El país del himno plagiado, que tuvo al presidente más pobre y que sigue teniendo la nafta más cara del mundo.
El del río de los pájaros pintados, el del zorzal criollo, los teros, el pato celeste y el cotorra loca.
El único país latinoamericano que no tiene poblaciones indígenas, por más que siga alardeando de su garra charrúa.
El país donde son obligatorios el voto, la educación, la mamografía y andar con las luces cortas encendidas durante el día.
El país más feliz de América Latina y el único que festeja la nostalgia.
El que tiene más legisladores, más policías y más vacunos por habitante.
El que tiene la menor tasa de homicidios y el que también tiene la mayor tasa de suicidios.
El menos violento del continente y el que tiene mayor tenencia de armas por habitante.
El más justo, el país que tiene más confianza en la justicia y el país donde las mujeres ganan un 26,3 por ciento menos que los hombres.
El único país de América Latina con democracia plena y el único que no permite el voto desde el exterior.
El primero en el ranking de gobierno electrónico y el que tiene la menor proporción de mujeres en política.
El país con más personas superdotadas, el que tiene la menor tasa de analfabetismo y el peor en cuanto a egreso de secundaria, de toda América Latina.
El país con más superficie agrícola apta por habitante y el peor de América Latina en consumo de alimentos ultraprocesados.
El país que tiene los niños más obesos y el que tiene las mujeres más altas de Sudamérica.
El país con mayor proporción de energía eólica del mundo y el país sudamericano del que más gente se toma los vientos.
El que tiene el consumo de leche y el consumo de vino más altos de toda América Latina y el que llegó a liderar el ranking mundial de consumo de whisky, antes de la tolerancia cero y cuando el directorio del Partido Nacional sesionaba más seguido.
El país mejor conectado, con la Internet más rápida y barata, y el que más piratea de todo el continente.
Somos el primer país americano en ser cien por ciento libre de humo de tabaco y el primero también en legalizar el mercado de la marihuana.
El país más viejo y el país más verde, que no el de los viejos verdes.
El que menos crece demográficamente y el de mayor consumo de yerba mate del mundo. ¿En qué quedamos: tomamos mate o crecemos?
El país donde gusta una banda que se llama No Te Va Gustar, donde el chivito canadiense no es de chivo ni es canadiense y donde el club Nacional es de football.
El menos corrupto y el país con menos creyentes de América Latina, dato que no nos mueve un pelo porque tampoco creemos en los estudios de opinión ni en las encuestas.
La confianza no mata al hombre, si así fuera, la esperanza de vida de los uruguayos sería altísima por descreídos y desconfiados.
Está bien que cuando la ovación es grande, hasta Andrea Bocelli desconfía, pero una cosa es no creer en las promesas electorales, en los vendedores de autos usados, en la balanza del feriante o en las cifras oficiales y otra es no creer que se apague la lucecita cuando cerramos la heladera, o no creer que se vaya a activar el airbag si chocamos. Con lo mal que se conduce en este país, si no chocamos más, es de desconfiados que somos.
No creemos en los meteorólogos ni en la ética del urólogo, porque nos negamos a creer que la única manera de examinar la próstata sea con el tacto rectal.
No creemos en los carteles. Ni en el que dice “Prohibido fijar carteles”, que es una paradoja, ni en el de “Ceda el paso”, ni en los que dicen: “No pisar el césped”, “Sonría, está siendo grabando”, “Cuidado con el perro”, “Cien por ciento natural”, o “Beber con moderación”.
No creemos que la bandera roja de la playa signifique “Prohibido el baño”, ni creemos cuando nos dicen que hay que evitar exponerse al sol entre las 10 y las 16 horas. Prueba de ello es que también somos campeones en cáncer de piel a nivel latinoamericano.
No creemos en las etiquetas de la ropa: centrifugamos las prendas de lana, planchamos el acrocel, aunque acá existe un atenuante y es que no entendemos la iconografía de las etiquetas, esa mezcla de emoticones y jeroglíficos con triángulos tachados, cuadrados, círculos y círculos dentro de cuadrados.
Tampoco creemos en el “Abre fácil” y cortamos el envase por cualquier lado.
No creemos que los baños de los aviones tengan sensores de humo. No creemos que en la piscina haya un producto químico que reacciona con la orina. Ahora ya no se ven tanto esos cartelitos, porque quienes los ponían dejaron de creer que la gente los respetaba.
No creemos que el reloj sumergible se pueda sumergir 50 metros, ni creemos que el whisky 18 años tenga 18 años. No creemos ni siquiera en nuestras propias secreciones nasales, por eso cuando nos sonamos la nariz enseguida miramos el pañuelo para asegurarnos de que estén los mocos.
Para no pecar de incrédulos creemos en algunas cosas increíbles: creemos en los horóscopos, creemos que los nuggets de pollo tienen pollo y, ahora mismo, creemos que alguien puede estar leyendo.