Las lágrimas de los hombres de Gaza son un acto de rebelión – Semanario Brecha
Una nueva masculinidad en medio de las masacres y del hambre

Las lágrimas de los hombres de Gaza son un acto de rebelión

A pesar de la deshumanización intencionada del pueblo palestino y la castración de sus hombres, Gaza está dando a luz un nuevo tipo de masculinidad, basada no en el militarismo ni en el estoicismo, sino en la claridad moral y la dignidad, incluso en medio del hambre, escribe este gazatí que actualmente vive en una carpa en Jan Yunis.

Una familia palestina celebra la Fiesta del Fin del Ayuno, durante el ramadán, en Jerusalén. Xinhuam, Jamal Awad

Al crecer en Gaza, aprendí que para ser un hombre tenía que silenciar mis lágrimas, ocultar mis temblores y ahogar mi dolor. Pero ¿cómo se supone que voy a contener eso cuando todo a mi alrededor se ha derrumbado? Entré en la edad adulta bajo los bombardeos, en un mundo que rara vez considera que las vidas de personas como yo merecen protección o incluso duelo. El actual genocidio israelí en Gaza no solo ha arrebatado la vida a nuestros familiares y vecinos, sino que también ha desmantelado y reconfigurado sistemáticamente nuestro sentido de identidad, comunidad
y personalidad.

Desde muy joven aprendí que, como hombre, tendría que proteger, proveer y permanecer firme sin importar las circunstancias. Pero muy pronto me di cuenta de que esta tarea sería totalmente diferente para mí que para muchos otros niños de todo el mundo.

Tenía 9 años la primera vez que sobreviví a un ataque aéreo. Iba de camino a la escuela cuando una bomba destrozó la calle por la que caminábamos mis compañeros y yo. Cuando el polvo y las cenizas se disiparon, corrí a casa pasando junto a mis compañeros, algunos de ellos ya muertos, otros gritando, sus miembros amputados.

Cuando finalmente llegué a casa, toda mi familia estaba llorando. Recuerdo claramente mirar a mi madre, que temblaba, y decirle algo demasiado grande para un niño: «Mamá, soy un hombre. Nadie debe llorar por mí». Con una certeza que solo un niño es capaz de tener, añadí: «Sé cómo escapar de la muerte».

Desde ese momento, he sobrevivido a más de diez ataques. Pero ahora, a mis 26 años y tras casi dos años de este genocidio, me he dado cuenta de que el estoicismo y la tenacidad que se les exige a los hombres palestinos son casi imposibles.

¿Cómo puedo ser un protector cuando los aviones de combate reducen mi hogar a escombros, los drones nos roban el sueño y el desplazamiento forzoso se convierte en la única garantía? ¿Cómo puedo proveer cuando el bloqueo israelí durante 18 años ha diezmado nuestra economía, su asedio intensificado sigue matándonos de hambre y acercarse a un camión de ayuda significa arriesgar la vida?

* * *

Perdí a mi hermano, Nour, en este caos. Era un policía dedicado a proteger a la población civil. Desapareció durante el bombardeo israelí de Jan Yunis. Mi familia aún no sabe qué le pasó.

En la cultura de Gaza, nuestro sentido de la masculinidad está ligado a la responsabilidad hacia la familia. La ausencia de Nour no solo nos rompió el corazón, sino que fracturó la imagen que tenía de mí mismo: el hermano mayor, el guía, el protector. Pero como hombre responsable de alimentar a mis diez hermanas y hermanos, no he tenido tiempo ni de empezar a procesar ese dolor.

Un día, mientras me alejaba de nuestra tienda, mi hermana pequeña me preguntó dónde estaba Nour. No podía volver a mentirle, pero tampoco podía destruir la poca esperanza que se había forjado. Me puse a recoger trozos de madera y metal roto, fingiendo que era para hacer fuego o reconstruir, cuando en realidad lo que hacía era mantener las manos ocupadas para que mi corazón no estallara.

Entierro a Nour cada noche en mis pensamientos y lo resucito cada mañana en mis recuerdos. Me siento junto al mar cuando no hay bombardeos, en la orilla de Gaza, donde el agua es libre aunque nosotros no lo seamos, y me permito llorar sin hacer ruido. Así es como proceso el genocidio: en silencio, en secreto, en fragmentos. No puedo gritar delante de mi madre. No puedo derrumbarme delante de mi padre. Soy su hijo y, a sus ojos, sigo siendo su escudo, aunque por dentro me sienta destrozado.

Pero no estoy solo. El daño emocional que sufren los hombres palestinos es incalculable. Un informe de 2022 del Fondo de Población de las Naciones Unidas sobre los hombres en zonas de conflicto advirtió del «doble trauma»: el dolor físico y psicológico agravado por las expectativas sociales que exigen silencio, estoicismo y represión emocional.

En Gaza, donde la atención de la salud mental es casi inexistente y el estigma sigue siendo alto, los hombres interiorizan todo. Los datos de la Organización Mundial de la Salud anteriores a la guerra indicaban que solo había 0,2 psiquiatras por cada 100 mil habitantes. El poco apoyo que teníamos en materia de salud mental está sepultado bajo los escombros.

Y, sin embargo, a pesar de las circunstancias inimaginables, sigo siendo testigo de la ternura de los hombres que luchan por la supervivencia de sus familias. «Sostuve a mi hija en brazos toda la noche después de que la lluvia derrumbara nuestra carpa», me contó Mahmoud, un padre al que entrevisté en un campamento cerca de Rafah. «Se supone que debo ser su escudo, pero estaba empapado e indefenso.» Su voz se quebró.

Esa voz quebrada era un acto de rebeldía, no de debilidad. Al dejar que su voz temblara, al permitir que alguien fuera testigo de su dolor, Mahmoud estaba rechazando la expectativa de que los hombres palestinos deben ser siempre estoicos. Estamos empezando a revelarnos nuestras grietas unos a otros.

* * *

Ibrahim Abu Naji, padre de cuatro hijos, compartió conmigo algo que me llegó al corazón: «Ser un hombre en Gaza en estos momentos significa elegir permanecer hambriento en lugar de participar en una carrera por los alimentos que llegan en los camiones de ayuda».

Se refería a las escenas que se han vivido en Gaza en los últimos meses, en las que, debido al asedio paralizante de Israel, multitudes de palestinos hambrientos corren desesperadamente hacia los camiones de alimentos para agarrar todo lo que pueden. Israel ha explotado estas escenas de caos para justificar el cierre de todas las operaciones de ayuda internacional en Gaza, antes de establecer su propio mecanismo de distribución de ayuda, que sirve de vehículo para la limpieza étnica.

Antes del 7 de octubre, Abu Naji trabajaba en la construcción en Israel, pero desde que empezó la guerra ha perdido toda fuente de ingresos. «Mi hambre se convierte en una forma de protesta», me dijo. «No voy a colaborar para que destruyan la poca dignidad que nos queda.»

En árabe, la palabra que mejor describe la hombría no es la traducción literal, rujula, sino karama, o «dignidad». A pesar de la deshumanización intencionada de nuestro pueblo y la emasculación de nuestros hombres, Gaza está pariendo un nuevo tipo de masculinidad: no basada en el militarismo, sino en la claridad moral y la dignidad, incluso en medio del hambre. A pesar de los continuos bombardeos, reconstruimos nuestras carpas y nuestras vidas una y otra vez.

En mis entrevistas con otros hombres desplazados, emergieron nuevos modelos de hombría. «Ser hombre consiste en mantener a mis hijos calmados cuando el cielo los aterroriza», me dijo Abu Omar, de 37 años. Otro me explicó: «Antes pensaba que tenía que ser siempre fuerte. Pero ahora me permito llorar, y dejo que mi hijo me vea hacerlo». Al dejar que sus hijos e hijas vean su dolor, su miedo y su suavidad, los padres están demostrando verdadera fortaleza. Nuestras lágrimas no son un signo de debilidad, sino un acto de rebeldía en un mundo que intenta aplastar nuestra humanidad. Nuestras emociones y nuestra negativa a insensibilizarnos ante este dolor son una forma de resistencia.

Estos momentos dejan al descubierto algo que rara vez se ve en la cobertura internacional: bajo las imágenes de combatientes o víctimas cubiertas de escombros hay hombres atrapados entre el genocidio y la carga de mantener una concepción heredada de la hombría. Los medios de comunicación mundiales suelen reducir a los hombres palestinos a arquetipos –amenazas o estadísticas–, despojándonos de nuestra complejidad y humanidad.

Sin embargo, entre las ruinas, algo más está tomando forma.

* * *

En Gaza está surgiendo hoy una masculinidad diferente, que abraza la vulnerabilidad, el cuidado y la ternura. Los hombres preparan comidas en refugios abarrotados, consuelan a los niños, lloran abiertamente mientras sostienen los cuerpos sin vida de sus nietos y cuentan historias de dolor.

Estamos empezando a nombrar nuestros traumas en voz alta. Y esta transformación no es apolítica; es un acto de rebeldía.

A pesar de nuestro dolor, los hombres seguimos cargando con el peso de asumir riesgos, corriendo entre ataques aéreos para conseguir agua o comida, porque es demasiado peligroso para que lo hagan las mujeres o los niños. Pero ahora ser hombre no consiste solo en ser duro: consiste en estar presente. Ser el tipo que llora y aun así arriesga su vida por las necesidades básicas, que carga tanto el agua como la pena. Esa es la nueva hombría que estamos construyendo aquí. Una que no solo trata de sobrevivir, sino de seguir siendo humanos. Hombres que lloran en público, que cambian pañales en tiendas de campaña, que comparten el dolor con extraños: estos hombres están forjando un nuevo tipo de masculinidad, que rechaza la dominación y abraza el cuidado. Reconstruir nuestras identidades destrozadas llevará generaciones, pero reivindicar lo que significa ser un hombre –sereno, roto, sanándose y aún en pie– es un comienzo.

Los hombres palestinos merecen ser vistos no como combatientes o sombras, sino como personas enteras con corazones frágiles y cargas imposibles. Poner fin a la ocupación no se trata solo de devolver la tierra; se trata de devolver la dignidad. Eso significa reconstruir hogares, reparar lo que se ha roto dentro de nosotros y reimaginar cómo mostrarnos ante nosotros mismos y ante los demás.


A. J. fue aceptado para estudiar en una universidad estadounidense en la primavera de 2024, pero aún no ha podido salir de la Franja de Gaza. Mientras tanto, sigue escribiendo desde su carpa y cuidando de su familia y su comunidad.

(Publicado el 30-VI-25 en +972 Magazine. Traducción de María Landi.)

Artículos relacionados

La reivindicación de los «hombres blandengues»

Territorio en disputa