Sabemos que la población uruguaya crece lentamente. Con el auxilio de las proyecciones de población podemos saber también que hacia mediados de este siglo se estancará en un número probablemente cercano a los 4 millones. Pero la misma dinámica de cambio en la mortalidad y la natalidad que enlentece el crecimiento poblacional está generando una transformación mucho más decisiva: el cambio en la estructura por edades. Dicho en palabras que habitualmente se prestan a equívocos, el “envejecimiento poblacional” (el 30 por ciento de los uruguayos será mayor de 64 años al final de siglo), cuyas consecuencias trascienden largamente el habitual pronóstico de catástrofe para los sistemas previsionales.
En ese camino, la etapa actual de la transformación de la estructura de edades en Uruguay se suele ver como favorable: es aquella en la que la población de 15 a 64 años (teóricamente en edad de trabajar) crece a mayor ritmo que la suma de la población menor de 15 y mayor de 64 años (los teóricamente dependientes), liberando recursos. El momento suele llamarse “bono demográfico”, y en algunos países su sola presencia ha generado un aumento en un punto porcentual del Pbi. Claro que el envejecimiento poblacional prosigue su marcha y más temprano que tarde esa etapa concluye dejando un panorama diferente: aumenta el peso relativo de la población mayor a 64 años, lo cual hace que cada vez haya más personas teóricamente dependientes en relación con las que están en edad de trabajar.
En Uruguay ese quiebre está a punto de suceder, por lo que en pocos años el bono demográfico dará lugar a la etapa posterior, que algunos llaman “impuesto demográfico”. En ese contexto habrá muchas decisiones por tomar, porque ninguna tendencia demográfica constriñe definitivamente las opciones políticas de los países. Pero todas tendrán el telón de fondo de una menor cantidad de trabajadores potenciales, con relación a los dependientes.
Lo de “potenciales” es importante a la hora de matizar la influencia del peso relativo de las edades. De los adultos en edad de trabajar, no todos lo hacen, lo que empeora la relación entre trabajadores y dependientes. Entonces es necesario que el desempleo sea bajo, pero también que la participación de las mujeres en el mercado laboral sea más alta. Y más: aun si todos trabajamos, nuestra productividad puede ser baja o alta y nuestra inserción laboral formal o informal; estos factores hacen la diferencia en cuanto a la verdadera dinámica laboral de los adultos. Más allá de otras propuestas, como fomentar la capacidad de ahorro individual o avanzar hacia el retraso en la edad de retiro (que sólo generaría un alivio temporal), lo cierto es que una población de adultos sana y plenamente inserta en empleos formales de calidad y de alta productividad atempera las amenazas agitadas por el fin del bono demográfico.
Es necesaria una última aclaración: la productividad per cápita no es producto directo de la laboriosidad o pereza de los trabajadores, como sugiere la cantinela de la supuesta ausencia de “cultura del trabajo”. Está más bien asociada a la posibilidad de organizar el proceso productivo de forma de aumentar lo que los economistas llaman la productividad total de los factores. Las claves para eso están en la formación de todas las personas desde la primera infancia hasta la educación terciaria y un rol activo de lo público en la generación de conocimiento e innovación tecnológica vinculada a los procesos productivos.
Es decir, no hay mejor solución que ser pocos (adultos en edad de trabajar) pero buenos (a la hora de fomentar la ciencia básica y promover el vínculo de la tecnología con el mundo del trabajo). Los procesos automatizados seguirán dando todo el miedo que siempre dieron los robots ficticios o reales cuando amenazan con hacernos prescindibles; allí se abre el largo camino de la resolución política de los temas vinculados al trabajo. En alguna medida, como siempre, pero en condiciones demográficas, sociales y tecnológicas realmente inéditas.
* Doctor en sociología por la Universidad Complutense de Madrid, coordinador del Programa de Población de la Facultad de Ciencias Sociales de la Udelar.