Los secretos de papá - Semanario Brecha

Los secretos de papá

Sólida primera novela.

La doble ausencia, de Javier Núñez. Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo, 2020. 159 págs.

Javier Núñez es un rosarino (del Rosario argentino) que, tras publicar dos volúmenes de cuentos, escribió su primera novela, La doble ausencia. Con ella ganó el Premio Latinoamericano Sergio Galindo 2012, en un concurso convocado por la Universidad Veracruzana de México y, en 2011, fue finalista del premio Emecé de novela. Eso lo sabemos porque es lo primero que cuenta el prologuista de esta edición, el escritor uruguayo Martín Lasalt, que aspiró al mismo premio mexicano y, según sus palabras, “la tuvo que ver por TV”. Una idiosincrática y muy uruguaya manera de reconocer una derrota que considera justísima: según Lasalt, la novela de su contendiente era muy buena. Y lo es.

La doble ausencia cuenta la historia de Eduardo Fonseca, escritor, que tuvo un accidente fluvial cuando su hijo Santiago –el narrador– tenía 8 años. El cuerpo de Eduardo nunca fue recuperado de las aguas, y Santiago guarda escasos recuerdos de su padre, al punto de no poder determinar si lo poco que es capaz de rememorar es el registro de la persona de carne y hueso o la huella que dejaron sus fotografías. Y es, justamente, una fotografía adentro de un diario íntimo lo que va a lanzar a Santiago tras las huellas de su padre, un hombre al que si bien era consciente de no haber conocido bien, nunca había imaginado hasta qué extremo. Sin embargo, la “doble ausencia” a la que remite el título no se refiere a ese desconocimiento, sino, más bien, a que el padre no estuvo presente mientras vivía (su vida transcurría en el encierro de su labor literaria) ni tampoco después de muerto (debido a la desaparición de su cuerpo). Más interesante es esa tercera ausencia, es decir, la del repentino vértigo de darse cuenta de que no conocemos a las personas que amamos.

La manera de narrar de Núñez tiene un ritmo inusual, pero esto es algo de lo que se toma conciencia recién cuando se ha acabado de leer la novela. Y es que, tomando como punto de partida un tema y unos recursos bastante socorridos por la literatura, Núñez comienza esta carrera por la atención del lector con cierta desventaja, pero pronto se revela como un narrador confiado y paciente, que empieza a desarrollar los elementos que tejerán la trama con parsimonia pero con fe. ¿Qué es lo que nos hace apegarnos al relato de Santiago cuando nos cuenta su viaje al altillo, donde descubrirá el diario y la revelación de que su padre tuvo una amante adolescente? La respuesta es: la lenta reconstrucción del escritor que Fonseca fue. El harto trillado recurso del descubrimiento del diario y la revelación de los amores prohibidos del señor son bien poco interesantes al lado de la pesquisa acerca de ese escritor desconocido que comenzó publicando en la revista de Francisco y Elvio Gandolfo, El Lagrimal Trifurca, y cuya obra empieza a rastrear su hijo. Núñez sabe que poco se puede hacer con el tema de las nínfulas después de Lolita (y lo hace explícito), así que elige concentrarse en los libros inhallables de Fonseca, que lo llevan a recorrer Rosario de arriba abajo y a preguntarse qué fue lo que llevó a la destrucción de la obra literaria de su padre. Sin embargo, mientras el lector disfruta y se distrae con la descripción de títulos y tramas, con las citas del poeta inmenso Juan L Ortiz o con el hallazgo fortuito de una primera edición de Los adioses, de Onetti, Javier Núñez nos está cocinando a fuego lento, esperando para darle gas a la trama. Y vaya si lo hace.

De pronto y sin mucho aviso, la novela empieza a transformarse en eso que los anglosajones llaman un page turner, es decir, un libro que uno no puede deponer y que continúa devorando, página tras página, sin importar lo que suceda afuera. Conviene no revelar las vueltas de tuerca que, de pronto, hacen que La doble ausencia adquiera las características de un policial. Sin embargo, sobrevolando las tramas literaria y detectivesca, hay otros asuntos que tienen que ver con la identidad, el tiempo, el amor y su pérdida. Esas reflexiones sobre el tiempo y la imagen le dan otra profundidad a la historia, más allá del entretenimiento de las pesquisas policiales o literarias. Ese misterio que es la imagen congelada de alguien en un retrato; ese que provoca un poco de vértigo cuando vemos las fotos de nuestros padres cuando eran más jóvenes de lo que somos nosotros cuando miramos. Eso que sucede con las fotos de los que ya no tienen cuerpo, los muertos, los desaparecidos.

Como casi toda primera novela, la de Núñez tiene algunas debilidades. Pero hasta esas debilidades tienen virtudes: están en las partes que menos interesan –las historias de amor que no deben faltar en ninguna novela de crecimiento–, y no impiden que La doble ausencia sea un libro atrapante que no se recomienda leer en ningún ómnibus. Salvo, claro, que su destino esté a más de 200 quilómetros.

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