Las tensiones de la autogestión - Semanario Brecha

Las tensiones de la autogestión

Es ingeniero agrónomo y a la vez socio del emprendimiento cooperativo dedicado a la producción agropecuaria y a la industria láctea. En las siguientes líneas, Ramón Gutiérrez cuenta algunos de los desafíos y los límites que implica la autogestión: “hay una tensión: cómo sobrevivir económicamente en la economía capitalista, que te obliga a competir”, pero por otro lado el evitar “el riesgo de volverte al capital”.

Fotos: Cecilia Matonte

—¿Qué es la Unidad Cooperaria?

—La Unidad Cooperaria es formalmente una cooperativa agraria de responsabilidad limitada. Pero, en definitiva, es el resultado del devenir histórico de un conjunto de luchas. Nace muy pegada a la lucha por la creación del Instituto de Colonización. En una época también con una impronta estatal de fuerte involucramiento en la economía y en particular con el segundo batllismo: la época de la “agriculturización del campo”. La Cooperaria resiste con un modelo de organización cooperativa por un lado y por otro con un modelo diversificado de producción. O sea, a la cuestión asociativa se le incluye otra complejidad, que son los distintos rubros de producción. Y hoy sigue siendo una cooperativa agraria pero es una cooperativa de trabajadores por definición propia. En el último año y medio todos los trabajadores contratados pasamos a ser socios. Y va en la búsqueda de reafirmarnos como emprendimiento económico, pero también de lograr una perspectiva social, de recuperar el sentido originario de lo que fue esta cooperativa, que además de territorio de producción es un territorio de vida. El conjunto de actividades que podamos desarrollar trasciende lo meramente productivo y económico, sino que hace a las cosas que nos hacen felices en definitiva.

—¿Cuáles son las potencialidades y limitantes del trabajo autogestionado?

—Voy a intentar rascar en nuestra propia experiencia. Creo que hay potencialidades que no necesariamente se expresan en el proyecto colectivo, sino que son potencialidades que, individuales o familiares, logran destrabar el proyecto colectivo. Por ejemplo el pasaje de empleado a socio. O sea, la cooperativa que los contrató y los explotó, actualmente es su cooperativa. A nivel subjetivo, esa transformación no es antojadiza: no es que la cooperativa-patrón ya dejó de existir y ahora es tu cooperativa; ese proceso es mucho más complicado.

Entonces, hay que lograr ese pasaje y hacer un proceso colectivo de discusión, que genere una verdadera reapropiación de la cooperativa. En definitiva, el intento de establecer una reglamentación nueva e interna que pautara lo básico en términos de justicia. Eso es: organización del trabajo, cómo se reparte el esfuerzo y cómo se reparte la retribución, algo elemental en un proceso colectivo basado en la producción y en la economía. Ahí hay un conjunto de aspectos que se van destrabando, como la posibilidad de participar, políticamente, por parte de todos los socios y de intervenir en las definiciones.

Hay un conjunto de aspectos vinculados a la producción: los compañeros, en la medida en que tienen más poder real, empiezan a notar mejoras. Ahí obviamente que el cambio en las relaciones de producción –por decirlo conceptualmente– mostró que aquellos compañeros que tenían una actitud proactiva en su tarea, un compromiso claro con su propio laburo y con la cooperativa, rápidamente encontraron respuesta y canalizaron positivamente su inteligencia, su esfuerzo.

Y después hay otras potencialidades que –para mi gusto– tienen que ver más a nivel individual, con la autoestima. Algunas relaciones opresivas que predominaban en la vieja Cooperaria desaparecieron y se va fortaleciendo el individuo como ser. Eso va generando sujetos mucho más seguros. Y esa seguridad también proporciona por lo menos otra calidez, otra alegría en el conjunto de su vida.

Por otro lado, obviamente que el trabajo organizado tiene una potencia brutal. El trabajo organizado por un patrón o el trabajo autoorganizado puede crear cosas que no lo puede hacer el trabajo individual. En eso, el trabajo autogestionado no necesariamente es distinto de otro trabajo organizado de una manera más clásica, capitalista, que crea cosas de dimensiones alucinantes. No creo que el avance que puede producir, a nivel civilizatorio, el trabajo autogestionado esté en el plano material. Viene por este otro lado: en el reparto del esfuerzo, la retribución y el valor de uso del trabajo que realizamos. Creo que por ahí pasa el cedazo de la diferenciación.

—¿Y con relación a las limitantes?

—Y, son las esperadas, la matriz cultural que todos traemos no está dada para el trabajo autogestionado. Desde el peón más rústico, que apenas terminó la escuela o no la terminó, hasta el intelectual más refinado, tenemos cultura de asalariado. Y obviamente que lo distinto está por inventarse. Eso sí, no creo en ningún determinismo. Lo nuevo, efectivamente, es un campo de posibilidad que hay que conquistar con voluntad y con mucha iniciativa, imaginación. Y después hay otras limitantes que tienen que ver con la cuestión colectiva o grupal. Cuando los trabajadores tenemos que hacer justicia nos cuesta. Y en general es muy duro poner límites entre nosotros y decir: “bueno, estas son las reglas de juego y vos las traspasaste, nos estás jodiendo a nosotros y tenés una sanción”. Obviamente que para los que venimos de experiencia militante es mucho más fácil ponerle el cuerpo a eso, la cara, la palabra, poner un límite, que a otros trabajadores que están acá.

Después, más allá de lo cultural, cuando vos partís de una base económica, material, difícil y de capacidad humana –en términos de calificación del conocimiento para tus propias tareas– bastante baja, no querés meterte en la rosca de la competencia y no querés generar grandes diferencias internas –por-
que apuntamos a una cooperativa paritaria al menos–. No es changa dar el despegue en términos de calificación de todos nosotros para las tareas que tenemos en un emprendimiento que no deja de ser de dimensiones económicas bastante importantes. Entonces ahí tenemos otras limitantes, que son de nuestras propias capacidades.

Tuvimos otra limitante que fue, no sólo poner reglas de juego colectivas, sino en cierto plano la cultura del laburo y de lo que éticamente es ser responsable. Estaba bastante desdibujado. Y como a vos es el movimiento de las propias contradicciones que te va llevando a lo que podés hacer políticamente, en un espacio que es democrático, hay cosas en las que avanzamos más rápido y otras en las que avanzamos más lento. Porque efectivamente es algo que el proyecto colectivo tiene que ser capaz de sostener. Una cosa es lo que vos logres hablar con otro o triunfar en una discusión, y otra distinta es lo que vos logres sostener después, en la práctica cotidiana, en una cooperativa, que es el laburo, es la producción y es el relacionamiento humano permanente.

—Se suele afirmar que las cooperativas de trabajo asociado no invierten o no se preocupan en mejorar la eficiencia productiva. ¿Cómo ven ustedes este problema en la Cooperaria y cómo han hecho para mejorar en este sentido?

—Hay una tensión siempre en ese aspecto de cómo sobrevivir económicamente en la economía capitalista, que te obliga a competir. Vos no podés quedarte por fuera de lo que dirime el costo de producción, que es lo que dirime también tu margen de ingresos. Pero por otro lado, está el riesgo de volverte al capital. En la medida que tu misma lógica, tu misma dinámica económica, productiva y de inversión está estrictamente relacionada con las reglas de juego de la economía de competencia, no deja de mandarte el capital. O sea, es muy poco original lo que tenés vos para hacer cuando te metés en esa rosca de lleno. Y ahí tenemos una tensión.

Creo que la reflexión central en torno a eso es que tiene que vivirse como una tensión. Una cooperativa que no viva eso como una tensión está desnorteada. La que se genera o se construye a sí misma como empresa pura y dura, en definitiva no está en camino a nada superior a las relaciones sociales capitalistas. Es una empresa organizada por el capital, con la misma lógica de competencia del capital, que reparte mejor –eso sí– los dividendos, que no es menor. Se socializa esa economía, o por lo menos es probable, según los escalafones internos que genera, ahí también eso hace un diferencial.

Ahora, tampoco sobrevive ningún emprendimiento sin tomarse en serio que dirime los costos de producción y cómo podés hacer para ser transformador sobreviviendo. O sea, para demostrar que los trabajadores pueden efectivamente organizarse y no hacer el “caldo gordo” para que los patrones te pongan de contraejemplo. Así que en eso, obviamente, hay que tener una alerta.

—El desafío obviamente estaría en la combinación de una lucidez empresarial potente con jamás abandonar la lucha política y la organización…

—En definitiva vos podés sobrevivir de una manera alternativa si vas construyendo un marco de reglas de juego que lo tolere. Si el marco de reglas de juego es cien por ciento hegemónico en las reglas de juego capitalista, es esfuerzo muerto de los trabajadores organizarse para producir. En definitiva siempre va a haber un capitalista mucho más potente en tu rubro, que te va a cocinar, porque te va a poner los costos de producción en un lugar donde no llegás nunca, o vos tenés que autoexplotarte para llegar, porque tú tecnología está a años luz. Entonces en eso hay una tensión ahí que, para mi gusto, sólo se salda donde sos lúcido, tenés conocimiento, invertís pero, a su vez, luchás. Te organizás, te asociás y disputás reglas de juego. Si genero un Fondes estoy disputando reglas de juego u otra herramienta. Si genero legislación diferenciada para los emprendimientos de determinado tipo, estoy tratando de marcar reglas de juego a mi favor.

Otro nivel más avanzado sería generar modelos de producción distintos, donde el valor de uso esté arriba de la mesa, donde el cuidado del entorno esté arriba de la mesa, donde haya otro conjunto de aspectos que me premien a mí y castiguen al que está para el lucro. Nosotros estamos lejos de eso. Primero estamos ordenando la casa. Pero, hay que tenerlas para que la eficiencia no te vuelva al capital, y por momentos no zafás de esa. Nosotros hoy estamos invirtiendo porque tenemos que sobrevivir como empresa. Y en definitiva, necesidades de ese tipo están mandando. Igualmente mejoramos nuestro ingreso, los socios que entramos, en este año, mejoramos la redistribución y el reparto. Pero tenemos que sobrevivir.

—Claro, no son opuestos la eficiencia con el trabajo autogestionado

—No, en absoluto. Eso es una ridiculez. El nudo que hay que vivir como tensión –tendría que ser una regla para nosotros– es estar alerta y que al final no te vuelvas lo mismo.

—¿Cuáles son los desafíos de la Cooperaria a corto y a largo plazo?

—Nos pusimos recientemente un conjunto de desafíos, a partir de inversiones que estamos realizando, sobre todo para el área agrícola. Son desafíos también para independizarnos de ciertos servicios externos, para poder desarrollar este emprendimiento cien por ciento con piernas propias. Después tenemos desafíos que son más internos, de organización, que siguen pendientes. La estructura de organización del trabajo de la Cooperaria todavía precisa muchos ajustes. Tenemos algunas secciones productivas que siguen siendo deficitarias. En este año esperamos sanear la industria, por ejemplo, a través de dos proyectos y de iniciativas propias. Uno es de inversiones, de renovación de maquinaria e industria. Otro de acceder a compras públicas (haciendo uso de la ley que ampara a productores familiares y pesca artesanal), para diversificar los lugares de venta. Y el tercero es seguir diversificando los lugares de venta, más allá de las compras públicas. En eso ni ahí de ponernos sólo a venderle al Estado.

Hay desafíos de más alcance, que son la mirada larga de la Cooperaria, como maximizar la participación política de los trabajadores en todo lo que hace a su destino económico primero, porque somos una cooperativa de trabajo y producción, y después social y cultural. Nosotros deberíamos generar capacidad humana para participar en todos los lugares donde tenemos posibilidad de participar: Calmer, Conaprole, Comisión Nacional de Fomento Rural. Y después tenemos un desafío que es poder concebirnos a nosotros mismos como productores de alimentos y como parte de quienes producimos el territorio en el que vivimos. Ahí el modelo de producción que hoy tenemos tiene sobrada evidencia de algunos perjuicios que ocasiona para el entorno ambiental.

Y en algún momento tenemos que pasar a tener capacidad de arriesgarnos a generar otra cosa distinta. Creo que hay que pelear por tener capacidad de ensayo de formas distintas de producir, sobre todo en algunos rubros donde a gran escala no se realizan, en Uruguay por lo menos. Compartiendo riesgos con otras instituciones e incorporando capacidades de afuera, de las instituciones que producen conocimiento, a que ayuden en ese proceso, en un tránsito.

Pero el principal desafío es la conciencia nuestra. Es qué queremos ser. Y ahí no dejamos de tener un desafío de cuánto logramos zafar de la lógica del dinero también. Porque es tentador también, para muchos compañeros, mejorar el ingreso y para eso capaz que lo más sencillo es seguir la rosca. Pero bueno, son etapas que, para mí, son posteriores. Entonces, hay un conjunto de cosas que la Cooperaria por su devenir histórico tendió a simplificar, que nosotros estamos volviendo a complejizar. Estamos eligiendo hacer más complicadas las cosas también porque creemos que por ahí va la mano de hacer algo distinto.

—¿Creen que los trabajadores asociados pueden hacerse cargo de la producción agropecuaria en su conjunto?

—En eso soy muy heterodoxo. Y con esto quiero decir: para mí no hay una forma de organización del trabajo que sea superior a las demás. Lo que sí creo es que la clase que vive del trabajo –en un concepto más amplio, digamos–, que involucra a los productores familiares y a los trabajadores autogestionados, a los propios trabajadores sindicalizados, puede hacerse cargo del grueso de la producción. En eso sí soy un convencido, por prueba histórica. A modo de ejemplo, gran parte de la producción nacional ya la desarrolla la producción familiar hace mucho rato. O sea, hay producción que se realiza sin explotación del trabajo ajeno. Más allá de las relaciones que pueda haber internamente, en cada familia, patriarcal o más o menos autoritaria, más o menos democrática. No son unidades de producción capitalistas clásicas.

En cuanto al trabajo autogestionado, también tiene un lugar y puede tenerlo aun más dentro de la economía nacional. En general, donde más hemos tenido problema es en aquellos rubros donde la dinámica del capital es más importante. En algunos rubros menos dinámicos, menos riesgosos, como ha sido la ganadería, el trabajo autogestionado ha sido exitoso. Y, sin receta, me animo a decir que si el conocimiento especializado o el profesional no están comprometidos con esos emprendimientos es más difícil que puedan sobrevivir como emprendimientos autogestionados.

* Integrantes de Comuna.

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Octavio Rodríguez (1933–2017)

El profesor economista Octavio Rodríguez fue un intelectual de destacada trayectoria en la investigación y la enseñanza y como tal es reconocido en la región. Es, quizás, el único uruguayo dedicado a la teoría económica, en particular a la teoría del desarrollo de América Latina; a explicar por qué los países logran distinto grado de bienestar, a cómo se procesan los cambios y cuáles son las políticas públicas necesarias para superar el subdesarrollo.

Al otorgarle un estatuto teórico, sus trabajos permitieron revalorizar la contribución del pensamiento estructuralista latinoamericano a la teoría del desarrollo. Nacido del trabajo intelectual de Raúl Prebisch, Celso Furtado y otros autores, que tuvo su hábitat principal en la Cepal, y su primer desarrollo en las décadas del 50 y 60 del siglo pasado.

La contribución de Octavio se concreta en numerosas publicaciones, entre las que se destacan dos libros: La teoría del subdesarrollo de la Cepal (1980) y El estructuralismo latinoamericano (2006). Su pasión por las ideas cepalinas no se tradujo sin embargo en una defensa ideológica o acrítica de un pensamiento que en sus obras originales aparecía algo disperso y concentrado en algunos temas. Procuró en cambio dotarlo de consistencia analítica, articular sus partes, darle coherencia interna, convertirlo en un instrumento que ayudara a entender los desafíos de las economías en desarrollo y al mismo tiempo contribuyera con el propósito de identificar las políticas que podrían ayudar a superarlos.

Basado también en la metodología estructuralista, el libro publicado por primera vez en 2006 interpreta los acontecimientos de las décadas anteriores poniendo especial énfasis en el papel de las innovaciones. Allí Octavio ratifica una cualidad admirable al trabajar con un marco analítico altamente abstracto y a la vez dotarlo de contenidos históricos, políticos y culturales, condición muy difícil de encontrar en la profesión de economista. Ocultado por la economía convencional y una agenda cargada de cuestiones de corto plazo, el tema del desarrollo perdió la centralidad que tuvo en algún momento. Quizás la recupere, y en ese caso, allí estarán disponibles las obras de Octavio.

En su actividad como docente o con sus colegas, Octavio siempre estuvo accesible y dispuesto a una discusión franca y horizontal, sin fijar límite de tiempo ni horarios predeterminados. En los encuentros se podía percibir su radical honestidad intelectual, pasión por el conocimiento y cultura, condiciones que acompañaba con calidez humana y amor por las cosas uruguayas y latinoamericanas.

El ejercicio de la docencia se concretó en numerosos alumnos distribuidos en los países de América Latina, incluyendo Uruguay, donde fue profesor a tiempo completo del Instituto de Economía de la Facultad de Ciencias Económicas de la Udelar.

Octavio rechazaba todo lo que pudiera parecer grandilocuente. Era difícil hacerle un homenaje. Casi instintivamente se alejaba de todo lo que fueran honras y oropeles. La dignidad la llevaba adentro y lo demás era accesorio. Aun así, recibió varias distinciones, entre ellas de la Facultad de Ciencias Económicas de la Udelar, de la Academia de Ciencias de Uruguay y un premio Morosoli. La Cepal, institución para la que trabajó en varios períodos, emitió un comunicado el día de su fallecimiento en el que expresa su reconocimiento a Octavio Rodríguez por el “gran aporte al pensamiento latinoamericano”.

 M B, G P y G R

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