La última película de José Pedro Charlo explicita de entrada el vínculo de su mirada íntima, subjetiva, con las historias que está contando. En el año 1983 llegó un avión a Uruguay que traía 154 niños hijos de exiliados y presos políticos. Charlo estaba preso, por lo que no pudo estar presente, pero hoy, 35 años después, repasando las imágenes de ese momento, le llamó la atención una pancarta que decía: “Bienvenidos, Camilo y Federico”, porque él sabía muy bien quiénes eran esos niños.
Punto de partida afectivo para la curiosidad del director es el primer anclaje de un mapa de relaciones que la película irá trazando, con voluntad de articular la gran historia del pasado reciente con una memoria más pequeña, de dimensión humana.
Varios testimonios dan forma a esa especie de árbol genealógic...
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