Las sombras del camino - Semanario Brecha

Las sombras del camino

“Si el pampero la akaricia” / “Presente, señorita” / “Los ciegos”

“Si el pampero la akaricia”

Un trío de espectáculos en la cartelera brinda diferentes visiones acerca de lo que puede suceder cuando sus personajes no divisan con claridad hacia dónde deberían dirigirse. Las cosas pueden entonces complicarse tanto para docentes y alumnos de una escuela como para un grupo que espera a alguien que lo conduzca.

Si el pampero la akaricia (La Candela), de Fabrizio Origlio, dirigida por Hugo Giachino, le echa un vistazo a las maestras gritonas y avasallantes que apenas pueden disimular tales características frente a las madres que las visitan. Entre estas últimas no faltan aquellas que, por distintos motivos, se encuentran solas para criar a sus hijos y confían en la enseñanza pública de un país que trata de integrar a todo el mundo, por más que, en la práctica, las cosas no marchen tan bien como debieran. Pero este último es un punto que una joven practicante también sufre, con los altibajos del caso. Varias agudas ocurrencias del autor –las enseñantes que increpan a todos los que se les cruzan y la siempre impredecible comunicación con los padres de los alumnos– afloran a lo largo de un desarrollo que Giachino encara con adecuada agilidad, bien apoyado por la desenvoltura de Cristina Cabrera y Carmen Morán, ambas encargadas de darle vida a varias siluetas que, quien más quien menos, el propio espectador ha conocido de muy cerca. El tono de la propuesta es, por cierto, irreverente, de modo que al hacer reír se siembren ánimos para corregir lo que se debería. En el resultado final, sin embargo, parece sobrar un discurso de despedida, dirigido a la platea para recordarle la existencia de las buenas maestras, que las hay, por más que todo no ande como tendría que hacerlo.

Presente, señorita (El Galpón, sala Cero), de Dino Armas, con dirección de Gianinna Urrutia, propone a la estupenda Cecilia Patrón en el papel de una contradictoria maestra que, a pesar de llamarse Melchora Cuenca y profesar admiración por Artigas, deja bastante que desear en su de-sempeño laboral en años difíciles, cuando, para colmo, debe hacer repetir el curso a un alumno que la obsesiona de varias maneras. Más seria que anteriores versiones del texto que extraían mayor partido de las partes humorísticas de un asunto que Armas propone con afinados filos satíricos, la puesta de Urrutia observa con indeclinable agudeza la identificación del personaje con la Melchora histórica y, de esa manera, consigue humanizar a la tal docente con rasgos que la platea, sin tener que aprobar, entiende, habida cuenta de la naturalidad con la cual la solitaria mujer se aproxima a la concurrencia. Más allá de algún innecesario cambio de luces, el trabajo de Urrutia se disfruta de principio a fin. Patrón, con apabullante dominio de tonos y posturas, sin lugar a dudas, dice presente.

Los ciegos (La Gringa), del belga Maurice Maeterlinck, dirigida por Lucho Ramírez, acerca a la platea el conflicto de un grupo de nueve no videntes que, perdidos en un bosque, aguardan a un mesías que los guíe, una figura que quizás nunca se haga presente. Todo un símbolo, entonces, de una humanidad que avanza a ciegas en un mundo convulsionado, reflejado por el laureado autor de El pájaro azul a través de una naturaleza hostil. El trabajo de Ramírez, atento a la sonoridad de un mar vecino, al vuelo de las hojas muertas y a las sombras que envuelven a los sufrientes protagonistas, consigue expresar tan sentida imagen con un expresivo vuelo poético que le otorga a la puesta una impronta de ballet. Vale resaltar así el aporte de Martín Blanchet en iluminación, Matías Dopasso en escenografía, el propio Ramírez en vestuario y Rocío Rodríguez y, otra vez, el director en musicalización. Un elenco sin fisuras en el que también asoma el responsable se adueña del bien aprovechado espacio con significativos desplazamientos. El intrigante espejo queda así instalado frente al espectador.

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