El martes de esta semana la inddhh hizo público su informe de seguimiento, donde declara que la situación no se ha modificado desde su primera visita en diciembre del año pasado. Es más, un detalle no menor vuelve la situación aun más preocupante: ahora tres de las chiquilinas que estaban embarazadas entonces ya tuvieron a sus hijos y conviven con ellos. En total hay cuatro bebés presos con sus madres en el lugar que se describirá a continuación.
El centro está dividido en dos grandes alas, una peor que la otra.
“El ala izquierda” tiene siete celdas de distinto tamaño y capacidad. Tras sus gruesas puertas de madera de mirilla enrejada viven 31 gurisas y los cuatro bebés. Uno duerme en un cochecito y los otros tres en cunitas. La luz viene de un ventanal con doble reja y de una bombita de bajo consumo y poca potencia. Una bombita que no se apaga nunca, una luz mortecina que les interfiere el sueño. La medida fue tomada para evitar problemas con los bebés durante las noches, pero el informe apunta que en celdas en las que no hay niños las luces también permanecen encendidas.
El mobiliario consiste en camas de hierro y cajas de cartón para guardar las pocas cosas que les permiten tener. Afuera, en una repisa en el pasillo, quedan el jabón y las toallitas higiénicas, la pasta de dientes y los tampones, siempre y cuando no desaparezcan. Todo se pide a los gritos, incluido el papel higiénico. No hay material de lectura ni tele, nada más que una radio a pilas. Apenas unas paredes opresoras y descascaradas entre las que el tiempo no pasa.
“El ala derecha” es nefasta. En cuatro celdas de dos metros por uno sobreviven ocho chiquilinas; dos en cada celda, aunque en realidad tengan capacidad para una sola persona. Un pequeño tragaluz hace del sol una utopía. Hay dos estructuras de hormigón, una que se usa como cama y la otra, que originalmente era una mesa, como repisa. Las condiciones de higiene son pésimas. Las celdas de esta ala incluyen una “taza turca” en ese mismo espacio reducidísimo: un hueco en el suelo tapado con un cartón en donde hacer las necesidades. Una fuente de infecciones por donde se lo mire.
La inddhh había sugerido, tras su primera visita, un plazo no mayor a 120 días para reducir el hacinamiento, “sobre todo del lado derecho”, cosa que no ha sucedido.
“Las condiciones en las que se encuentran son violatorias de los derechos humanos de las personas sometidas a cualquier tipo de detención”, recuerda el informe, por si algún despistado no se había dado cuenta.
Al hacinamiento lo completa el tedio: “las adolescentes recluidas en esta ala no realizan habitualmente actividades; asimismo el tiempo de convivencia que se les permite es reducido y no se les permite salir al patio. No están distribuidas acorde a su edad. Los criterios de selección de las celdas adonde se envían las adolescentes son potestad de las coordinadoras y la dirección”.
Los baños no brindan intimidad y muchas veces ni agua caliente; el patio, “en el momento de la visita, se aprecia inhóspito e inundado casi hasta la mitad de su superficie, y las instalaciones para uso educativo siguen siendo inadecuadas”. El informe relata cómo, en el momento de la visita sorpresa que hicieron, encontraron a dos profesores luchando por dar clase en la misma mesa de dos metros por uno.
La cotidiana. La marca del ciaf es la medicalización. Pastillas para dormir. Pastillas para la angustia. Pastillas para la conducta. A 28 de las 38 muchachas se les administra alguna combinación de esas, sin embargo, apenas diez “tendrían” un “diagnóstico de enfermedad crónica o aguda que requiere medicación”. Pero esta contención química es la única que se les provee. Preocupa particularmente el estado emocional y psíquico de las jovencitas que son madres, “que puedan sufrir situaciones de depresión o estrés ante la situación que afrontan en su calidad de mujeres privadas de libertad”.
Según relata el informe, está estipulado que las chicas tengan dos horas de “convivencia” al día fuera de las celdas, es decir, ir al ámbito común a ver televisión. Sin embargo, ni esto se respeta cabalmente. Dada la cantidad de presas y el espacio reducido en que deben habitar, las suelen dividir en dos grupos para hacer uso del salón comedor y la tele. Incluso se advierte que 16 de ellas concurren a alguna actividad ahí mismo: primaria, secundaria, orfebrería, yoga o al taller de la ong ProCul. Todo pasa en el mismo ambiente, el espacio común, a veces a la misma vez. Hay también un taller de peluquería y otro de costura. Las que van a este último deben hacer frente a una requisa cada vez que finaliza, incluyendo una revisión de la zona genital.
El vínculo con el exterior está totalmente intermediado: las cartas que llegan y salen están sometidas a censura, se abren y son revisadas por los funcionarios, así como las llamadas telefónicas. Las chiquilinas de Montevideo reciben la visita de sus abogados defensores cada dos meses. A las del Interior no vienen nunca a informarles sobre su situación procesal. No son las únicas cosas que desconocen. El centro no cuenta con un reglamento interno –desde la dirección se sostiene que se les entrega una copia del “reglamento de convivencia del sirpa”, pero las gurisas dicen no conocerlo–. La inddhh reclama que el centro tenga reglas propias que contemplen la perspectiva de género, que regulen la discrecionalidad actual: las sanciones las aplican los funcionarios, las anotan en un cuaderno y las comunican a la dirección. Las chicas no tienen posibilidad de hacer ningún descargo ante la sanción, a veces ni siquiera conocen el motivo, pero tienen prohibido pedir explicaciones. Las sanciones colectivas se continúan aplicando.
El informe de la inddhh es extremadamente crítico con lo que se vive en este centro, que no contempla ninguna situación particular, ni siquiera la de prestar las mínimas condiciones de confort e higiene para que los bebés tengan un “normal y saludable desarrollo”. Como cada informe anterior, este último también finaliza con una serie de recomendaciones dirigidas a la dirección del sistema y otro tanto para la dirección del centro.
Al ciaf en especial se le reclaman cuestiones prácticas básicas que no dependen más que de su puesta en marcha para mejorar al menos un poco la vida de las gurisas: separarlas según edad y estado procesal, permitir la entrada de ropa de abrigo, respetar la intimidad en las comunicaciones, que se ajuste el personal para evitar el ingreso de los funcionarios varones a las celdas, que se les comunique a las chicas el tratamiento médico que tienen y qué medicamentos consumen y que, por favor, les apaguen la luz para dormir.