Los premios literarios no siempre atienden la calidad estética. Es fácil reconocer cuando responden a razones ideológicas. Otras veces encuentran el modo de favorecer el amiguismo. También hay concursos con comité editorial, un “filtro” que elige diez obras de entre miles para que, esas sí, lleguen al jurado.
Queremos creer que los concursos de “inéditos” suelen estar un poco más escudados de la corrupción porque van con seudónimos, pero cuando se trata de la narrativa édita existe una constante, creo yo, más achacable a la inercia que a una decisión concienzuda de excluir: se trata de la tan mentada mayoría masculina entre los candidatos y, por ende, la tan tristemente célebre minoría femenina. Este fue el motivo que llevó a más de cien escritores y escritoras a firmar una carta titulada “Contra el machismo literario”, en la que se denuncia esta desigualdad de género existente en los ámbitos literarios, y particularmente en la III Bienal de Novela Mario Vargas Llosa, que se celebró en Guadalajara entre el lunes 27 y el jueves 30 de mayo. En el evento, la mayoría de los escritores candidateados y la mayoría del jurado fueron hombres. El ganador: el venezolano Rodrigo Blanco Calderón, quien, con su novela The Night, denuncia los sucesivos desabastecimientos de luz eléctrica de los que hace años es víctima una Venezuela oprimida bajo el yugo chavo-madurista. Vargas Llosa sonreía, levitaba y babeaba por las comisuras mientras daba el premio. ¿Calidad estética, dijeron?
Pero volvamos a la carta: “Las y los abajo firmantes queremos manifestar nuestro hartazgo y rechazo ante la disparidad de género que rige en la mayoría de eventos culturales y literarios en América Latina, así como la mentalidad machista subyacente. Es inadmisible que en el siglo XXI, en plena ola de reivindicaciones por la igualdad, se organice sin perspectiva de género un evento como la Bienal de Novela Mario Vargas Llosa…”.
Como en las dos ediciones anteriores (2014 y 2015) la disparidad de género también había sido una constante, la carta declara que se trata de algo sistémico. Pero además alude a lo que se llamó #MeTooEscritoresMexicanos. Allí cayeron denuncias por violencia y acoso de escritores como el mexicano Herson Barona, quien recibió una lluvia de twits que lo acusaban de haber maltratado mujeres.
Sin embargo, la afamada escritora Gioconda Belli, que estuvo nominada a recibir el premio, fue entrevistada con motivo de la carta y echó mano a los tópicos recurrentes entre quienes relativizan el problema: que no era el momento de denunciar, que no son las formas, que no puede generarse una “guerra entre los géneros” y, acá va lo peor, que si la carta no hubiese sido enviada, quién sabe si ella no habría ganado. Explota el hipocresiómetro. ¿Será que un huequito en el patriarcado hace olvidar la lucha? No sé cómo hubieran actuado las firmantes de la misiva si hubieran estado en el cómodo lugar de Belli, pero es posible imaginar una conducta igual de negacionista o relativista; quizás todo lo sólido se desvanece en el aire cuando la consagración llama a la puerta.
Y ya que de reclamos viene la mano, entre los firmantes de la carta no hay ningún/a uruguayo/a, y entre los candidatos a ganar la bienal, tampoco, y no precisamente porque acá falten perspectiva de género o escritores de talento, sino porque no nos invitaron a firmar ni nos candidatearon. En literatura, ni nos registran. Para los europeos y los yanquis, pero también para los latinoamericanos reconocidos en literatura (México, Argentina, Chile y Perú), somos ese país chiquito que juega bien al fútbol y conserva la tibieza entre la oleada de conservadores y derechistas que incendian la región. ¿Nuestras letras? Bien, gracias. ¿Esto es culpa de nuestra histórica desvinculación con la región, de nuestra “blanquitud”, esa que nos hacía entonar con orgullo cómico “no me jodan más, no somos latinos”? Sí, probablemente. Pero ya es hora de que comencemos a abrir nuestro mercado literario sin necesidad de mediación de la corona editorial española. Fogwill quería que Levrero fuera argentino, y Quiroga es argentino de facto.
Pero volvamos una vez más a la carta: “Las y los abajo firmantes…”. Un colectivo de más de cien escritores no pudo o no quiso encontrar la mejor forma para usar el lenguaje estándar y a la vez ser inclusivo. Era fácil: “Quienes abajo firman…”. ¿No pueden evitar un error tan sencillo y demostrar que escriben bien?
Finalmente, ¿cabe esperar que el mainstream revise sus prejuicios? ¿No será momento de crear nuevas formas de reconocimiento, instancias de premiación, congresos, encuentros, picaditos y picaditas entre escritores latinoamericanos, que nos permitan leernos, reconocernos y premiarnos sin esperar por los dinosaurios de siempre?