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Dos o tres cosas me sucedieron en 1990 con relación a la obra de Carlos Liscano. A principio de ese año comencé a trabajar como lector de la editorial Arca y encontré, entre los libros posibles para publicar, el original de La mansión del tirano. Su lectura no pudo no provocarme perplejidad: se trataba de una novela, si lo era, compleja, difícil, inclasificable. Pensando antecedentes, parecía de esas cosas que llevaban a la fama o a la ruina, o tal vez a las dos cosas. Con la ayuda de otro lector que me sacó del pasmo, hacia mitad de año decidimos publicarla y así se lo comunicamos a Liscano, que vivía en Suecia desde 1985. Liscano le escribió a su amigo Juanjo Noueched con referencia a que en la editorial teníamos muchas dudas respecto a sus posibilidades comerciales, pero no respecto a...
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