Los ni-ni de la estructura social - Semanario Brecha

Los ni-ni de la estructura social

Según el informe “Pulso social 2016. Realidades y perspectivas”, presentado por el Banco Interamericano de Desarrollo (Bid) a fines de octubre, América Latina es una región muy heterogénea en lo que refiere a la transición socioeconómica, definida como proceso de evolución de la pobreza hacia la “clase media”. Uruguay se encuentra en una etapa avanzada y está integrado mayormente por las clases media y alta.

Según el informe “Pulso social 2016. Realidades y perspectivas”, presentado por el Banco Interamericano de Desarrollo (Bid) a fines de octubre, América Latina es una región muy heterogénea en lo que refiere a la transición socioeconómica, definida como proceso de evolución de la pobreza hacia la “clase media”. Países como Argentina, Chile y Uruguay se encuentran en una etapa avanzada y están integrados mayormente por las clases media y alta. Por su parte, Guatemala y Honduras, por ejemplo, están en las primeras etapas, dado que casi la mitad de su población todavía vive en situación de pobreza extrema.

En la última década América Latina logró importantes avances en la reducción de la pobreza y la desigualdad; en gran medida esto se explica por un crecimiento económico sostenido que condujo a la expansión de la “clase media”. Argentina, Chile y Uruguay fueron los más beneficiados, siendo Uruguay el país con mayor “clase media” del continente.

El nuestro aparece como el de menor pobreza en la región, si se acepta la categorización de “pobres extremos” para aquellos cuyo ingreso diario es menor a 2,5 dólares; de “pobres moderados” a los que perciben un ingreso de entre 2,5 y cuatro dólares; la “clase vulnerable”, con entre cuatro y diez dólares diarios; la “clase media”, con ingresos entre los diez y los 50 dólares, y la “clase de altos ingresos”, con un ingreso mayor a 50 dólares por día.

Estos datos alcanzan para que nos planteemos algunas cuestiones.

¿Quiénes son “clase media”? Parece evidente que percibir un ingreso diario per cápita mayor a diez dólares no implica ser de “clase media”. Para un hogar unipersonal de Montevideo, esto implica tener un ingreso corriente mensual mayor a 8.500 pesos. Ahora bien, la línea de pobreza calculada en el mes de setiembre por el Instituto Nacional de Estadística (Ine) para un hogar unipersonal de Montevideo se ubica en 12.455 pesos mensuales, lo que muestra que el límite inferior de la clase media definida por el Bid se encuentra por debajo de la línea de pobreza. Existen por tanto hogares de “clase media” cuyo ingreso no es suficiente para cubrir las necesidades básicas definidas por el Ine para pertenecer a esa capa social. Una alternativa metodológica podría ser utilizar las líneas de pobreza definidas por los institutos de estadística de cada país, cuyo fundamento se basa en el costo real de vida de las diversas composiciones familiares.

Dado que el análisis del Bid se basa en medias de ingreso, debemos tener en cuenta que la media es una medida engañosa, porque no muestra la dispersión en la distribución del ingreso. En este sentido, los promedios simplifican y esconden la desigualdad. Además, esta esquematización no tiene en cuenta la conformación familiar y, en consecuencia, la existencia de economías de escala en gastos no alimentarios, ni las diferencias existentes a nivel territorial. Tampoco tiene en cuenta la riqueza.

INGRESO Y CLASES SOCIALES. La socióloga británica Rosemary Crompton define tres grandes grupos de esquemas de clases: a) esquemas de clase que recurren al “sentido común” y que establecen un orden jerárquico basado en diversos criterios (se utilizan preferentemente en la investigación empírica); b) esquemas ocupacionales que hacen referencia a las escalas subjetivas y de prestigio socio-ocupacional, que establecen gradaciones; y c) esquemas de clase teórico-relacionales basados en enfoques teóricos vinculados principalmente a Marx y Weber, que intentan dar cuenta de la dinámica de las relaciones de clase, la división y el conflicto, en lugar de establecer escalas de desigualdad y prestigio, que miden el estatus más que la clase.

Los dos primeros enfoques de clase suponen siempre una escala con “arribas y abajos”, establecen jerarquías. De esta manera, la estructura de clases se define como un continuo en el que cada clase se ubica por encima o por debajo de otra. En el primer grupo podemos ubicar el tipo de análisis de clase que se basa en estratos de ingreso. Debemos tener en cuenta que definir las clases sociales con base en el ingreso implica privilegiar esta variable frente a otras que establecen diferencias en la vida de las personas.

Porque no somos todos iguales ni tenemos las mismas oportunidades, las relaciones de clase deben ser parte de la explicación. Las acciones de las personas no son aisladas e independientes de su contexto socioeconómico, sino que, muy por el contrario, existe una estructura social que determina nuestras oportunidades de vida a través de la desigual distribución de los recursos y las recompensas.

El estudio que lleva adelante el Bid es ajeno a las relaciones sociales que entablan las clases, porque el análisis del ingreso no nos permite ver las relaciones que mantienen las personas en el sistema de producción. Es como si dijéramos que una persona pertenece a tal clase sólo por sí mismo, por mérito propio, e independientemente de las relaciones que mantiene con los demás y con el sistema en su conjunto.

Las personas no entablan relaciones entre sí en función de su ingreso, sino, más bien, a partir de lo que hacen, el lugar donde trabajan, donde viven, y a la vida que llevan. Por más que ganen lo mismo, un maestro, un pequeño empresario y un pequeño productor rural probablemente tengan pocas cosas en común. Tampoco podemos esperar que tengan mucho en común un hogar con un ingreso mensual de 8.500 pesos y uno de 42 mil pesos, o uno de 17 mil y uno de 84 mil, independientemente del resto de las variables que determinan su realidad.

Con tal heterogeneidad se hace imposible hablar de ciertas costumbres y valores compartidos, lo que invisibiliza cualquier tipo de acción como grupo.

Entonces, ¿de qué nos sirve agrupar a la población por ingreso si no comparten ciertas cuestiones mínimas y no se reconocen como tales?

Una alternativa de análisis. Para los análisis de clase relacionales, los ingresos son un simple correlato de la posición que ocupan las personas en la estructura de clases. Estrato no es sinónimo de clase, y ésta no se definen por el nivel de ingreso. El concepto de clase social encierra desigualdades, conflicto, oposición de intereses, conciencia y lucha. Se trata de un concepto estructural, no coyuntural, porque la clase no se cambia de un día para el otro.

Las clases no existen aisladas, sino como parte de un sistema. Lo que las define y distingue son las relaciones específicas que se establecen entre ellas. Una clase social sólo puede existir en función de otra, como resultado de la situación específica que tiene cada una de ellas con respecto a los medios de producción y al proceso productivo. Estas posiciones diferenciales determinan que los intereses de las clases no sólo sean distintos sino contrarios y opuestos.

Las acciones y relaciones económicas se desarrollan en un tejido de interacciones sociales que se influencian recíprocamente y configuran la estructura social. Esta idea va en contra de la posición adoptada por la economía neoclásica, que percibe a un individuo aislado que maximiza su conducta en los mercados y está poco influenciado por el entorno y por las estructuras institucionales de la sociedad.

El análisis del sociólogo estadounidense E O Wright es un buen ejemplo de un esquema de clases relacional proveniente de la tradición marxista. Su análisis parte del concepto de “explotación”, lo que implica que una clase se apropia del plustrabajo realizado por otra. Las clases en la sociedad capitalista están arraigadas en tres formas de explotación: la basada en la propiedad de bienes de capital, en el control de bienes de organización y en la posesión de bienes de cualificación. La desigual distribución de estos bienes define la posición que ocupan los individuos en la estructura de clases.

Según el esquema de clases de Wright, existen tres posiciones básicas en las relaciones de clase: la burguesía (tiene la propiedad económica y el control sobre los medios físicos de producción y la fuerza de trabajo de otros), el proletariado (no tiene propiedad ni control), y la pequeña burguesía (posee y controla sus medios de producción, pero no controla la fuerza de trabajo de otros).

A ellas se agregan tres posiciones contradictorias: directivos, pequeños empleadores y empleados semiautónomos. Estas posiciones son contradictorias porque tienen dentro de sí intereses contradictorios, es decir, son posiciones duales o heterogéneas. Ello implica que las personas que las ocupan son a la vez explotadores y explotados, es decir, pertenecen a más de una clase a la vez. Este conjunto de ocupaciones es el que comúnmente ha sido llamado “clase media” o “nueva clase media”, dado que no se trata de posiciones burguesas ni proletarias. No obstante, sería un error considerar este conjunto de ocupaciones como una clase, dado que no tienen ningún rasgo en común que genere sentido de pertenencia.

Los uruguayos siempre nos hemos jactado de ser un país de “clase media” en el que los pobres no son tan pobres ni los ricos tan ricos. Medios pobres, medios ricos, nos gusta la idea de formar parte del montón, sin que nadie sobresalga, como si la “clase media” fuera una bolsa en la que entrara todo lo que no se puede etiquetar como de “clase baja” o de “clase alta”. Nada más lejos de la realidad.

La clase importa. En contra de los que creen que el concepto de clase social ha quedado obsoleto, queremos reivindicar su potencial para explicar un sinnúmero de variables que nos permiten entender la realidad social de ayer y de hoy. Las clases no son una mera abstracción, éstas tienen consecuencias reales sobre las vidas de las personas.

Las clases sociales establecen un tipo de desigualdad social que se ha arraigado a lo largo de los años y que genera pocos cuestionamientos. El concepto de “meritocracia” parece sustituir al de “democracia”, legitimando las diferencias y asumiendo que detrás de ellas hay una justa valoración del esfuerzo. Sin cuestionarnos, asumimos que existe una verdadera igualdad de oportunidades que permite ascender en la estructura social a cualquiera que se lo proponga. Pero estamos dejando de lado las cuestiones estructurales que cada clase social impone al accionar de las personas y que alimentan su reproducción.

Valeria Regueira es socióloga, candidata a magíster en estudios contemporáneos de América Latina, Fcs-Udelar.

 

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