El cine intenta, o algún cine intenta, de diversas maneras, reflejar la vida. Pero, ¿se puede filmar la vida? Es una pregunta que salta en seguida cuando uno se enfrenta a esas películas-tiempo de Richard Linklater –Antes del amanecer, Antes del atardecer y Antes de la medianoche–, y resuena aun más fuerte cuando se asiste a Boyhood.1 Porque en esa puesta en escena que al fin y al cabo es una película, la manera que tiene este realizador de introducir el tiempo en las suyas va mucho más allá de lo que suele hacer el cine. El tiempo como devenir, como en cualquier relato, pero además, en su caso, el tiempo en el sustento fundamental de una ficción, que son los actores. El cuerpo, el rostro, el alma de los actores. Así como siguió durante tres filmes durante casi 18 años a Ethan Hawke y Julie Delphy en la aludida trilogía, en Boyhood Linklater sigue a un niño (Ellar Coltrane), en la ficción llamado Mason, y de paso a su propia hija Lorelei Linklater, que aquí funge como hermana del primero, durante 12 años. La película comienza con Mason a los 6 años y su hermana unos dos años más. Cuando culmina, Mason tiene 18, y entra a la universidad, es decir, al vestíbulo de su vida adulta.
Los “sigue” es un decir. Según fue ampliamente difundido, Linklater filmó durante menos de cuarenta semanas en esos 12 años. Reunía al equipo y cada año rodaba unos cuantos días. Así vio, y el espectador ve, crecer a esos dos niños, y enfrentarlos a circunstancias cambiantes en tanto también cambia la vida de su padre Ethan Hawke –por supuesto–, y sobre todo su madre, Patricia Arquette. Según contó el director, él armó una suerte de esqueleto de guión, trabajando luego con los actores para que éstos agregaran vivencias propias. De ahí quizá, además de ese fluir del tiempo que va cambiando la vida y las circunstancias de los personajes, esa deslumbrante sensación de vida real que embarga al espectador.
Es extraordinario pensar lo que habría podido suceder si… cualquier si. Ese chiquilín tan chico podría haber evolucionado de tal o cual manera, podría aparecer tal o cual púber o tal o cual adolescente en la película, ¿cómo saberlo? Pero, notablemente, como si el casting inicial que escogió a Ellar Coltrane fuera una suerte de milagro, ese niño travieso pero con un leve toque melancólico en la mirada fue convirtiéndose en un muchachito a la vez sufrido y resistente, dispuesto a enfrentar las oportunidades y retos de cada etapa en una continuación de sí mismo que parece perfectamente diseñada. Con los actores adultos obviamente habría menos interrogantes, pero de todas maneras es notable cómo Patricia Arquette y Ethan Hawke acompañan, de manera vital y sentida, ese recorrido de 12 años. A la vez, con ellos y a través de ellos y sus cambios, estallidos y experiencias, el filme traza un retrato vibrante, pleno de matices, de una parte de la sociedad estadounidense, que no sólo ubica detalles precisos de épocas –la asistencia a una presentación de Harry Potter, o la campaña por la elección de Obama, las referencias a la Guerra de Irak o las muchas y notables referencias musicales– sino que también dibuja los cambios en las costumbres familiares y sociales. Cambian los personajes, y su entorno con ellos, o al revés.
Al igual que en la trilogía de Antes de…, en Boyhood se habla mucho. Las palabras, lo que ellas revelan u ocultan o postergan, ocupan un lugar fundamental en el relato. La vida se vive pero además se formula, se piensa, se proyecta en palabras. Y es notable cómo el realizador hace jugar ese universo verbal en el torrente de la vida que sucede.
Puede quizá resultar excesiva la duración, para algunos espectadores impacientes, de esta película inusual. Reparo más que menor ante un resultado insólito y deslumbrante. Un desafío, podría decirse, en sentido inverso a Proust; no el tiempo recobrado, sino el tiempo celebrado como motor de la vida
1. Estados Unidos, 2014.
http://youtu.be/TmlzPhwJscc