«No queremos que Fermín se muera.» Graves y definitivos como ocurren los «no quiero» de la infancia, apremiantes y totales como sus «quiero»: así es que muchos suscribimos, letra a letra, las palabras de María José Santacreu, en Brecha pasada. Fermín Hontou se había puesto a morir días atrás y estaba viviendo esa extraña vida que es la muerte cerebral. Cuando María José Santacreu escribe, y todos los lectores lo sabremos al día siguiente, Fermín Hontou ya está muerto, pero en presente seguiremos no queriendo su muerte. A la César Vallejo, con persistencia, aunque el cadáver siga muriendo.
Desde su fundación en 1985 Brecha contó con el talento extraordinario de Fermín Hontou, capaz de «hacer política» (dicho esto en el sentido noble de la sobada expresión) con su arte de las caricaturas, logradas hasta competir, contaminándolos, con los retratos oficiales (si Daumier dejó hecho una pera a Louis-Philippe, Fermín Hontou hizo de José Mujica un zorro). O con su arte del retrato de seres imaginarios, como el movedizo esqueleto Vaimaca que a grandes zancadas viene del pasado a adivinarnos el presente.
En Brecha pasada, Fermín Hontou estuvo pues en la bella evocación de María José Santacreu, en la contratapa. ¿Quién ocupó la tapa? Robert Silva. ¿Cómo es posible que un burócrata minúsculo, un copiandín, un habitué del Ctrl+C y Ctrl+V, un aplicador más de las políticas educativas que el BID y el Banco Mundial decidieron hace tiempo para Uruguay, haya ocupado la tapa? Como no cabe suponer falta de aprecio y de admiración hacia Fermín Hontou por parte de sus compañeros de labor, ni cabe suponer falta de interés de mi parte hacia los conflictos que vive la enseñanza, las conjeturas deberán ir por otro lado.
Conjeturaré un mal nacional que viene de lejos y que supedita la vida política a la disputa partidaria, entiéndase, electoral. Las artes dan trabajo: ocupan a algunos que reciben, o dejan de recibir, fondos, premios, estipendios, becas, cargos, prebendas, contratos: que sobreviven o malviven o alcanzan algún grado de reconocimiento público. Esta precariedad material se conjuga con lo prescindible –lo accesorio– de sus obras. En permanencia, los medios de comunicación recuerdan cuáles son los protagonistas de la vida pública: los políticos profesionales (incluidos asesores, tecnócratas, expertos, aplicadores de agendas ajenas, etcétera), el fútbol, la farándula, «laciencia». Mientras, la enseñanza vive en constante reforma/transformación/cambio de sus estructuras institucionales, lo que se traduce en un imparable vaciamiento de sentidos. Así es explicable que un minúsculo señor destinado a ser tragado por el olvido, como casi todos sus antecesores, ese viernes, haya estado en la tapa de Brecha.
(«Lo verdadero es siempre nuevo» es una frase de Max Jacob, «poeta, santo, novelista», con la que Jacques Lacan termina un artículo inigualable en el que locura, libertad y verdad hacen una imposible yunta de tres.)