Los pálidos fantasmas que lo habitaban - Semanario Brecha

Los pálidos fantasmas que lo habitaban

Lo conoció en Buenos Aires en 1984, “cuando en Uruguay estaba reencarrilándose la democracia”. Tuvo el privilegio –y la responsabilidad– de estar en la “cocina” de muchas de sus canciones. Lo que sigue es una síntesis de la charla que tuvo Brecha con Francisco “Paco” Grillo, técnico de sonido que grabó los tres discos que Zitarrosa editó con el sello La Batuta, luego del exilio.

¿Cómo era trabajar con Zitarrosa en el estudio?

—A Alfredo le gustaba cantar solo, no quería que hubiera nadie en el estudio, salvo el técnico y porque no había más remedio. Se sentaba en la sombra, en un lugar donde yo no lo veía. Sobre todo cuando decía sus poemas. Todo lo que decía o cantaba tenía una impronta muy original y auténtica.

En ese momento se grababa sobre 16 canales, primero las guitarras, él sólo hacía una voz guía, fuera del estudio. Recién cuando estaba lista la premezcla, se grababa la voz. Luego participaba de la mezcla final, y si bien aceptaba opiniones, él marcaba casi todo con mucho rigor.

Hay versiones de que se angustiaba porque decía que desafinaba, que se enojaba con algunas canciones y a veces con él mismo…

—En “Guitarra negra”, que es uno de los temas que más me llegan de Alfredo y que no me canso de escuchar, hay un verso que lo pinta y que de alguna manera oficia de confesión: “Los pálidos fantasmas que me habitan”. La vida de Alfredo no había sido fácil, tenía una deuda, un dolor con el padre, que no le dio su apellido, pero en general era una persona de una sensibilidad imponente. Cuando decía o terminaba un poema, se sentía en la voz que no era una actuación teatral, que de veras se le anudaba la garganta. No es secreto que su obra es muy autobiográfica. No tenía casi inventos literarios, su obra era su vida. Y tenía y sentía una gran responsabilidad con lo que hacía. Era riguroso, muy autocrítico y perfeccionista. Un día me dijo: “Yo no tengo derecho a distraer el tiempo de nadie con canciones que no dejen nada en el alma de quien las oye”. Y lo decía en serio. Alfredo era muy transparente. No impostaba nada, era eso que veías y oías. No era un personaje. Era un tipo profundo.

Más allá de la autenticidad como artista y la profundidad de lo que cantaba, ¿qué valores artísticos tenía Alfredo que lo hacían distinto al resto?

—Alfredo no tiene muchas influencias, él se inventó. Más del 90 por ciento de lo que cantó era su obra. Y tanto en una canción, en un poema o en un cuento es él mismo, legible por cualquier ser humano que tenga ganas de entrar en su alma. Muy crítico con su obra. Yo me enteré hace poco de que en el año 59 la Intendencia de Montevideo le otorgó el primer premio a un libro suyo de poesía, y como no le gustó cómo quedó el libro, más allá del premio, no permitió que lo publicaran. Lo prohibió expresamente. Era un tipo de una cultura enorme. La milonga zitarrosiana no tiene antecedentes, que yo sepa. Cuando empezó a cantar, se acompañaba él con guitarra, y tocaba una milonga bien distinta de la payadoril uruguaya y de la milonga argentina. Una vez hablamos con el Toto Méndez y Julio Corrales (dos de los guitarristas del Cuarteto Zitarrosa) de dónde había salido ese toque –y tocado con púa–, y nadie sabe bien. Abel Carlevaro un día me contó que no podía entender cómo hacían para tocar una milonga con púa: “Yo intenté y no pude”, decía Abel. Y tenía una voz estupenda…

¿Hacía muchas tomas?

—No. No necesitaba. Era sí muy autocrítico. Una vez, luego de grabar, me dijo: “Flaco, dejalo así, mejor no me va a salir”. Yo me sonreí y le dije: “Sí, tenés razón, mejor no te va salir porque lo perfecto no es perfectible, así que no me embromes”.

Tenías esa confianza porque te hiciste amigo de Zitarrosa…

—Tuvimos, más allá de lo relacionado con el arte y con su canto, algunas reuniones “en plan de amigos”, como decía él. Yo alquilaba siempre la misma casita en Salinas, y él iba con su señora y sus hijas y se quedaban algunos días. Alfredo tenía algunos hobbies: pescar, jugar al truco y al ajedrez. Los dos jugábamos muy mal al ajedrez (se ríe). A veces le ganaba y él me decía: “Qué bien que jugás, flaco”. Y yo le decía “no embromes, yo no juego bien, y vos tampoco”. Era sólo la suerte. Jugaba muy bien al truco, él jugaba con mi señora y yo con la de él, y siempre ganaban. Mentía muy bien.

Tenía una colección de caracoles que había traído de distintos océanos y mares del mundo y lo tenía todo inventariado, con el nombre científico de cada ejemplar. Una vez me regaló uno. Y si no me lo llevaba se ofendía: “¿Somos amigos o qué…?”, me dijo.

Cuando iba a visitarnos en esa casa de Salinas llevaba unos asados descomunales, asado y toda la parrillada… pero cuidado con tocarle el asado, él era el asador, y era bueno, celoso de la parrilla. “¿Qué estás mirando acá?”, te decía si te acercabas.

¿Y era pescador, decías?

—Yo tenía una lanchita, modesta, y salíamos a pescar con mis hijos. Un día fuimos con Alfredo. Y había un pique de corvina muy interesante. Mis hijos eran chicos y se les prendían de los dos anzuelos que tenía la base. Al más chico había que ayudarlo a levantarlas… y Alfredo no pescaba, ni le picaba. Y de pronto mi hijo chico –nunca supe si fue por inocencia o de puro pillo– lo mira a Alfredo y le pregunta: “¿Y usted Alfredo, no pesca?”. Alfredo lo miró y lo puteó con toda la solemnidad sonora de su voz profunda (risas). Al final pescó una corvinita flaca y chiquita, y cuando volvimos insistió en que a esa corvinita se la hicieran para él. Mi suegra, que era la que oficiaba de cocinera, lo trató de convencer que para qué iba a comer aquello que era pura espina, habiendo tanta corvina.

¿Tocaste alguna vez para que él cantara?

—Qué cosa rara… alguna vez me pregunté por qué nunca lo acompañé en una milonga. No sé si no me animé, o tuve miedo de que me dijera “No jodas flaco, ¿por qué no cantás vos?”, pero me quedó como una materia pendiente. Yo era joven, y lo veía todos los días, hablábamos por teléfono, nos tomábamos una copa, de repente. Estaba tan integrado a mi cotidianidad que no sé si alcancé a dimensionarlo realmente como artista. Esa magia que ve el espectador cuando va a un teatro, para mí no existía. Porque estás ahí, atrás del telón, digamos. Y la mayoría de los artistas, los verdaderos, son de una modestia y una transparencia muy sincera, que te lo hacen ver todo muy normal.

 

  1. De regreso (compuesto por canciones grabadas en Argentina, México, España y algunas en Uruguay); Melodía larga, con temas de Mario Carrero, Silvio Rodríguez, Dino, Marcos Velásquez y del propio Zitarrosa, y Sobre pájaros y almas, un disco en conjunto con Numa Moraes.

 

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Ficha

 

Francisco Grillo tiene 77 años, un hablar pausado y voz grave. Es locutor, guitarrista y técnico en radio. Trabajó en Canal 5, en radio Sarandí, en la Rai y en La Batuta, estudio de grabaciones que dirigió junto con otros socios. Ahora está jubilado, pero en su extensa carrera fueron varios los músicos que confiaron en su calidad técnica para inmortalizar sus composiciones, entre otros, Jaime Roos, Abel Carlevaro, Larbanois y Carrero, y el propio Alfredo Zitarrosa.

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