Las redes sociales a través del uso masivo de Internet generaron en estas últimas décadas la suministración parcializada e individualizante de informaciones que refuerzan el modo prioritario de nuestras opiniones. Existe un goteo digital de una realidad personalizada y ajustada a la medida de «mis intereses» que refuerzan el optimismo cruel por el régimen de existencia imperante.
La liberación que supuso Internet en los dos mil, el movimiento antiglobalización de Seattle y la red Indimedia murieron en un suspiro del capitalismo. La nueva derecha incorrecta cooptó la pantalla. ¿Dónde se encuentran hoy los grupos que antes se veían disparatados? Cristianos evangélicos y neopentecostales regresivos, outsiders, racista-marginales, social-identitarios, místicos anticiencia, apocalípticos conspiracionistas y terraplanistas, neoliberales fundamentalistas del autoritarismo, gramscianos de derechas, esotéricos paneuropeístas, liberales antidemocráticos, conservadores nativistas, neointegralistas y camisas verdes en Brasil, libertarios capitalistas, católicos de ultraderecha, vigilantes autoconvocados, antiglobalistas, skinheads fascistas, supremacistas y nacionalistas encuentran en las redes virtuales un nicho donde fomentar la arquitectura emocional de mercado. Articulan la moral tradicional y el espíritu de revancha antiestablishment como un «retorno de lo reprimido» en comunión con las ideas de liberalismo económico. Estos sectores conforman lo que en Brasil comienza a denominarse milicias digitales, término acuñado luego de las elecciones de 2018 para referir a una asociación de personas interconectadas por el odio, sin acuerdos jurídico-legales, que actúan de forma coordinada en la web y que tienen similares características a las milicias urbanas parapoliciales que actúan al servicio de las oligarquías (Lobo, Moris y Nemer, 2020).1
Se está creando un estado de crispación extrema de la psyché colectiva, producto de las heridas narcisistas ante la incertidumbre permanente que genera estrés, afectando la salud física y psíquica de sujetos sumidos en un aislamiento colectivo. Los sueños de la razón producen imbéciles colectivos2 que se vengan de sus propios fracasos, envueltos en una tríada que asocia la pérdida de la autoestima, el uso de instrumentos que dejan suponer que se tiene más poder –armas y redes sociales– y finalmente la voluntad de vengarse por todas las humillaciones que se supone que sufrieron, descargando toda la fuerza de la rabia sobre sus presas.
La derecha trash constituye el fenómeno que intenta cerrar la herida del sujeto blanco heterosexual (Brown, 2021)3 que se encuentra traicionado por las políticas centristas bipartidistas en Europa y las políticas progresistas de izquierdas en América Latina a inicios del milenio. Estos sujetos aparecen operando en el terreno de la subjetividad a través de las comodidades que ofrece el espacio virtual, a partir de una constelación de fronteras difusas, y pretenden capturar el inconformismo social desde una visión del mundo conservadora.
Desde las plataformas digitales ha crecido aceleradamente un discurso de reposición patriarcal de odio contra los feminismos, las mujeres y las desobediencias sexuales. La infocracia basada en datos –big data– socava el proceso democrático (Byung-Chul Han, 2022)4 y la psicometría constituye una herramienta para el marketing político. El llamado microtargeting utiliza perfiles psicométricos por medio de los cuales, a partir de psicogramas de los votantes, se suministra publicidad personalizada en las redes sociales. Se los manipula con publicidad electoral utilizando fake news. Así cada cual recibe un mensaje diferente, fragmentando al público. Un ejército de troles interviene en las campañas electorales, difundiendo de forma deliberada noticias falsas y teorías conspirativas. Los bots –cuentas falsas automatizadas en las redes sociales– se hacen pasar por personas reales, y publican, tuitean, likean y comparten. Difunden fake news, difamaciones y comentarios cargados de odio. «Se ha demostrado que la democracia en tiempo real con la que se soñó en los primeros tiempos de la digitalización como la democracia del futuro es una completa ilusión», señala Byung-Chul Han (2022). Los dataístas imaginan una sociedad que puede prescindir por completo de la política. La política, señala el filósofo surcoreano, será sustituida por la gestión de sistemas basados en datos. Las decisiones socialmente relevantes serán tomadas utilizando el big data y la inteligencia artificial, y así un algoritmo determinará la voluntad general.
Los followers son sujetos despolitizados y la comunicación en las redes basada en algoritmos no es libre ni democrática. El smartphone como aparato de sometimiento es todo menos un parlamento móvil. Las communities digitales son una forma de comunidad reducida a mercancía. En realidad, son commodities. No son capaces de acción política alguna porque no oyen al otro o no lo escuchan.
La crisis democrática es, ante todo, una crisis del escuchar, señala Byung-Chul Han. La pantalla solo me muestra aquellas visiones del mundo que están conformes con la mía y el filtro burbuja me enreda en un «bucle del ego» permanente. La creciente atomización y narcisificación de la sociedad nos hace sordos a la voz del otro. El culto al yo conduce a la pérdida de la empatía en un régimen posdisciplinario de representación y producción de sí mismo. El discurso es sustituido por la creencia y la adhesión debido a que se pierde la dimensión del otro en irreconciliables identidades sin alteridad. Para el filósofo oriental radicado en Berlín, «la comunicación digital como comunicación sin comunidad destruye la política basada en escuchar».
Otro filósofo, Éric Sadin sostiene en La era del individuo tirano (2022) que impera la versión tecnoliberal y robotizada de la ética del care (‘cuidado’). Un sistema que se encarga de presentir nuestras aspiraciones, deseos y placeres para gestionar su correcta utilización. Esto implica una esferización de la vida destinada a desarrollarse en el interior de una burbuja de filtros diseñados perfectamente según un nosotros. Para el pensador francés, esto desvanece toda una dimensión de la sociabilidad donde lo real sustituye lo imaginable, lo cual implica un retroceso de nuestra voluntad de operar sobre las realidades. La desaparición del otro y la incapacidad de escuchar terminan por minar la democracia.
AMOK
El amok contemporáneo se trata de un concepto diseñado para entender las matanzas en masa perpetradas por sujetos aislados. Refiere al rapto de la locura asesina característica de la cultura malaya por el cual un individuo, después de haber recibido una afrenta, se precipita a la calle y mata con un puñal, en general en estado de trance, a cualquier persona que se le cruza. Es este espíritu de nuestro tiempo el que narra la película Elephant de Gus Van Sant (2003), que intenta mirar la masacre de Columbia en 1999. Luego se sucedieron múltiples y acelerados actos de los «lobos solitarios».
En la película Marinero de montaña (2021) el cineasta Karim Aïnuz viaja por la Argelia contemporánea para encontrar rastros de su padre, quien cinco décadas atrás lo abandonó para unirse a la revolución del Frente de Liberación Nacional contra la ocupación francesa. En un momento llega a un puerto y se encuentra con un anciano nostálgico de sus días en el frente combatiendo a los franceses. Momentos después la cámara gira para tomar a tres jóvenes vestidos con los símbolos de la globalización. Los jóvenes quieren hablar. Hablan del desempleo y de la falta de oportunidades. Hablan mirando el mar y soñando con irse. La voz del director cuenta que uno de los muchachos ha intentado cruzar el Mediterráneo ocho veces y que las ocho lo han deportado. El muchacho finaliza diciendo que desearía que los franceses nunca se hubiesen ido de aquí.
El director recuerda en el desenlace de la película las frases de Frantz Fanon en Los condenados de la tierra (1961), cuando narra: «El colonizado, por tanto, descubre que su vida, su respiración, los latidos de su corazón son los mismos que los del colono. Descubre que su piel de colono no vale más que una piel. Y este descubrimiento introduce una sacudida esencial en el mundo. Toda certeza revolucionaria del colonizado emana de eso: “Si mi propia vida tiene la misma importancia que la del colonizador, si su mirada ya no me intimida ni me paraliza, si la voz del colono no me petrifica, su presencia no me afecta en nada, ya le estoy preparando emboscadas, y en breve no tendrá otra salida que la de huir”».
Este agregado de soledades que conforma la sociedad extremadamente individualista oprime toda sacudida esencial en el mundo. La ira que descargan estos jóvenes no solo promueve la idea de un futuro infeliz, sino incluso de la posibilidad de que no haya ningún futuro (Ahmed, 2022).5 Los colonizados que siguen en masa en las redes sociales a los individuos semiautoritarios celebran a un doble. Se trata de un fenómeno inédito en el que los «seres excepcionales» son vividos como una ilusión, como un espejo por parte de las masas. Pero este crédito ilimitado se desmorona rápidamente ante la más mínima manifestación de vulnerabilidad y ahí se sucede la emboscada virtual, que no es más que un tímido gesto de reprobación desamparada, inorgánica y efímera. El estado implosivo actual disuelve toda capacidad de fase constructiva. Sin embargo, a menos que se dispare en masa, los sujetos odiadores no descansarán en la idea de vengarse de sus fracasos.
Este pesimismo cultural actúa como defensa contra la depresión y la angustia, en el que se proyecta sobre el mundo externo una negatividad que de otra manera se dirigiría hacia el propio yo. No existe posibilidad de autorreconocimiento ni emancipación del colonizado, sino una imperiosa subjetividad decepcionada, revanchista y obstinada que guiará las conductas. Dentro de este marco todo puede suceder: abusos, matanzas, expoliaciones, gestos de violencia; lo que hace reinar un clima de terror.
«Aprender a ver aquí para escuchar en otros lugares. Aprender a oírse hablar para ver lo que harán los otros. Los otros es el otro lugar de nuestro aquí», dice Jean-Luc Godard en Ici et ailleurs (1976). En este contexto, en el que la empatía es confundida con sentimentalismo y la derecha conservadora opina que es nefasto que la empatía sea el motor de la revolución, debemos pensarnos pensando en sujetos valientes tejiendo futuridades próximas posibles no-odiantes.
1. E. Lobo, J. L. Moris, D. Nemer, «Democracia algorítmica: o futuro da democracia e o combate ás milicias digitais no Brasil», Revista Culturas Jurídicas, volumen 7, n.º 17, 2020.
2. Título del libro que Julio Evola publicó en 1996 y que aparece en las remeras de los grupos de extrema derecha en Brasil.
3. W. Brown, En las ruinas del neoliberalismo. El ascenso de las políticas antidemocráticas en Occidente, Traficantes de sueños, Madrid, 2021.
4. Byung-Chul Han, Infocracia. La digitalización y la crisis de la democracia, Taurus, 2022.
5. S. Ahmed, La promesa de la felicidad. Una crítica cultural al imperativo de la alegría, Caja Negra, Buenos Aires, 2022.