Agente —¿Se considera usted una persona normal, sexualmente hablando?
Detenido —Sí, señor.
(Carpeta 2414/1976, archivo del Consejo de Educación Inicial y Primaria.)
El próximo año se cumplen 50 años del golpe de Estado de 1973. Las fechas redondas siempre despiertan debates, balances, y confirman (las más de las veces) la permanencia de inocultables heridas. Casi medio siglo más tarde, la violación de los derechos humanos durante el período autoritario sigue siendo un problema que no deja de complejizarse: a lo ya pendiente e irresoluto se suman ahora nuevas voces y reclamos. En esto tuvieron que ver, y mucho, los cambios sociales que bañaron con mayor legitimidad nuestros cuerpos y testimonios. Tanto el reconocimiento político y social como la paridad jurídica conquistada por la diversidad sexual durante el ciclo progresista facilitaron la emergencia de toda una serie de recuerdos que confirman cómo la memoria colectiva había sido algo vedado para nosotros y nosotras. Éramos casi una «comunidad de dolor» atrapada en un eterno presente, sin mucha proyección e historicidad. Pero, desde entonces, se fueron ensamblando diferentes hechos en una cadena de sentidos que sigue construyéndose. Van algunas misceláneas a título de adelanto.
MISCELÁNEA 1
A raíz del homicidio de un homosexual en 1976, el jefe de Policía de Montevideo, coronel Alberto Ballestrino, se propuso limpiar la ciudad de «la actividad perniciosa del homosexualismo» y detuvo a más de 300 presuntos «desviados», impartiendo órdenes expresas al Departamento de Orden Público para «que amplíe aún más la actividad represiva de este tipo de desviación, que muchas veces se materializa en la calle en forma ostensible» (El Diario, 27-X-76). Ballestrino volvió a los asesinos víctimas, y señaló que el perpetrador «es el caso típico de un muchacho descarriado que se juntó con otros descarriados y con homosexuales que atentan contra la moral». Además, el coronel llamaba a los padres a estar «alerta» para que extremaran la vigilancia, ya que las «malas compañías, como el caso de homosexuales, los pueden llevar por un camino equivocado y reprobable».
De todas formas, estas amenazas y la creciente peligrosidad del «trille» en las calles no impidieron que subsistieran algunos lugares de levante en baños públicos y parques de la ciudad. Los lazos erótico-disidentes permanecieron y se tejieron otros nuevos, pese a la violencia generalizada.
MISCELÁNEA 2
La noche del 18 de julio de 1980, José y Mario,1 dos jóvenes maestros, caminaban por la rambla de una pequeña ciudad del interior. Ese día había transcurrido sin tropiezos, pero cuando, amparados en la oscuridad de la arboleda, se dieron un fugaz beso de despedida, fueron repentinamente detenidos por la Policía. Un simple beso se volvió el punto de partida de una delirante trama que incluyó un proceso judicial y administrativo en el que policías, jueces, médicos, abogados y autoridades educativas colaboraron para, primero, encerrarlos en la cárcel por 27 días y, luego, siete meses más tarde, destituirlos de Enseñanza Primaria. El jefe de Policía del departamento donde fueron detenidos reconocía «ante datos confidenciales obtenidos y en cumplimiento de orden de comando» que se había iniciado la vigilancia de «las andanzas de dos maestros que ejercen su profesión en este departamento, ya que se presumía de que ellos mismos entre sí realizaban actos reñidos con la decencia» (carpeta 1109/980, legajo 1, pág. 8).
Las denuncias contra otros maestros, también destituidos por su sexualidad durante esta etapa, provinieron muchas veces de los batallones de infantería de la localidad en la que estaba ubicada la escuela, los que advertían al Consejo Interventor sobre el comportamiento de los docentes. En todos los casos, la destitución por motivos morales estuvo acompañada de un proceso de estigmatización y escándalo público, lo que generó que las personas afectadas muchas veces tuvieran que abandonar en forma definitiva la localidad en la que vivían. El régimen autoritario buscó difundir un mensaje ejemplificante para el grupo afectado y para toda la sociedad.
MISCELÁNEA 3
Durante la dictadura, «el patio de jefatura estaba siempre lleno… no como ahora, que nunca hay nadie… siempre había maricones, gays, punguistas y travestis… era infernal», recuerda Lucy. El riesgo de ejercer el comercio sexual en la calle durante la dictadura creció ante el agravamiento de las condiciones de la detención. «Siempre los maricones eran los que pagábamos los platos rotos», recuerda Mariela. «Una vez me detuvieron al salir de una fiesta y me dieron una paliza… Me colgaron y me hicieron picana en los huevos y capucha… Estuve una semana ahí adentro. No sabía nada, fui a un cumpleaños», agregó.
Estos hechos no fueron episodios puntuales o aislados. Una señal clara es que el propio Estado aprobó ya casi 200 solicitudes de reparación presentadas por personas trans que enfrentaron violencia institucional durante este período y los primeros años de la democracia, amparándose en el artículo 10 de la Ley Integral para Personas Trans (2018).
GUERRA FRÍA Y HOMOFOBIA
En el Uruguay del siglo XX, la homofobia estaba presente tanto en el campo de la izquierda como en el de la derecha, e incluso se habían producido en los años veinte algunos picos de persecución policial. Pero el surgimiento, en los sesenta, de espacios de sociabilidad entre homosexuales volvió más visible a este grupo social. La prensa local comenzó a publicar denuncias que revelaban la inquietud que provocaban estos cambios en la sexualidad y en la relación entre los géneros. La reacción no se hizo esperar. Durante la dictadura, por ejemplo, para el teniente coronel Buenaventura Caviglia, representante de la línea dura dentro de las Fuerzas Armadas, la guerra contra la subversión era «integral» y debía incluir todos los frentes, incluso el moral y el psicológico. El enemigo, agregaba, había fomentado el «alcoholismo, la disolución y la disgregación de la familia por obra del divorcio y los vicios; la prostitución, la pornografía, el amor libre han ido destruyendo la moralidad y el carácter de un pueblo que antaño era duro e indomeñable».2
Hasta el momento, todos los indicios parecen confirmar que durante el período autoritario se produjo una inflexión en la forma en que el Estado uruguayo se relacionó con la disidencia sexogenérica. Si bien antes de la dictadura la sociedad exhibía discursos homofóbicos, así como reclamos a favor de una lucha contra el comunismo que incluyera la represión de los cambios que se estaban produciendo en el terreno de la sexualidad y la relación entre los géneros, todos estos elementos solo confluyeron en políticas estatales de diferentes alcances durante esta etapa.
El asunto recién comienza. Las memorias emergentes y la reflexión histórica pueden y deben aportar mucho a este debate y ayudarnos a visibilizar violencias hasta ahora completamente naturalizadas e ignoradas, así como a comprender los procesos mediante los cuales la dictadura apeló a la moral para construir sus apoyos sociales, consolidando visiones sobre el «orden natural» que todavía operan en la actualidad a lo largo y ancho del país con gran productividad política.
* Diego Sempol es docente e investigador del Departamento de Ciencia Política de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República.
1. Estos nombres, como los de las demás personas mencionadas y afectadas por este tipo de violencias, son ficticios, a efectos de protegerlas de posibles consecuencias en el presente.
2. Buenaventura Caviglia, Psicopolítica. Verdadera dimensión de la guerra subversiva, Ediciones Azules, Montevideo, 1974.