo una «locura rusa», es la demencia de las doctrinas nucleares de casi todas las potencias, entre las que solo China descarta la hipótesis de un primer uso, es decir, se compromete a no utilizar dicho recurso si no es previamente atacada con ese mismo tipo de arma.

Sobre esta general locura se mantuvo la paz durante la Guerra Fría, aunque fuera por miedo a la destrucción mutua asegurada (MAD, ‘loco’, por sus siglas en inglés), y el problema concreto al que nos enfrentamos hoy es, precisamente, que ese miedo se ha perdido. El actual peligro y las repetidas declaraciones de Putin, que nuestros medios interpretan, una y otra vez, como bravata y amenaza de un dirigente malvado, son consecuencia directa del objetivo loco que Estados Unidos se ha propuesto desde el fin de la Guerra Fría: «Vencer a una superpotencia nuclear, en una región estratégicamente importante para ella, sin recurrir al arma nuclear, sino simplemente armando y dirigiendo contra ella a un país tercero», en palabras del experto ruso Dmitri Trenin.

Este mes de junio, un puñado de expertos rusos ha opinado sobre la imperiosa necesidad de que Occidente recupere aquel miedo al MAD que contuvo la gran catástrofe durante la Guerra Fría. Comenzó el 13 de junio, cuando Sergei Karaganov, presidente del Consejo de Política Exterior y de Defensa, en la revista Profil se declaró partidario de utilizar armas nucleares tácticas en Europa para evitar un apocalipsis. Su argumento sigue una línea demente: Occidente «ha dejado de temer las armas nucleares». «La aparición de esas armas fue resultado de la intervención del Todopoderoso, que, horrorizado de que la humanidad hubiera desencadenado dos guerras mundiales, nos dio esas armas para recordar que el infierno existe. […] Hay que restablecer el miedo a la escalada atómica, de lo contrario, la humanidad está condenada», decía.

Sabiendo que Estados Unidos nunca «sacrificará Boston por Poznan o Hamburgo», de lo que se trata es de que «el enemigo sepa que estamos dispuestos a lanzar un ataque preventivo de represalia en respuesta a su agresión actual y pasada para evitar un deslizamiento hacia una guerra termonuclear global». Así que «tendremos que golpear a un grupo de objetivos en varios países para que los que han perdido el juicio lo recuperen. Es una elección moralmente aterradora: estaríamos utilizando el arma de Dios y condenándonos a una gran pérdida espiritual, pero si no se hace, no solo puede perecer Rusia, sino que lo más probable es que acabe toda la civilización humana».

En los días siguientes a la publicación de este artículo, varios compañeros de Karaganov expresaron una crítica comprensión hacia ese indecente ejercicio de «realismo nuclear-teológico». Otros, como el liberal y competente en materia estratégica Aleksei Arbatov, no excluyen que el artículo haya sido consensuado políticamente con las altas esferas, pero no saben si en el Kremlin hay «corrientes subterráneas» que acuerden con tal planteamiento. No obstante, incluso si el artículo de Karaganov ha sido concebido como una efectista campanada para agitar y concienciar del peligro a los adversarios, es un hecho que en Rusia se está abriendo paso un consenso bastante extendido entre los expertos de que, ante los atentados personales en Rusia, los suministros de armas y misiles cada vez más letales a Ucrania, los ataques a territorio ruso, al mismo Kremlin y a bases de la aviación nuclear, etcétera, es imperativo responder incrementando la presión.

«Occidente está jugando sin reglas contra Rusia, hace falta algo más, sería mejor que fuera agudo, inesperado, duro y fatal para el enemigo», ha dicho esta semana el filósofo integrista-eslavófilo Aleksandr Dugin.

¿Qué tiene que ver todo esto con el motín militar de la Noche de San Juan? La relación es directa. La verbena de Prigozhin ha recordado la debilidad y la fragilidad estructurales del régimen ruso, pero lo más probable es que los políticos occidentales sigan extrayendo las malas conclusiones de tal debilidad, es decir, nuevos argumentos para promover el cambio de régimen en Rusia. Y eso, a su vez, fortalece la lógica de escalada de parte rusa. Todo ello incrementa el riesgo nuclear. Un motín militar en plena guerra animado por un personaje que, seguramente, se veía amenazado, física y materialmente, por sus rivales del Ministerio de Defensa es algo extraordinario, pero es sumamente inquietante en una superpotencia nuclear.

El régimen ruso tiene defectos estructurales que solo se resuelven con convulsiones. Uno de ellos es el problema del relevo del líder. A falta de mecanismos y normas claras consensuadas e institucionalizadas de sucesión, los relevos en el grupo dirigente siempre son peligrosos. Contienen el riesgo de purgas, ajustes de cuentas y peleas entre dirigentes que se resuelven por la fuerza. Ocurrió tras la muerte de Stalin, con la conspiración que derribó a Nikita Jrushov, con la destitución de Mijaíl Gorbachov vía la disolución de la URSS y con la afirmación del régimen de Boris Yeltsin perfeccionado por Putin.

En Rusia todo está abierto a esos riesgos. La verbena de Prigozhin lo ha recordado y la simple realidad es que no sabemos si estamos ante el principio del fin o ante el fin del principio. El principio de una quiebra rusa, como defienden y desean los atlantistas, sin pararse a pensar en las consecuencias de tal quiebra en una potencia nuclear. El final de una guerra rusa brutal pero prudente a la que se está empujando a adoptar formas mucho más enérgicas y peligrosas.

(Publicado originalmente en CTXT. Brecha reproduce fragmentos.)

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