El sionismo, entonces Estado de Israel, exigía que los palestinos lo reconocieran ante la ley. Pero el Estado de Israel nunca dejó de negar la existencia misma de un pueblo palestino. Nunca hablará de palestinos, sino de árabes de Palestina, como si se hubieran encontrado allí por casualidad o por error. Y, más adelante, se tratará a los palestinos expulsados como si vinieran de fuera, sin mencionar la primera guerra de resistencia que libraron. Los convirtieron en descendientes de Hitler, porque no reconocieron el derecho de Israel. Pero Israel se reserva el derecho de negar su existencia de facto. Este fue el comienzo de una ficción que iba a extenderse cada vez más y a pesar sobre todos los que defendían la causa palestina. Esta ficción, la apuesta de Israel, consistía en tachar de antisemitas a todos los que cuestionaban las condiciones y acciones de facto del Estado sionista. Esta operación tiene sus raíces en la fría política de Israel hacia los palestinos.
Desde el principio, Israel no ha ocultado su objetivo: crear un vacío en territorio palestino. Mejor aún: fingir que el territorio palestino estaba vacío y que siempre había estado destinado a los sionistas.
Se trataba efectivamente de una colonización, pero no en el sentido europeo del siglo XIX: no se explotaría a los habitantes del país, sino que se los obligaría a marcharse. Los que se quedaran no se convertirían en mano de obra dependiente del territorio, sino en mano de obra libre y desvinculada, como si fueran inmigrantes en un gueto. Desde el principio, se compraron tierras a condición de que estuvieran vacías de ocupantes, o de que pudieran vaciarse. Fue un genocidio, pero el exterminio físico estaba subordinado a la evacuación geográfica: como árabes en general, los palestinos supervivientes tenían que mezclarse con los demás árabes. El exterminio físico, confiado o no a mercenarios, está perfectamente presente. Pero no es genocidio, se dice, porque no es el «objetivo final»: de hecho, es un medio entre otros.
La complicidad de Estados Unidos con Israel no procede únicamente del poder de un lobby sionista. Elias Sanbar ha mostrado claramente cómo Estados Unidos redescubrió en Israel un aspecto de su propia historia: el exterminio de los indios, que de nuevo solo fue en parte directamente físico. Se trataba de crear un vacío, como si nunca hubiera habido indios, salvo en guetos que los convirtieran en inmigrantes desde dentro.
En muchos sentidos, los palestinos son los nuevos indios, los indios de Israel. El análisis marxista muestra los dos movimientos complementarios del capitalismo: imponerse constantemente límites, dentro de los cuales desarrolla y explota su propio sistema; hacer retroceder cada vez más esos límites, superarlos para volver a empezar su propia fundación, de forma más grande o más intensa. Hacer retroceder los límites fue el acto del capitalismo estadounidense, del sueño americano, retomado por Israel y el sueño del Gran Israel en territorio árabe, sobre las espaldas de los árabes.
(Extractado de «Les Indiens de Palestine», publicado en Deux régimes de fous, 1983, Editions de Minuit.)
Las protestas contra Israel se acumulan
La reacción
Al gobierno israelí se le está yendo la mano a tal punto en su limpieza étnica y sus masacres en la Franja de Gaza y en Palestina toda que gobiernos que hasta ahora prácticamente se habían callado la boca y no habían hecho nada concreto para frenar la matanza se la están pensando. Nada muy concreto todavía, a decir verdad, con alguna excepción: el gobierno de Irlanda, por ejemplo, que ya había cerrado su embajada en Tel Aviv en diciembre por el genocidio en curso en Gaza, anunció un proyecto de ley para dejar de comprar productos provenientes de los territorios ocupados por Israel. En Italia, la región de Emilia Romaña, una de las más ricas del país y de Europa toda, decidió el fin de semana pasado suspender sus relaciones institucionales con Israel. La de Apulia la había precedido. En España, la ciudad de Barcelona decidió a su vez blindar su puerto con el fin de que no sea usado para el envío de armas hacia Israel y rompió todo tipo de relaciones con el gobierno de Benjamin Netanyahu. Y en el propio Israel, por fin, un grupo de profesores y funcionarios universitarios reaccionó, reclamando a la dirección de sus propias instituciones que «actúe de inmediato para movilizar todo el peso de la academia israelí para frenar la guerra israelí en Gaza». «Las instituciones de educación superior israelíes cumplen un rol central en la lucha contra el intento de reforma judicial. Resulta llamativo su silencio ante la matanza, la hambruna y la destrucción en Gaza, y ante la liquidación total del sistema educativo allí, su gente y sus estructuras», dice ese colectivo, que se autoidentifica como «Grupo de acción Bandera Negra». «Como académicos, reconocemos nuestro propio rol en esos crímenes. Son las sociedades humanas, no solo los gobiernos, las que cometen crímenes contra la humanidad. Algunos lo hacen por medio de la violencia directa. Otros, legitimando los crímenes y justificándolos, antes y después de los hechos, y manteniendo silencio en las aulas de estudio. Ese pacto de silencio es el que permite que los crímenes claramente evidentes prosigan sin traspasar las barreras del reconocimiento. No podemos decir que no sabíamos. Estuvimos en silencio demasiado tiempo», escribieron. Desde Uruguay, un grupo de académicos se solidarizó con sus colegas israelíes al fin salidos de su silencio.* «En condiciones muy difíciles y con gran coraje, levantan las banderas de la paz y los derechos humanos», dijeron, y llaman «al mundo» a «escucharlos».
* Entre ellos están Hugo Achugar, Rodrigo Arocena, Luis Barbeito, Karina Batthyány, Luis Bértola, Gerardo Caetano, Héctor Cancela, Gerónimo de Sierra, Ricardo Ehrlich, Rodolfo Gambini, Roberto Markarian, Ana Meikle, Eduardo Mizrahi, Ernesto Mordecki, Gregory Randall, Judith Sutz y Nicolás Wschebor.