Metáforas potentes - Semanario Brecha
Con María Galindo, fundadora de Mujeres Creando.

Metáforas potentes

Activista feminista boliviana, es una referente muy importante para los feminismos latinoamericanos. Fue invitada por el colectivo Minervas para realizar un taller en la Escuela de Formación Feminista y presentar la reedición de su libro “A despatriarcar”. María Galindo conversó con Brecha sobre su trabajo y sus ideas.

Foto: Lucía Melgarejo

¿Cómo te definís?

—Me defino como Glbt, que quiere decir: gorda, lesbiana, terca y boliviana.

¿Qué es el feminismo para vos?

—Te voy a decir lo que no es. El feminismo no es –y lo digo casi a gritos– la lucha por la igualdad de derechos para las mujeres nacida en el contexto del Estado moderno burgués europeo. Estoy bastante harta de que en esta parte del mundo se siga repitiendo que el feminismo es eso.

¿Te referís a América Latina?

—Sí. No hay un feminismo, hay muchos feminismos, que implican la despatriarcalización de la sociedad. Esa es mi tesis central, pero también puedo responder que los feminismos son las formas de insubordinación, personal y colectiva, surgidas en todos los sistemas políticos, en todas las épocas, en todas las culturas y en todas las latitudes del mundo, de forma paralela y simultánea.

¿Cómo definís el feminismo boliviano?

—En Bolivia hay una fuerte tecnocracia de género. Hay un conjunto de tecnócratas de corte neoliberal y burgués que forman parte de las Ong y de organismos internacionales y se dicen feministas, pero viven a costa de sueldos jugosos y políticas inservibles. Luego hay un pseudofeminismo, un conjunto de mujeres que forman parte del partido de Evo Morales, del gobierno del Mas, que se dicen feministas por sofocar, confundir, asfixiar las luchas de las mujeres que estamos en la calle. No tienen un sustento político real y necesitan usar la palabra “feminismo” como un simple comodín, que no pueden defender en la práctica política.

¿Cómo surge Mujeres Creando?

—Es una organización feminista autónoma de iglesias, partidos políticos y Ong, pero también puede definirse como una guerrilla sediciosa no violenta, como un psiquiátrico o como una escuela experimental abierta. Surge en el año 1992 de manera muy preciosa: fue un acto de lucidez muy intenso. Nosotras éramos parte, poquitas, de un partido político de izquierda tradicional, que incluso era una organización armada, y lidiamos con el lugar que esa izquierda les asignaba a las mujeres. Ese lugar no se ha redefinido ni ha cambiado en absoluto. Servíamos como soporte logístico para las grandes luchas a partir de cocinar, de generar la fuerza de resistencia de la organización; servíamos para la cama, como botín sexual; servíamos como escudo de choque contra la represión. En la discusión política éramos lo particular, no lo universal: lo no importante, lo secundario, la lucha complementaria a la lucha universal fundamental que se estaba librando. Con una escuela así, en dos horas te vuelves feminista. Entonces nos volvimos feministas con unas cuantas amigas, y dijimos: o se entiende que nuestra lucha no es tangencial a la revolución, o se organiza un frente de mujeres dentro del partido –que es una de las opciones que toman muchas mujeres que participan en organizaciones mixtas–, o nos vamos a salir y se van a volver lo que son, un partido masculino. Su respuesta fue: ¡que les vaya bonito! Salimos tirando puertas, y cuando nos dimos la vuelta no había nadie, por lo que comenzamos a organizarnos por fuera. Hoy en día, Mujeres Creando es una referencia muy importante cultural y política de la sociedad boliviana, y el nombre de aquel partido no está inscripto ni en las anécdotas de la historia.

¿Cuántas son actualmente? ¿Cómo se organizan?

—No somos un número definible. Nos organizamos por anillos de trabajo, de discusión, de compromiso; anillos flexibles, abiertos a mujeres que se integran o se salen. Hay mujeres que usan nuestro nombre para autodefenderse de agresiones; nos ha pasado que estudiantes que denuncian a un profesor violador dicen que son de Mujeres Creando. Esa referencialidad, aunque seamos una organización pequeña, no la vamos a negar nunca. Gestionamos dos espacios políticos, uno en Santa Cruz y otro en La Paz, para construir dos corrientes culturales: una amazónica oriental y otra andina. Tenemos prácticas políticas concretas, como el asesoramiento ilegal del aborto.

¿De qué hablás cuando mencionás la palabra “despatriarcalización”?

—Es una palabra inventada, una tesis que he propuesto en el contexto del proceso constituyente boliviano. La despatriarcalización tiene tres componentes fundamentales: actúa como punto de partida, como método y como utopía. Como punto de partida, es lo que estamos viviendo regional y continentalmente. Es un proceso subterráneo y en muchos casos invisible, aunque hemos logrado visibilizarlo cada vez más. Es el sismo que estamos produciendo en los sentidos del amor, de la familia, del adentro y del afuera, de la política, del suelo del deseo, del cuerpo, de la hija, del hijo; en la entrepierna, el pie, el ojo: estamos resquebrajando, desordenando, rompiendo sentidos. La despatriarcalización es una suerte de rebelión, de insumisión clandestina de las mujeres en diferentes lugares. Es la capacidad de decir lo que no queremos y lo que queremos al mismo tiempo. La despatriarcalización implica saber desarmar, erosionar, dinamitar estructuras de poder. En ese sentido, es un método; es decir, no estamos hablando de un patriarcado que se va a caer. ¿De dónde se va a caer? Está en tu casa, está donde comprás, en la calle, en tu trabajo, pero lo vas a desarmar. Esto no es banal: no se va a caer, lo vamos a desarmar.

Este año y el pasado realizaron distintas acciones, como la de la Casa Grande del Pueblo, donde tiraron pintura en las paredes. ¿Qué incidencia y consecuencias tuvo esta acción?

—Esa acción fue el 25 de noviembre –el día internacional contra la violencia hacia las mujeres–, frente a la indiferencia del gobierno ante los feminicidios. En un país donde todas las instituciones del Estado que atienden a la sociedad son precarias, donde no hay una silla, no hay un baño, donde vas a los hospitales y tienes que hacer cola desde las cinco de la mañana, Evo Morales, el socialista, construye un palacio de más de 20 millones de dólares. El 25 de noviembre, después de inaugurar el palacio, lanza que va a presidir un gabinete de ayuda a las mujeres, con esta impronta que supone que las mujeres somos “protegibles”, que lo que necesitamos es que nos protejan. Ese 25, cuatro de nosotras hicimos lo que llamo una acción relámpago: agarramos cuatro baldes de pintura espesa, bien espesa pero soluble en agua, y la tiramos contra la pared más importante. Nos tomaron presas con mucha agresión, nos subieron en los autos policiales. Es un tipo de acción en la que sabes que no vas a escapar. En 20 minutos, que fue lo que tardaron en llevarnos, el consenso social ya era de apoyo: la gente hablaba de qué bien que en un gobierno autoritario, como el de Evo Morales, hubiéramos logrado manchar su acto viril; fue como haberle echado pintura roja a un pene erecto. Cuando llegamos a la policía, estaban todos los medios de comunicación; fue una conferencia de prensa lo que hicimos. El comandante pidió que me quitaran las esposas, me pidió disculpas y me dijo que me fuera a mi casa, porque había sido una confusión. Luego de tres semanas, pretendieron abrirme un juicio con otro pretexto, y nosotras convertimos la declaración de ese juicio en un acto de protesta también muy fuerte. Es la capacidad de actuar con una metáfora potente en el momento correcto, en el lugar correcto: esa es la sensibilidad que nosotras tenemos.

¿Cuál es la importancia que tiene el accionar en la calle, en el espacio público?

—No es que nosotras vamos a la calle a lanzar nuestro mensaje misionero: es que la calle es el único escenario político hoy democrático para América Latina; la calle es el foro político más importante del continente, y lo reivindicamos. Yo no me defino como artista, aunque el mundo del arte muchas veces ha recogido nuestro trabajo. Cuestiono la categoría arte, la historia del arte y los museos. Nosotras producimos lenguajes de lucha.

¿Por qué son importantes estos lenguajes de lucha?

—Porque los movimientos sindicales, obreros, están tomando lenguajes que ya no hablan, que ya no dicen nada, que no remueven. La marcha es una especie de rutina que anquilosa las luchas. La rutina de las movilizaciones le habla al Estado, no a la sociedad. Nosotras decimos: hay que construir voz pública yendo más allá del Estado. Hay que poner el cuerpo, diversificar los contenidos. Hoy hablás de racismo, mañana hablás de placer, de pobreza, de desobediencia. No es sólo una idea monotemática. Las mujeres no sólo vamos a hablar de feminicidios, porque eso se vuelve necrofilia: nos convertimos en nuestras sepultureras. Lo digo porque lo vivo y lo he pensado mucho; no lo digo como una crítica cómoda. Nosotras creemos que es muy importante esta capacidad de mezclar, conectar luchas, hablar desde el cuerpo y construir. Trabajamos sobre la creatividad porque las acciones tienen que ser sorprendentes, renovadoras e inesperadas. Lo previsible no remueve: si hablas de movilización, estás hablando de mover, de remover.

¿En qué escenario te sentís parada?

—Yo estoy parada en la calle, como hace veintipico de años. Estoy parada bajo la lluvia y hace mucho frío. Creo que estamos en un momento de transición del neoliberalismo a un neoliberalismo de corte fascista. No es un momento fácil en la región: la influencia de una sociedad tan potente como la brasileña sobre Uruguay, Argentina, Bolivia y Paraguay va a ser muy fuerte. Por ejemplo, en el caso de Evo Morales, su horizonte es preservar el poder: para eso, a cambio de votos, está haciendo pactos subterráneos con las iglesias y las sectas fundamentalistas. Pacta con el sistema financiero, con el agronegocio y con los terratenientes de nuestro país, que son los sectores más oligárquicos y de la derecha que están dispuestos a negociar. Es un pacto de convivencia, en el que ellos dicen: si tú no vas a afectar mis intereses y me vas a dar lo que yo quiero, te garantizo sabotear cualquier forma de gobierno alternativa a ti.

Ya habías estado en Montevideo. ¿Qué impresión te ha dejado?

—Sí, hace algunos años. Ahora he venido porque las Minervas me han invitado. Hemos tenido un taller de toma del espacio público, ahora vamos a tener una presentación del libro A despatriarcar, reeditado en Argentina, y el viernes, una reunión cerrada. Respeto mucho el proceso que ellas están haciendo, la honestidad con la que están enfrentando su trabajo; la pasión que hay en las Minervas me emociona. No he ido a la universidad ni a otros sitios. No te puedo decir exactamente lo que siento, pero creo que las tensiones que están en la región van a recaer sobre Uruguay con mucha fuerza. Cuando les explicaba a las compañeras la transición del neoliberalismo al neoliberalismo de corte fascista, todas decían: sí, está sucediendo. Por ejemplo, el lenguaje de castigo, el lenguaje de amenaza, la intimidación que están desplegando varios sectores sobre el cuerpo de las mujeres, sobre las libertades de las mujeres. Vi euforia feminista, que está presente en muchos sitios, y también en Uruguay. Me encontré con mujeres que saben lo que están haciendo. Son una o dos generaciones nuevas, que trabajan simultáneamente, codo con codo, que no quieren cometer los errores que cometimos otras, que han hecho un despliegue importante, pero hay necesidad de revisar para hacerlo más profundo todavía. Me he encontrado con mujeres muy potentes.

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Sobre sus libros

¿De qué se trata No hay política si no hay libertad sexual, de 2017?

—Demuestro que las sociedades andinas precoloniales no eran binarias. He tomado el primer diccionario de la lengua aymara, escrito por Bertonio, que era un misionero jesuita, y publicado en el 1600. En ese diccionario hay siete voces para decir “hombre” y ocho para decir “mujer”, mientras que en el castellano hay una sola voz tanto para decir “mujer” como para decir “hombre”. Bertonio es un misionero jesuita que lee al colonizado al que quiere disciplinar sexualmente; sin embargo, muestra que hay un montón de voces que integran “hombre” o “mujer”; por ejemplo, mujer que parece hombre, hombre que parece mujer, etcétera. El binarismo sexual es una producción colonial en esta parte del mundo. Esto no significa que los pueblos indígenas no estén funcionando, hoy en día, bajo el código binario. Es tiránico: ser mujer significa que tú me laves, que tú me planches, que tengas que casarte y que tengas que parir. La visión binaria judeocristiana triunfó.

¿De qué trata Soy lo prohibido, de 2019?

—Es un libro sobre educación sexual, un libro colectivo que hemos sacado entre 13 autoras, todas integrantes de Mujeres Creando, no para la teoría de discusión feminista, sino como una respuesta de época a la ola fascista que nos quiere quitar nuestros cuerpos. Es un libro para chicas de 14 a 99 años, para que puedan leer su cuerpo. Hay alguna compañera que dice que es un manifiesto de libertad desde el cuerpo, desde tus fluidos y tus sensaciones.

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