La vida de alguien - Semanario Brecha
Los cómics de Seth

La vida de alguien

Luego de la ambiciosa Ventiladores Clyde, se reedita ahora en español George Sprott 1894-1975, una recopilación de la tira que el artista canadiense Gregory Gallant –más conocido por su seudónimo, Seth– publicó entre 2006 y 2007 en la New York Times Sunday Magazine.

George Sprott 1894-1975, de Seth. Traducción de Esther Cruz Santaella. Penguin Random House, Barcelona, 2022. 96 págs.

Por razones misteriosas, en los últimos años Canadá ha sido cuna de un número elevado de historietistas muy talentosos. Una lista de memoria, elaborada al vuelo para dotar de un entorno al protagonista de esta nota, dio por resultado un cuadro de fútbol completo, con Seth en el arco; una línea de cuatro formada por Chester Brown, Jeff Lemire, Michael DeForge y Julie Doucet; cuatro volantes: Joe Matt, Kate Beaton, Emily Carroll y Guy Delisle, y en el ataque: Jillian y Mariko Tamaki (y eso sin incluir a Bryan Lee O’Malley, el creador de Scott Pilgrim, o a Todd McFarlane –Venom, Spawn, etcétera–, que quedaron en el banco por asimilarse, el primero, a la epidemia del manga y, el segundo, a la plaga superheroica –sin ofender–). El DT sería, sin lugar a dudas, el excéntrico historietista de culto Dave Sim, autor de la que es, para muchos, la mejor historieta de todos los tiempos: Cerebus.

Pero Seth no es menos excéntrico. Abomina del mundo moderno, por lo tanto, se viste como salido de una película de los años treinta –trajes amplios con camisa y corbata, sombrero de ala ancha, anteojos redondos de carey, zapatones y portafolio de cuero–. No usa celular ni redes sociales, afirma que Internet es un gran error y trata de probar su punto señalando la decadencia evidente de una civilización a la que le resulta normal sentarse en sillas de plástico. Seth dibuja como piensa: claro, despejado, ordenado, limpio. No siempre fue de esa manera. Sin ir más lejos, su nom de plume proviene de un pasado punk en el que decidió buscarse un apelativo acorde a sus pretensiones de aterrorizar a viejas y burgueses, por lo que adoptar el del dios egipcio de la violencia le pareció, por entonces, la mar de adecuado. Tal vez por eso, cuando maduró, decidió que fueran su aspecto, sus maneras y su obra las que se adecuaran a su verdadero, galante nombre, en vistas de que aquello de Seth ya era incambiable.

Su primer trabajo fue en la historieta Mr. X, protagonizada por un personaje de aspecto idéntico al Indio Solari, que fue dibujado primero por Los Bros Hernández, en una revista de gestión tan desastrosa que logró que sea imposible encontrarle una coherencia argumental o estilística. De hecho, el libertario Dave Sim arremetió desde las mismas páginas de Cerebus contra el mercantilismo de Bill Marks, el creador de Mr. X y responsable de no pagarles a Jaime, Gilbert y Beto Hernández por su trabajo en los primeros números de la revista. Curiosamente, es gracias a Sim que hoy podemos ver cómo lucía Seth en su etapa punki, porque –qué gracioso– lo dibujó en el número 92 de Cerebus.

Luego de ese comienzo agitado, Seth se fue a dibujar en Palookaville, su propia revista. Es allí donde comienza a serializar lo que luego será su primera novela gráfica: La vida es buena si no te rindes. Esta novela melancólica de corte autobiográfico se transforma en un éxito rotundo y marca la tónica de lo que serán su estilo y sus obsesiones. Una historieta reflexiva, casi existencialista, porque Seth crea personajes de vidas solitarias, en las que la pregunta sobre qué ha sido de todo lo que amamos es central. Hay mucho en común entre Seth y el más grande novelista gráfico de la actualidad, el estadounidense Chris Ware, tanto en el dibujo como en la narración. Lo que los diferencia es, justamente, la melancolía. Los personajes de Ware pueden ser igualmente tristes y solitarios, pero el abordaje es más frío, con un distanciamiento irónico que se mantiene constante a lo largo del relato. Sin embargo, Seth nunca es irónico. En eso es como su ropa, simplemente antiguo, habitante de una era en la que la autoconsciencia no había modificado el discurso. Esa cercanía que Seth posee y de la que Ware carece está también en el dibujo, porque, a pesar de que la paleta de Seth es gélida, rica en tonos sepia, grises y azulados (a diferencia de la paleta alta de Ware, de vibrantes colores), la línea de Seth nunca es totalmente geométrica ni abusa de la simetría. Las viñetas del canadiense, a pesar de ser limpias, ordenadas y meticulosamente compuestas, lo son en una medida más humana, por así decirlo, que las de su par estadounidense. Sus figuras tienen, además, una línea que por momentos remite a los cartoons más clásicos, sobre todo en ciertas redondeces de los rostros, los brillos de los ojos y el engrosamiento de la línea (hay mucho más en común entre los dibujos de Seth y los de, pongámosle, Las chicas superpoderosas de lo que parece a primera vista). Esto tiene el efecto de situarnos en un terreno mucho más amable que el dibujo de Ware, un territorio más seguro y reconocible que en el universo de su colega (aunque, dentro de muy poco será al revés y el universo lejano, inusual y extraño para los lectores será el de Seth).

Tras el éxito inesperado de La vida es buena si no te rindes, Seth recopiló otra tira que había serializado en su revista Palookaville entre 1998 y 2017. Ventiladores Clyde es un trabajo monumental centrado en la vida de dos hermanos y la decadencia de su negocio familiar a raíz del advenimiento del aire acondicionado, una manera muy en sintonía con los intereses del autor de reflexionar sobre el avance de la tecnología, el impacto que tiene en la vida de las personas y las consecuencias sociales de los cambios que se producen en la segunda mitad del siglo XX impulsados por el hiperconsumismo que necesita el capitalismo para sobrevivir.

Actualmente Salamandra Graphic continúa recopilando en formato libro la obra serializada de Seth, esta vez la realizada para la revista dominical del New York Times. George Sprott 1894-1975 había tenido una edición en 2009 que ahora se rediseña y amplía. Una vez más, la novela gráfica gira en torno al tramo final de la vida de un hombre y a la melancólica reflexión del mundo que ha cambiado dramáticamente entre el nacimiento de George, en 1894, su muerte, en 1975, y hoy. George es un presentador de televisión que se ha hecho fama por sus viajes al Ártico. El tiempo de los exploradores ha pasado, nos dice Seth, pero también comienza a pasar el tiempo de la televisión. Cuando conocemos a George y lo seguimos en las últimas horas de su vida, sabemos que su momento ya está muy por detrás. En esa mirada retrospectiva a sus años de gloria, entendemos los altos y bajos del personaje. No, George no ha sido siempre un buen hombre, al menos no con sus mujeres, su hija y sus colegas. Sin embargo, su sobrina lo quiere y lo cuida. No es fácil decir cuál es la verdadera cara de un hombre. Al igual que Ventiladores Clyde, la historia de George Sprott contada por Seth es una pequeña obra maestra, tanto por su narración como por su diseño. Cuando conocemos a Sprott es 1975: está a punto de morir, aunque ya hace rato que se está borrando de la memoria de la gente. Al finalizar el libro, un coleccionista de memorabilia contemporáneo al lector comenta, como al pasar, que la búsqueda en Google del nombre de Sprott ofrece un solo resultado.

Nadie saldrá inmune de esta nueva encarnación del tópico del ubi sunt. Porque como se preguntaba Manrique: «¿Qué se fizo el rey don Juan?». Todo se lo traga la muerte.

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