Este primer aniversario dio lugar a eternos debates trasmitidos por las cadenas locales y nacionales de televisión así como a reportajes especiales en diarios y revistas. Modi lo ha conseguido: es el centro de todas las miradas, el blanco de todos los comentarios. El hombre hecho a sí mismo, proveniente de un hogar pobre, alcanzó el máximo cargo al que puede aspirar un político en este país habitado por 1.250 millones de personas. Mucho más que un “sueño a la americana”, una hazaña, si se tiene cuenta el clasismo institucional que ha predominado en India.
Modi les arrebató el poder nada menos que a la dinastía Nehru-Gandhi y a su Partido del Congreso, que arrancó tras la independencia de los británicos, en 1947, con Jawarhalal Nehru como primer ministro, y continuó luego de su muerte casi ininterrumpidamente bajo control de sus descendientes directos: hija, nieto y bisnieto.
En 1966 Indira Nehru fue elegida primera ministra, convirtiéndose en Indira Gandhi al adoptar el apellido de su marido, quien no tenía ningún parentesco con el veterano héroe de la independencia. Más adelante, Rajiv Gandhi, hijo de Indira, fue su sucesor en el cargo y, al igual que ella, murió asesinado. La viuda de Rajiv, Sonia Gandhi, es la actual presidenta del Partido del Congreso, y su hijo Rahul el candidato a continuar la saga en el poder, alterada en 2014 por Narendra Modi.
El revuelo que ha causado este primer aniversario no sólo se debe a las habilidades mediáticas de Modi (el hombre más seguido en Twitter en el planeta, tras el presidente estadounidense Barack Obama), sino a que ha destronado a la familia política más poderosa de este país.
BALANCE. ¿Se puede hacer un balance del primer año de gestión de Modi con estos antecedentes? Sí, se puede, entre otras cosas porque Modi también tiene a sus espaldas un pasado político, exitoso para algunos, cuestionable para otros. “Desde muy joven ha estado vinculado con la Rashtriya Swayamsevak Sangh, organización paramilitar que propugna la adopción del hinduismo como religión de Estado en India”, señala Mario Esteban, investigador del Real Instituto Elcano. Añade Esteban que Modi cultivó una imagen de hombre fuerte y autoritario durante los 13 años que estuvo al frente del gobierno del estado de Gujarat, al oeste del país, intimidando a los medios de comunicación y a la oposición. Muy favorecidos, los grupos económicos aplaudieron las medidas aplicadas en Gujarat, que derivaron en el buen desempeño “macro” de las cuentas locales y estimularon la inversión privada. Distintos sectores sociales consideraron por el contrario que ese supuesto “buen manejo” de la macroeconomía no llegó a traducirse, con igual o mayor intensidad, en bienestar social. Otra cuestión que ha tenido a Modi en el punto de mira es la muerte de casi mil personas en enfrentamientos entre la mayoría hindú y la minoría musulmana, ocurridos en 2002 mientras él era gobernador. Se trató de uno de los mayores estallidos de violencia religiosa aún no esclarecido, del que Modi se desmarcó completamente. Los acontecimientos no pasaron inadvertidos para Estados Unidos, cuyo gobierno consideró que Modi no había hecho lo suficiente para impedir esa masacre, y le prohibió la entrada al país. Los años pasaron y nada más tomar posesión de su cargo, el supuesto villano recuperó el visado estadounidense. Hoy Modi extiende su mano a todos los grandes “líderes mundiales”, aparcando viejos rencores y anunciando la llegada de nuevos tiempos.
UN AÑO, 18 VISITAS OFICIALES. En estos nuevos tiempos Obama y Modi aparecen en las selfies (a las que el premier indio también es aficionado) como viejos colegas, dentro y fuera de Estados Unidos. La diáspora india celebró la llegada de Modi como si se tratara de una estrella pop en los fastuosos actos celebrados en los 18 países que visitó durante estos 12 meses. A este primer año tampoco le han faltado eslóganes y lanzamiento de proyectos: Make in India, que aspira a convertirse en el motor de la industria manufacturera nacional; Smart Cities, que impulsará la construcción de 100 modernas ciudades con corredores industriales y el Jan Dhan Yojana, un programa de inclusión financiera para los más pobres. De todos ellos, el que ha visto la luz ha sido el último, con la apertura de 150 millones de cuentas bancarias, de las cuales el 60 por ciento tiene balance cero, según indica el político opositor Shashi Tharoor. Modi sostiene que los otros proyectos se concretarán en 2022, año para el que este gobierno se ha comprometido a darles un retrete o una letrina a los 600 millones de indios que actualmente defecan al aire libre (India Times, 27-II-15), una cifra que da un indicio sobre las condiciones en que vive la mitad de la población de este país, el de Modi y el de los Nehru-Gandhi.
Como queda reflejado en sus palabras, al actual primer ministro no le tiembla la voz cuando hace anuncios para la próxima década (su mandato dura cinco años), y aquí eso no parece descabellado, habida cuenta de que el poder ha estado ligado a figuras con una fuerte impronta personalista. También es cierto que Narendra Modi juega con ventaja, porque no fue el artífice directo de la construcción de este Estado, en teoría federal, muy centralizado en su capital, Nueva Delhi, y desgastado por la burocracia y la corrupción. De hecho, en el discurso que dio con motivo del primer aniversario de su gobierno (el primero de los 200 que se escucharán en todo el país), resaltó que en estos 12 meses no ha habido un solo escándalo de corrupción, subrayó el control de la inflación y el aumento de las inversiones extranjeras.
El semanario inglés The Economist (tan leído por las elites de la ex colonia británica) sin embargo le reprochó a Modi su paso lento, similar al de un niño que aprende a caminar, en relación con las reformas que debería realizar. The Economist no piensa en los intereses de las mayorías populares, sino, evidentemente, en los de las clases más pudientes y de las empresas extranjeras: Modi tiene que lanzarse ahora, que goza de un amplio respaldo, decía el semanario (25-II-15), a abrir la economía más aun de lo que ya lo está, y privatizar las empresas estatales y el sector financiero en su totalidad.
MENOS AYUDA SOCIAL, MÁS CARRETERAS. Diga lo que diga The Economist, Modi está yendo de todas maneras en esa dirección. Hasta ahora no había suprimido o modificado los planes sociales del anterior gobierno, pero lo hará, según consta en el presupuesto anual aprobado por el parlamento el 7 de mayo. El actual gobierno tiene previsto reducir a la mitad la financiación del programa que entrega raciones alimentarias a millones de niños pobres y recortar drásticamente las asignaciones para plantas que distribuyen agua potable en las zonas rurales, donde vive el 70 por ciento de los indios. Por otro lado, el presupuesto aumenta en más del doble el dinero para carreteras y puentes (Reuters, 19-V-15). Estas medidas han suscitado críticas dentro del propio gobierno, ya que la mayor parte de la población más vulnerable vive en el campo. Un campo, por otra parte, afectado duramente por la sequía o las lluvias intempestivas que perjudicaron o directamente echaron a perder los cultivos de los pequeños y medianos productores, y por la introducción de semillas genéticamente modificadas habilitada por gobiernos anteriores en nombre del progreso rural. “La combinación del alto costo de las semillas no renovables y los caros plaguicidas dejó a los agricultores atrapados en deudas. Esta trampa desencadenó el suicidio de miles de ellos”, recordó por estos días la científica Vandana Shiva. La migración del campo a la ciudad sigue siendo masiva, lo que ha provocado que metrópolis como Bombay sean una auténtica bomba demográfica. En esta ciudad viven aproximadamente 21 millones de personas, el 50 por ciento hacinadas en asentamientos informales, que aumentan a medida que se incrementa el éxodo del campesinado. Esta realidad no parece inquietar a Modi, convencido de que su programa Make in India traerá prosperidad mediante el desarrollo industrial que requerirá una millonaria mano de obra. Eso sí, no antes del año 2022.