Es fácil perder de vista, frente a las a menudo justificadas críticas a la moderación y la timidez de los gobiernos del Frente Amplio, cuánto ha cambiado el paisaje político uruguayo. Se podrá decir que los cambios introducidos por el neodesarrollismo frenteamplista son menores, y que son retoques dentro de un modelo macro neoliberal, pero creo que para ello primero es necesario ser precisos en cuanto a la naturaleza y la historia de estos cambios.
Siguiendo a los autonomistas italianos de los sesenta, podemos pensar que toda reestructuración del capitalismo es forzada por la resistencia de los trabajadores, y que la reestructuración neodesarrollista no es la excepción. Mientras intelectuales y políticos neoliberales promovían el ajuste y la privatización, la izquierda, en particular el movimiento sindical, y específicamente algunos sindicatos de funcionarios públicos, fueron contra este sentido común y lograron imponer una lógica política frente a la razón supuestamente objetiva de los tecnócratas neoliberales, ganando una serie de plebiscitos que tuvieron como resultado el freno a las privatizaciones.
Estas victorias fueron hitos fundamentales en el camino del Frente Amplio a la victoria electoral. Los cambios ideológicos y programáticos que sufrió la coalición de izquierda en esos años pueden ser leídos como moderaciones con el objetivo de “correrse al centro” y ganar votos, pero también como parte de las preparaciones para gobernar. El FA, empujado por los trabajadores organizados y por lo tanto forzado a representarlos, buscó una fórmula para resolver un dilema en apariencia imposible: cómo cumplir desde el Estado con las demandas de los trabajadores evitando reprimendas de un capital trasnacional que podría causar a una economía pequeña, abierta y dependiente como la uruguaya daños enormes.
Es decir, el desafío del Frente Amplio en el gobierno era cómo reforzar los derechos de los trabajadores, se restituía la negociación colectiva, se recuperaba el salario, se reducía el desempleo, al mismo tiempo que se hacía al país más atractivo para el capital trasnacional, captando sus inversiones para financiar un relativo crecimiento del Estado de bienestar. Esto, que era imposible para la economía neoliberal, es lo que ocurrió en los últimos diez años.
Para lograrlo se llevó adelante una estrategia neodesarrollista1 que implicaba entre otras cosas la promoción activa de la inversión, estímulos fiscales a los grandes emprendimientos y apuesta a la venta de commodities en lo económico; la “reforma del Estado” en lo político, y el estímulo al emprendedurismo en lo cultural.
Esta estrategia, si bien fue exitosa, generó todo tipo de contradicciones e ironías: profundizó en muchos sectores la precarización laboral, promovió la concentración y la extranjerización de la propiedad de la tierra y atacó a los funcionarios públicos, cuya resistencia había dado el puntapié inicial de la resistencia al neoliberalismo.
Al mismo tiempo generó una ventana de oportunidad para victorias de la izquierda que seguramente no estaban en los planes en la resistencia de los noventa. El cambio en la elite política, por ejemplo, permitió la legitimación de saberes más allá de los de la economía neoclásica y sus ciencias asociadas.
Asimismo, se abrió la posibilidad de la lucha política en el interior del Estado. La llegada de sindicalistas a puestos de dirección, la creación de nuevas dependencias y el crecimiento del presupuesto plantearon un escenario en el que muchas dinámicas que parecían obvias y eternas se pusieron en cuestión. Las herramientas del Estado podían ahora ser resignificadas, y en muchos casos de hecho lo fueron.
Una combinación de estos dos fenómenos fue la nueva permeabilidad del Parlamento a las demandas de las organizaciones sociales. Estas demandas tuvieron una suerte dispar, pero no deja de ser cierto que la lista de temas puestos en la agenda por las organizaciones sociales que se plasmaron en leyes es francamente impresionante: despenalización del aborto, matrimonio igualitario, legalización de la marihuana, cambio de sexo registral para personas trans, e innumerables cambios en la legislación laboral. Otras, como la imprescriptibilidad de los crímenes de la dictadura y la ley de medios, siguen sin resolverse.
Se pueden asignar las victorias a la capacidad de movilización de las organizaciones y las derrotas a las resistencias ofrecidas por sectores del Frente Amplio, pero eso sería ocultar lo fundamental: que hoy es esperable que este tipo de demandas sean tratadas y que se pueda pensar razonablemente que con inteligencia política, negociación y movilización puedan triunfar.
Muchas organizaciones sociales se vieron reforzadas por estos logros legislativos, y por la lucha para conseguirlos. Al mismo tiempo, el bajo desempleo y las normas que consagraron la libertad sindical robustecieron a los sindicatos, dándoles aire para pensar estratégicamente y lograr articular con otros movimientos sociales y apuntar a objetivos hasta hace poco impensables, como la creación de un canal de televisión abierta de la central de trabajadores.
Es cierto también que no todos los movimientos sociales fueron escuchados por los gobiernos del Frente Amplio. El ambientalismo, por ejemplo, nunca participó de estas dinámicas virtuosas introducidas por la relativa permeabilidad de las elites frenteamplistas. La razón para esto es estructural: las demandas ambientalistas se dan de frente con el proyecto económico del que hablábamos más atrás.
En resumen, los diez años de gobierno frenteamplista que pasaron fueron ambiguos y difíciles de juzgar. Hubo avances fundamentales, aciertos políticos, oportunidades para conquistas históricas y espacios para la movilización. Pero todo esto tuvo un precio, y hay asuntos políticos y económicos fundamentales que el Frente Amplio en el gobierno, por la naturaleza de su proyecto político, no es capaz de enfrentar.
Un “gobierno en disputa” y relativamente permeable con una estrategia neodesarrollista es poco si se lo compara con aquello a lo que debería apuntar la izquierda, pero es también una conquista no despreciable desde la que aprender y trabajar, en particular cuando se lo compara con lo que fue el neoliberalismo anterior y las alternativas de gobierno actuales, igualmente neoliberales.
Existen límites claros al proyecto político del Frente Amplio en el gobierno. En parte son los límites que parece tener hoy la administración del Estado en todo el mundo. Ni en Europa, ni en China, ni en Argentina ni en Estados Unidos los gobiernos de izquierdas son capaces de evitar la trampa que pone el capital trasnacional: o se hace lo que ellos quieren o tarde o temprano llega el escarmiento.
La lección que podemos aprender de esto es que el Estado no es un lugar desde donde pensar el futuro de la izquierda. Pero también que no son indiferentes las distintas maneras (neoliberal o neodesarrollista) como se evita el escarmiento, y que existe un margen no despreciable para la acción política. La izquierda tiene que pensar estrategias para ir más allá del Estado para enfrentar al capital trasnacional, es cierto, pero al mismo tiempo tiene que ser capaz de crear y preservar espacios de poder, de disputa y de protección social.
La del FA en el gobierno es una estrategia política plausible dada la correlación de fuerzas existente. Esta estrategia tuvo virtudes importantes y costos altos, abrió algunos caminos de acción y cerró otros, logró conquistas históricas pero naturalizó formas de dominación. Es claro que es necesario ir más allá de esta estrategia, pero también es claro que una derrota del Frente Amplio no serviría para ello, ya que implicaría perder las conquistas y las oportunidades manteniendo las injusticias. Mientras, habrá que seguir ofreciendo resistencias, y pensando.
1 Para ver más sobre el neodesarrollismo, puede leerse mi nota en Brecha del 3-X-14, y para profundizar, el libro Latin American Neostructuralism, de Fernando Ignacio Leiva (Universidad de Minnesota, 2008).