Durante los años sesenta el pensamiento marxista fue eje del debate en varias ciencias sociales. Este período de efervescencia política tuvo un correlato crítico en la producción intelectual de disciplinas como la historia o la economía, que se vio truncado por la dictadura militar en nuestro país.
Los años ochenta vivieron un nuevo impulso de la producción académica marxista. En ambos períodos su influencia es clara, tanto como teoría general de la sociedad sobre la que se estructuraban análisis concretos de la realidad uruguaya, como influenciando producciones de tinte más ecléctico. De una u otra forma, en ambos períodos el marxismo ocupó un lugar importante en la interpretación de la realidad.
Incluso, quienes no comulgaban con esta forma de ver el mundo hacían el esfuerzo por criticarla, por decir que no eran correctos sus postulados analíticos o tildaban de inviables sus propuestas políticas.
La década del 90, coincidente con el colapso del socialismo real y la embestida neoliberal, significó una derrota en la construcción del pensamiento marxista, mucho más severa que la propiciada por la suspensión de las libertades democráticas y la persecución al pensamiento de izquierda. La profesionalización de las ciencias sociales suscitada en ese período coincide con una secularización respecto al pensamiento inspirado en Marx.
La embestida ideológica, paradójicamente presentada como una desideologización de las ciencias sociales, provino de dos potentes frentes en apariencia opuestos, que invadieron con mayor o menor intensidad a las ciencias de la materialidad social: el posmodernismo y el neopositivismo.
El neopositivismo intentó reducir el análisis social al tratamiento que las ciencias naturales hacen de su objeto. Al manejo instrumental de los elementos presentes en la vida social, al cálculo de la incidencia matemático-estadística de una variable sobre otra, para construir modelos sobre el comportamiento de la realidad humana e incidir sobre el manejo de lo existente. Su potencia instrumental es tan innegable como su incapacidad para comprender el movimiento general de la realidad. Basta ver las limitaciones de los economistas para explicar las crisis. Pero, en definitiva, ¿a quién interesa esto último cuando de lo que se trata es de administrar lo existente? La victoria más potente de esta corriente ha sido instalar la separación entre lo científico y lo político. Reducir la razón a su potencia instrumental es privarla de su capacidad para sustentar juicios de carácter político o normativo.
El posmodernismo, por su parte, sedujo con su canto a quienes, alarmados por los desastres del socialismo real, no querían rendirse a la reducción de las ciencias sociales a su carácter instrumental por comprender o intuir el carácter alienante de esta dominación oculta. Lo hizo sin embargo mediante una crítica cuyas conclusiones prácticas son igual de desalentadoras. La verdad pasó a ser una suerte de mito construido por la modernidad. En su lugar había que poner la multiplicidad de lo real, la inexistencia de determinaciones y, en casos extremos, la inexistencia misma de lo real como principio objetivo. Todo ello decorado con una crítica transgresora a la modernidad y su devenir totalitario. Entramos de lleno en la época del “todo vale”.
La administración y eternización de lo dado por un lado, el nihilismo y la abstención a un proyecto como humanidad por otro. Tal el estado de la embestida ideológica en los noventa. Ambas corrientes se constituyeron como hegemónicas en una u otra disciplina. En otros casos compartieron hegemonía como, en la historia y la sociología. Quienes sobrevivieron a esta “actualización” lo hicieron en condiciones de aislamiento y soledad.
La notable crisis del modelo neoliberal en la región y en Uruguay a principios de 2000 hizo resurgir de las cenizas una nueva oleada de lo que podríamos llamar, en términos amplios, el pensamiento crítico. A grandes rasgos, podríamos identificar como centro de gravedad de este gran abanico, la crítica al paradigma civilizatorio capitalista. La necesidad de empezar a revisar el equilibrio ideológico que sostenía a las ciencias sociales. Y es sobre este movimiento más amplio es que se encuentra la vuelta a la lectura de Marx. No obstante, como advertimos, este no es un movimiento general sino reducido. Llevado adelante por nuevas generaciones lanzadas al mundo académico y político pos 2002, por los sobrevivientes de una década perdida en términos de producción intelectual desde el marxismo, y con la ausencia de una generación entera.
Qué aporta el marxismo. ¿Qué despierta el interés de una teoría anticuada y en apariencia obsoleta? Por un lado, sus conclusiones. La explicación de la dinámica general del modo de producción capitalista, sus límites y consecuencias es una de las causas que motiva la lectura del autor alemán.
Pero lo fundamental de Marx no son sus conclusiones, sino haber legado un método para la interpretación de una forma particular de la materia, la materia social. Como sostenía Lukács, ser marxista no es adherir a las conclusiones del autor como si de una doctrina se tratase, sino la incorporación del método.
La piedra fundamental y decisiva en el método de Marx fue colocada por Hegel, quien desarrolló el pensamiento dialéctico como forma de reproducir el movimiento de lo real. ¿En qué consiste este método? En comprender que la realidad es movimiento, y que conocerla, más que conocer en detalle sus partes, implica develar las determinaciones de ese movimiento. En comprender a su vez, que los elementos particulares de lo real cobran sentido y existencia desde que forman parte de un todo. Comprender la manera en que lo real se desarrolla implica superar la visión inmediata de las cosas. Implica comprender la esencia de las cosas que se esconde tras su apariencia, a partir de comprender la conexión más íntima entre ellas y sus determinaciones esenciales, que hacen que sean de una forma y no de otra.
La ciencia neopositivista parte de lo real a partir de definir variables y estudiar su relación. Sus conclusiones son acertadas en cuanto logra captar cómo las formas aparenciales de lo real se relacionan entre sí. Las categorías de análisis se inmovilizan. Más allá que puedan adquirir valores distintos, al presentarse como elementos aislados son privadas de su movimiento interno y disociadas de la totalidad en la cual cobran sentido y existencia. Este tipo de proceder es eficiente en el cálculo inmediato de las particularidades de lo real. Puede servir para gestionar una empresa, predecir mínimamente qué es de esperar que pase con el dólar o la inflación, pero es incapaz de comprender el movimiento mismo de lo real como un todo: sus posibilidades, necesidades y consecuencias. De allí que el avance de la ciencia en forma de cálculo formal en distintas esferas de la vida nos devuelva una imagen contradictoria. De un lado, un exceso de racionalidad en las partes, el cálculo como un aspecto esencial para prácticamente todas las actividades de la vida cotidiana. De otra parte, una profunda irracionalidad como consecuencia del movimiento general de la totalidad social. Irracionalidad que aflora en crisis donde convive un exceso de capital dinero con un exceso de desocupación y necesidades humanas sin cubrir, o en la coexistencia del hambre y el exceso de alimento.
El desafío. Recobrar el pensamiento de Marx implica adoptar su método. No es repetir autores, hacer escolástica o coleccionar frases románticas. Al mismo tiempo, ser marxista no es renegar de los descubrimientos y avances realizados en materia de conocimiento por la ciencia positiva. Es conocer sus limitaciones, pero en forma alguna despreciar sus aproximaciones. El pensamiento dialéctico no prescinde de la ciencia positiva, sino que la incorpora como un momento más del conocer.
Ése es el principal desafío al que estamos llamados: superar una visión del marxismo asociada a una suerte de doctrina.
* Juan Geymonat. Licenciado, docente del Servicio Central de Extensión y Actividades en el Medio (Udelar).
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