De eso que los medios mainstream y gran parte de los gobiernos occidentales se empeñan en llamar una «guerra» el martes 7 se cumplió un mes. Datos de la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA, por sus siglas en inglés) indican que, en ese lapso y hasta el miércoles 8, murieron en Gaza unas 9.770 personas. El Ministerio de Salud de la Franja elevó el mismo día la cifra a más de 10.200. Y había hasta entonces más de 26 mil palestinos heridos y más de 2.200 desaparecidos bajo los escombros dejados por los bombardeos israelíes. Cuando esta nota se publique, los muertos palestinos estarán superando seguramente los 11 mil. ¿Cuántos de ellos eran combatientes de Hamás o de otras milicias? Difícil saberlo. Algunos los estiman en 10 por ciento, otros en 15. Lo que sí se sabe es que entre los muertos hay una enormidad de niños, entre 4 mil y 4.300, según las fuentes, es decir, por encima del 40 por ciento del total. De acuerdo a los números comunicados por la OCHA, 134 niños han muerto diariamente en Gaza en un mes bajo las bombas israelíes. La Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados en Oriente Medio hizo el lunes 6 su propio cálculo: un niño palestino asesinado cada diez minutos. Se tome el promedio que se tome, nada parecido se ha visto en los últimos años en guerra alguna. Y así seguirán las cosas. Un tercio de los hospitales (14 sobre 35) y 51 de las 78 policlínicas que existían en Gaza han dejado de funcionar como producto de los bombardeos o por falta de combustibles, de agua y de los implementos más elementales. Desde el 11 de octubre, día en que comenzó el bloqueo total a Gaza decidido por el gobierno de Benjamin Netanyahu, solo han entrado a la Franja por el paso de Rafah, en la frontera con Egipto, unos 450 camiones con eso que habitualmente se llama «ayuda humanitaria». Antes del 7 de octubre, ingresaban a la Franja más de 500 por día. Las enfermedades están, a su vez, haciendo su obra.
Al ritmo que transcurre esta curiosa «guerra», se superará sin dudas la proporción de bajas que Israel se fija como parámetro tolerable en cada operación de envergadura que lanza sobre Gaza, según decía a Brecha semanas atrás Héctor Grad, de la Red Internacional de Judíos Antisionistas: «Nos matan a uno, les matamos a diez» (véase «Hay margen para frenar las masacres», Brecha, 20-X-23). El ataque de Hamás del 7 de octubre dejó, según fuentes israelíes que no paran de recordar la elevadísima cifra de civiles asesinados ese día por los milicianos palestinos, unos 1.400 muertos, y en sus operaciones por tierra y aire el Ejército israelí ha perdido, de acuerdo a datos difundidos por el Ministerio de Defensa el martes 7, apenas 29 soldados. Aunque a esas bajas (las de militares muertos en combate) el gobierno de Netanyahu tienda siempre a minimizarlas, son lo que son: unas pocas decenas.
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Pero sobre todo las muertes de palestinos se seguirán acumulando porque Israel no está dispuesto a frenar sus ataques. Peor: se dispone a acentuarlos. El fin de semana pasado, el ministro de Patrimonio, Amichai Eliyahu, no descartó la posibilidad de recurrir a la bomba nuclear para acabar de una vez por todas con «el problema» palestino. «Es una opción», dijo en declaraciones a la radio Kol Barama. «Pero si usamos el arma atómica, mataremos también a los rehenes israelíes», se preocupó el periodista que lo entrevistaba. «En una guerra se tiene que pagar un precio», respondió Eliyahu. El hombre, dirigente del partido Poder Judío, fue demasiado lejos y el domingo 5 Netanyahu suspendió hasta nuevo aviso su participación en las reuniones de gabinete. «Está desconectado de la realidad», explicó el primer ministro. En filas palestinas no creen que lo esté tanto, vista la manera de operar de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI). Es muy improbable, obviamente, que Israel llegue a usar en Gaza la bomba atómica, pero que uno de los integrantes del gobierno lo mencione como una posibilidad revela la mentalidad que los inspira a todos, le dijo al portal francés Mediapart una fuente de Al Fatah, el grupo palestino que administra la Cisjordania ocupada. En lo que sí habría consenso en el Ejecutivo de Netanyahu es en que se tiene que aprovechar esta guerra para buscar alguna forma de solución final a la «cuestión de Gaza». Y para esta solución, o para alguna de sus variantes, sí contarían, Netanyahu y los suyos, con aval internacional, en todo caso de algunas potencias, principalmente Estados Unidos y su fidelísimo aliado británico, inventor, después de todo, del propio Estado de Israel.
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A fines de octubre trascendió un documento confidencial del Ministerio de Inteligencia israelí en el que se evalúan distintas opciones para el futuro de los habitantes de Gaza una vez que concluya la «guerra» en curso. Datado del 13 de octubre y filtrado por Wikileaks, el documento fue publicado y comentado por diversos medios internacionales, incluidos algunos israelíes. El propio ministerio lo reconoció como auténtico, aunque pretendió rebajarle importancia argumentando que no es más que un planteo entre otros de los que la cartera suele elevar a los servicios de inteligencia, el Ejército y el Ejecutivo. Pero al coincidir sus consideraciones y «sugerencias» con la estrategia militar actualmente implementada por el Ejército israelí, vale la pena tomarlo en serio, evaluó, por ejemplo, el sitio francés Révolution Permanente (31-X-23). Daniel Levy, presidente del Proyecto Oriente Medio y exnegociador de paz de Israel, opuesto a la masacre que su país está perpetrando en la Franja, consideró, en declaraciones a diversos medios, que el solo hecho de que el texto se haya filtrado habla de que se está manejando en el Ejecutivo de Netanyahu.
En sus diez páginas, el documento baraja tres escenarios posibles a considerar por Israel, partiendo siempre de la base de que Hamás sea totalmente erradicado de Gaza o al menos descabezado y dejado fuera de combate. Dos de esas opciones son vistas como «menos favorables», al contemplar, con distintos formatos, una administración de la Franja por autoridades palestinas, ya no de Hamás, sino de sus rivales de Fatah, cuya gestión de la Cisjordania ocupada ha sido hasta ahora relativamente tolerada por Israel. «Estas dos opciones –dice Révolution Permanente– se basarían en un modelo similar al que existe hoy en Cisjordania: dominación militar israelí combinada con cierta apariencia de gobierno civil palestino.» Tendrían la «desventaja» de que Israel quedaría más expuesto que nunca a ser considerado como «una potencia colonial ocupante», y además no serían «suficientemente disuasorias para otras fuerzas enemigas del país, como el Hizbolá libanés».
La tercera opción es la que el Ministerio de Inteligencia ve como «más ventajosa» para los intereses israelíes: la que dispone la expulsión de los palestinos hacia el desierto del Sinaí, en Egipto, y la ocupación de la Franja por colonos. El plan se haría en cuatro etapas. Dos ya se están implementando: la conminación a la población palestina a que abandone el norte de Gaza y los ataques por tierra a esa zona de la Franja. Faltaría ejecutar dos: el despeje total de las rutas de desagote de palestinos hacia Egipto a través del paso de Rafah y el montaje, en el desierto del Sinaí, de ciudades formadas por tiendas de campaña para establecer definitivamente a los exgazatíes en esas tierras, sin posibilidad de retorno. Una zona estéril de varios quilómetros de ancho –señala a su vez el 25 de octubre el sitio independiente egipcio Mada Masr– sería creada en Egipto, «al sur de la frontera con Israel, para impedir el regreso de los palestinos».
Estas dos últimas fases requerirían la participación en el plan de Egipto, un país con el que Israel firmó la paz hace décadas, y a ello ya estaría abocado Netanyahu. Según indicó la semana pasada el portal sionista Por Israel, el primer ministro israelí está intensificando la presión sobre El Cairo para que acepte esa salida, y a cambio le habría ofrecido al presidente Abdel Fattah al Sisi interceder ante organismos como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial para que alivien en gran medida la deuda externa egipcia y ayuden a financiar el establecimiento de las nuevas «ciudades» palestinas en el desierto. También lo habría conversado con «líderes occidentales».
El Cairo, por ahora, afirma oponerse a ser parte de una solución militar, por el medio que sea. Sería una segunda Nakba, un nuevo desastre, un nuevo desplazamiento masivo forzado de población similar al de 1948, cuando se creó, sobre tierra arrasada, el Estado de Israel, y aceptarlo colocaría a Egipto en una situación imposible en el mundo árabe, habría dicho Al Sisi en una reunión de gobierno en El Cairo. Y habría observado también, según Mada Masr, que la transferencia de refugiados palestinos hacia el Sinaí convertiría, a mediano plazo, esa región «en una plataforma de lanzamiento de operaciones israelíes» hacia tierra egipcia, porque la resistencia palestina no desaparecería en el aire, sino que simplemente se trasladaría.
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La idea de reubicar a los palestinos de Gaza en el Sinaí no es nueva. Ya la habría manejado un alto oficial del Ejército, Giora Eiland, que entre 2004 y 2006 fue jefe del Consejo de Seguridad Nacional de Israel. El primer ministro de entonces, Ariel Sharón, opinaba en cambio que a su país le convenía más concentrarse en expandirse en Cisjordania, y así fue que, en el marco de un plan definido por la Unión Europea, Naciones Unidas, Rusia y Estados Unidos, en 2005 Israel se retiró de la Franja. Opuesto a esa medida que consideró «un abandono», Eiland dimitió del Consejo de Seguridad Nacional y se dedicó a elaborar un plan alternativo que comprendía precisamente el traslado masivo de los gazatíes al Sinaí, compensando a Egipto con territorios en el sur de Israel y la financiación de obras de infraestructura. Hosni Mubarak, el presidente egipcio de la época, lo rechazó, así como el resto de los países árabes.
En las últimas semanas, dice Mada Masr, la llamada doctrina Eiland «parece haber cobrado nueva vida» de la mano de Netanyahu. Eiland escribió el mes pasado en la revista israelí Fathom una nota en la que llama a Netanyahu a aprovechar el nuevo contexto para «aplastar a Hamás». El general no se manifestaba, sin embargo, para nada favorable a una invasión terrestre de Gaza considerando que no le resultaría fácil al Ejército derrotar a los entre 20 mil y 30 mil milicianos de que dispondría bajo tierra la organización palestina, y más aún a los chiitas proiraníes de Hizbolá, mucho más poderosos militarmente y que se movilizarían en auxilio de sus aliados palestinos. El mismo objetivo de aniquilación de Hamás y de deportación masiva de gazatíes, afirmó Eiland, se obtendría más eficazmente con un «asedio dramático, continuo y estricto sobre la Franja». «Cuando la gente de Gaza haya sido evacuada y los únicos que queden sean los de Hamás, y se les hayan acabado los alimentos y el agua […], Hamás será completamente destruido, o se rendirá, o aceptará evacuar Gaza, tal como [Yasser] Arafat se vio obligado a abandonar Beirut después del asedio israelí», en 1982, apuntó Eiland en Fathom.
Mada Masr señala: «Si bien es difícil determinar cuánta influencia tienen generales retirados como Eiland sobre el gabinete de guerra de Israel, las tácticas utilizadas por las FDI en su actual ataque a Gaza parecen alinearse con gran parte de lo que él ha prescrito. Israel ha castigado colectivamente a más de 2 millones de palestinos en Gaza, bloqueando las entregas de alimentos, agua, medicinas y combustible, y ha ordenado la evacuación de más de 1 millón de palestinos desde la parte norte de la Franja hacia el sur». Eiland confía en que la concreción total del plan de recomposición de la zona solo sea cuestión de tiempo. Más aun sabiendo que, desde la época de Anwar el Sadat, en los años setenta, como escribe el periodista egipcio Hossam el Hamalawy en Middle East Eye (versión española en Viento Sur, 27-X-23), Egipto «ha consolidado su función de encargado de la estabilidad regional siguiendo los intereses de Estados Unidos, de protector de la seguridad de Israel y de mediador entre israelíes y palestinos». Un mediador, por otra parte, nada neutro, al haberse mostrado siempre proclive a aceptar las condiciones de Israel, al punto de haber participado en la implementación del bloqueo a Gaza y de haber facilitado ofensivas de las FDI contra la Franja.
Si Egipto no se ha plegado aún al plan de Israel de reasentamiento de los gazatíes en el Sinaí, sugiere Hamalawy, se debe en buena medida a las movilizaciones callejeras en favor de los palestinos que están teniendo lugar en el país –las más importantes desde comienzos de la primera década del siglo– y a las reticencias de otros países árabes.
Y hay también otro obstáculo al plan pergeñado por los halcones israelíes: la oposición de al menos una parte del gobierno demócrata estadounidense, temeroso de que una (nueva) expulsión masiva de los palestinos globalice el conflicto. Jordania ya anunció que lo consideraría una declaración de guerra, y países aliados de Occidente en la región, como Arabia Saudita, con la cual Israel estaba a punto de concluir un acuerdo de paz, o Emiratos Árabes, se verían también presionados a un enfrentamiento abierto. El presidente estadounidense, Joe Biden, y su secretario de Estado, Antony Blinken, dijeron en estos días que una ocupación de Gaza por Israel sería poco conveniente y que verían con mejores ojos una administración autónoma de la Franja por palestinos, por supuesto después de una limpieza en toda regla del territorio. Pero con Estados Unidos nunca se sabe: las armas y el dinero le están fluyendo actualmente a Netanyahu desde Washington para culminar su masacre. Y hacia la zona del «conflicto» –en preparación tal vez de algo mayor–, ya ha enfocado la superpotencia algunos de sus portaaviones más sofisticados.
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Existe otro punto nada menor que muy poco se evoca cuando se habla de las razones de Israel para quedarse con Gaza –o al menos levantar allí un gobierno «autónomo» bien dócil– y que tal vez explique mejor la determinación de Netanyahu y compañía de sus invocaciones bíblicas para justificar genocidios (véase «Pistas de un genocidio», Brecha, 3-XI-23): el hecho de que el territorio palestino es parte de una zona rica en hidrocarburos y a la que Estados Unidos y potencias europeas pretenden convertir, con Israel como operador central, en un corredor comercial que conectaría India, Oriente Medio y Europa para competir con la nueva ruta de la seda ideada por China. En setiembre pasado, Netanyahu presentó ese corredor, llamado IMEC (por las siglas de las regiones que lo integrarían), ante Naciones Unidas, con abundancia de referencias al nuevo papel geopolítico y económico de su país en un Oriente Medio en reconstrucción.
En esa perspectiva, los palestinos no solo sobrarían: serían un obstáculo. Como lo serían también Siria y Líbano. En los últimos 15 años, además, se descubrieron enormes yacimientos de gas natural en la plataforma Leviatán y en todo el Mediterráneo oriental, rodeando la Franja de Gaza. La explotación de la plataforma, que es administrada por un consorcio israelí-estadounidense, haría de Israel, «por primera vez en su historia, una potencia energética, capaz de satisfacer sus necesidades, obtener su independencia energética y exportar gas natural a sus vecinos para reforzar su posición regional», según proyectó hace casi cuatro años un ejecutivo de la empresa israelí Delek, miembro del consorcio binacional (France 24, 31-XII-19). A fines de octubre, Israel concedió la explotación de otros campos gasíferos en la misma región a British Petroleum, la italiana ENI y otras cuatro empresas. A algunos de estos proyectos está asociado también Egipto. Hamás los rechaza. Otro motivo para liquidarlo.