Murga se escribe con a - Semanario Brecha

Murga se escribe con a

Murga argentina “Baila la chola” en el Encuentro de Murgas de Mujeres y Mujeres Murguistas 2019 / Foto: Agostina Vilardo

El Encuentro de Murguistas Feministas tendrá su tercera edición este fin de semana. Habrá talleres, conversatorios, feria y espectáculos de murga en varios lugares de Montevideo. Un espacio de reflexión y goce para mujeres e identidades no hegemónicas.

Intercambio, aprendizaje, visibilización. Así definen algunas participantes el Encuentro de Murguistas Feministas (Emf), que se realizará el viernes 13, el sábado 14 y el domingo 15 de marzo en Montevideo.

El Emf surgió de un proceso de construcción colectiva que se originó a fines de 2017. En años anteriores el encuentro tuvo otros nombres: Primer Encuentro Nacional de Murgas de Mujeres (2018) y Encuentro de Murgas de Mujeres y Mujeres Murguistas.

El primer cambio se dio, explican en la organización, porque sintieron que las mujeres que estaban en murgas mixtas no se sentían llamadas a participar. Este año se dio una resignificación que, expresa Mariana Pereira, integrante del colectivo, “surgió por la necesidad de que compañeres con identidades no hegemónicas se sintieran convocades a participar del encuentro, por la incomodidad de algunes frente a la única identidad ‘mujer’. También tiene que ver con reconocernos como parte del movimiento feminista”.

Durante las jornadas del encuentro habrá 28 talleres, todos dictados por mujeres y disidencias que presentaron sus propuestas relacionadas a la murga y el arte en general: canto, puesta en escena, automaquillaje, clown y murga, iluminación, batería, textos, entre otros. Las actividades son al sobre, con un aporte mínimo no obligatorio de 100 pesos. Habrá también seis foros de discusión: acoso en el carnaval, experiencias pedagógicas con adolescentes a través de la murga, jerarquía de las áreas técnicas, humor y activismo, sonoridad en murgas de mujeres y carnavales no oficiales, y la experiencia de Más Carnaval.

Los talleres y los conversatorios son de acceso exclusivo para mujeres e identidades no hegemónicas. “Es muy importante poder enseñarnos entre nosotras y generar referentes que nos demuestren que es posible hacer eso que queremos, que no son sólo los hombres quienes tienen el conocimiento”, dice Aitana Nassutti, que integra una comisión de organización del Emf.

En total se inscribieron casi seiscientas personas, cada una con sus motivaciones e inquietudes. Lo que une, dice Pereira, es la “condición de exclusión” y que en espacios como este se sienten “valorades, escuchades y no juzgades”.

Los datos del Concurso Oficial de Carnaval 2020 muestran una clara ausencia de mujeres y disidencias en el escenario. De 340 murguistas, 322 eran hombres y 18, mujeres, es decir, cero identidades no hegemónicas. “Encontrarnos por fuera de la competencia, acompañarnos, repensarnos, sin menciones ni ganadores o ganadoras es una lógica de construcción feminista que se encuentra en las antípodas de las formas en que se transita la murga en los concursos como el carnaval de Daecpu, Murga Joven o los carnavales del Interior”, explica Pereira. Uno de los objetivos es “resignificar a las mujeres y otras identidades no hegemónicas murguistas, y el trabajo que realizan, cambiando la narrativa heteronormativa, machista, racista y patriarcal impuesta en el carnaval uruguayo”.

Así lo ven también algunas mujeres que participarán en los talleres y los conversatorios. Natalia Sepúlveda, que participa en Murga Joven, dice que el Emf “es un espacio necesario para que empiecen a moverse y romperse las estructuras del carnaval, que siempre fue machista y apartó a las mujeres y las disidencias”. En la misma línea, Pía Rampa, también integrante de un conjunto de Murga Joven, expresa que este espacio “demuestra que podemos generar encuentros y aprender en lo personal y lo colectivo”.

La organización del encuentro es principalmente autogestiva, aunque cuenta con el apoyo de otras organizaciones para el hospedaje de compañeras que viajan y la donación de materiales, y con el subsidio que obtuvieron del Programa Fortalecidas, de la Intendencia de Montevideo.

El encuentro también ofrecerá espectáculos gratuitos abiertos a todo público, una feria itinerante y diversas exposiciones artísticas. El viernes y el sábado a las 20.30, cualquiera puede acercarse al escenario Pablo Estramín de Las Duranas a escuchar murgas uruguayas y argentinas compuestas por mujeres y disidencias. El objetivo es difundir el trabajo de estas murgas, que, expresa Nassutti, suelen estar invisibilizadas para la gente que sólo ve el Concurso Oficial de Carnaval.

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Testimonio de un descubrimiento

La veo pidiéndole el saco a mi compañera, tocando los rollos de telas de colores, jugando con los flecos que cuelgan de las mangas. Baila con el traje y el gorro que le acaba de pedir al director. Su rostro de niña se ilumina cuando le prestan también la guitarra. Alguien le dejó restos de pintura en los cachetes. Sonrío al verla transformada en murguista.

La abuela no para de sacarle fotos y filmarla mientras ella baila arriba del escenario entre murga y murga. Le brillan los ojos. Me gusta imaginar que ese juego le sabe a sueño cumplido. ¿Vendrá todas las noches a este tablado popular?

Acá está ella y allá estoy yo, a su edad, sentada frente a la televisión esperando que se abra el telón para ver versiones chiquitas de la gente cantar. Mi cara tiene salitre en vez de pintura y no hay noche de choripán. Allá estoy yo bailando y cantando en el living después de que el presentador le dio paso a alguna murga montevideana.

A los 8 años ya tenía murga y murguistas favoritos, pero no sabía qué era un tablado. El carnaval era un espectáculo que, cuando mi familia tenía ganas, miraba por televisión mientras cenaba. Mi padre solía hablar de Los Gaby’s y La Escuelita del Crimen, siempre en pasado. Mi madre solía contar que andaba trepada a los muros en los ensayos de Araca la Cana hasta poco antes de mi nacimiento, en febrero del 97. ¡Qué año de Araca! ¡Qué grande Mónica Santos! Yo la quería sin saber quién era; estaba enamorada de la sensación de imaginarme bailando en la panza de mi madre cuando ella cantaba, como me contaban. El carnaval era pasado, era Montevideo, era pantalla de televisión. Cuando se terminaba la transmisión, no quedaba en La Paloma voz murguera que cortara el aire.

Recuerdo una ida al Velódromo durante una visita a mi familia en Montevideo. Una de mis primas me llevó con ella a la parte de atrás del escenario, porque quería sacarse una foto con Carolina de La Mojigata. ¿Cómo la conocía?, ¿cómo se acercaba así nomás a pedirle una foto?, ¿qué era La Mojigata? Nos sacamos la foto (debo tenerla guardada por ahí) y más tarde volvimos para pedirle una foto a Tabaré Cardozo. Esa fue la noche que descubrí que en las murgas había personas que sudaban, se reían y bostezaban al bajar del tablado.

Vago en ese recuerdo de infancia cuando la niña viene a devolver la guitarra y pide quedarse con el gorro un rato más. Enseguida se acercan dos niños, de 6 o 7 años, y le piden al bombista que les enseñe a tocar. Al ratito ya son una decena de niñas y niños pegándoles al redoblante, al bombo y a los platillos. Tan cerca, tan presentes, tan naturales en la acción murguera.

Pasé muchos años convencida de que el carnaval eran las noches del Teatro de Verano y los fallos. Un espectáculo en el que sólo podía tener el rol de espectadora; un mundo superior de señores que tenían permitido pintarse la cara; un mundo con el que tímidamente soñaba, inalcanzable; grupos cerrados en los que había que ser admitida. Yo quería ser una de las dos mujeres de Agarrate Catalina, algo todavía más exclusivo. Había pocos espacios y un montón de mujeres que querían ocuparlos. La murga era la cima de una montaña que yo no sabía ni cómo escalar: exclusiva, lejana, inalcanzable.

Me devuelve al tablado una gurisa de mi edad que vende un bingo mientras el presentador aprovecha la demora de una murga para cantar una bachata. Ya son 15 las niñas que bailan en el escenario, que está bajo y muy cerca de las gradas. Cuando voy a comprar papas fritas, una niña me pide una foto. Me río y pienso: ¿quién soy yo? Pero a ella no le importa. Me ve la cara pintada y para ella soy murguista. Le da igual si soy Tabaré Cardozo o una desconocida. Le dejo pintura en el cachete.

—Salen muchas nenas en tu murga –me dice.

—¿Viste? ¿Vos querés ser murguista?

—¡Sí! –me responde tímida.

—Entonces ya lo sos.

La madre se ríe. Vuelvo a las gradas con mis compañeras. Pensar que yo soñaba con salir en la tele… No tenía ni idea de qué era el carnaval.

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