El suicidio es como un agujero negro, nada escapa a su fuerza gravitacional, ni siquiera la luz. Así, desde que Cesare Pavese decidió quitarse la vida la noche entre el 26 y el 27 de agosto de 1950 en un hotel de Roma, su vida y su obra al mismo tiempo parten y se dirigen hacia ese momento y rumbo a la que es, probablemente, su frase más citada: «Todo esto da asco. No más palabras –un gesto– no escribiré más», que anotó poco antes en su diario.
Esta biografía, que se anuncia como la primera de Pavese en publicarse en América Latina, intenta a escapar a ese influjo, a la oscuridad que todo lo chupa. Es así que emprende la construcción de un relato que es la reconstrucción de una vida a través de los retazos que se han ido dejando en el recorrido. Ciertamente el relato no evita el desenlace de la vida del escritor, pero ni parte de allí ni termina allí. Esta historia empieza un 9 de setiembre de 1908 en Santo Stefano Belbo, un pueblo de la provincia de Cuneo, en la región italiana del Piamonte.
La biografía que a partir de allí construye Franco Vaccaneo no es ambiciosa. ¿Cabe la vida y obra de Pavese en apenas 160 páginas? Pero a lo mejor igualar ambición con longitud no sea correcto, o tal vez lo que sea incorrecto es que el libro de Vaccaneo sea una biografía, porque es más bien una semblanza. Sin embargo, lo que el autor tiene muy claro es el método, que es buscar a Pavese en los testimonios de sus amigos, en las cartas, en comentarios de otros, en sus huellas por los lugares que habitó: «En una de sus Conversaciones Borges señala: “[…] Pensamos en los autores, pensamos en sus libros y no pensamos que los autores de esos libros eran hombres y que existía gente que podría haberlos conocido”.
Voy en busca del Pavese hombre, depurado del “pavesismo” que se alimenta de un biografismo decadente. Lo hago con la ayuda de sus amigos y de sus lugares amados, para lograr comprender mejor aquello que ha escrito y que nos ha dejado en su breve pero completa existencia, bien definida en sus contornos (hasta aquella última noche del 27 de agosto de 1950)».
Esto ya es raro: Pavese fue encontrado muerto en la mañana de ese día, tirado en la cama sin abrir, con el traje puesto, el tubo de somníferos vacío y una nota: «Perdono a todos y a todos pido perdón. ¿De acuerdo? No chismorreen demasiado».1
Hay que decir que el libro de Vaccaneo tiene un plan y eso es siempre algo que se disfruta, aunque más no sea para ver si lo sigue a pies juntillas o si se desvía, qué frutos da y qué trampas hace. Solo por eso, este Cesare Pavese: vida, colinas, libros vale la pena. La otra razón por la que el libro merece la pena es por el inusual foco en biografiar desde lo geográfico y por los testimonios que se rescatan, que cumplen la función de ilustrar lo que el biógrafo relata. Así, el libro de Vaccaneo funciona como esos documentales en los que el narrador afirma, por ejemplo, «Pavese amaba a su tierra natal», y lo que sigue es un montón de vecinos contando anécdotas que demuestran que Pavese en efecto amaba mucho a su tierra natal, pero que realmente logran pintar un retrato y armar un mosaico de voces que entretiene y, por momentos, ilumina.
Más dudoso es el recurso del Pavese muerto viviente que Vaccaneo utiliza para hacerlo retornar a sus colinas ensayando un relato en primera persona: «Han transcurrido 70 años de aquel tórrido 27 de agosto en el cual, en un viejo hotel de mi Torino, destrocé, junto a la pena, también mi vida…». Así, este Pavese ficcional discurre sobre los cambios del papel del escritor en la sociedad en los últimos 70 años, lamenta el fin de aquel mundo que él habitó, los cambios del paisaje y también de Italia. De paso, se congratula de haber dado en el clavo con su valoración de Italo Calvino y se queja del «pavesismo» de muchos jóvenes que luego de su muerte se le acercaron «de un modo un poco excesivo, en una identificación a menudo turbia y afectada». Este Pavese redivivo desaprueba el «mito Pavese», pero también lo comprende «porque la condición juvenil en ningún tiempo y lugar ha sido fácil».
Y sí, los jóvenes son bravos. Tanto que, cuando uno llega a esta parte del libro, le parece escuchar un coro que en tono apagado y algo apático murmura «cringe».
1. Esta es la traducción más difundida de las palabras que garabateó en la primera página de su ejemplar de Diálogos con Leucó: «Perdono tutti e a tutti chiedo perdono. Va bene? Non fate troppi pettegolezzi», pero que los traductores de este libro trasladan como: «No hagan demasiadas tonterías».