La Academia Sueca de la lengua fue creada en el año 1786 por el rey Gustavo III de Suecia, que quería crear una institución que definiera las formas del idioma y mantuviera su pureza. Está todavía regida por normas y reglas de esa época. Los miembros son elegidos de por vida y no pueden renunciar a la silla que les es atribuida. Esto cambió el año pasado después de una serie de escándalos que revelaron el nepotismo y los círculos de poder que vinculaban a la Academia con el francés Jean Claude Arnault, esposo de la poeta Katarina Frostenson, miembro de la Academia desde 1992. Arnault fue acusado de violación y de abuso sexual por 18 mujeres, y cumple una condena de dos años en una cárcel sueca. Su mujer, Katarina Frostenson, renunció a su silla en la Academia a cambio de una sustanciosa suma de dinero.
Una de las figuras más representativas de este complicado proceso fue Sara Danius, una de las figuras intelectuales más interesantes de Suecia, doctora por las universidades de Uppsala y Duke. Sara, miembro de la Academia desde 2013 y secretaria permanente de esta, inició una investigación externa en la que involucró a abogados y especialistas. Sus colegas de la Academia, ultrajados por lo que vieron como una falta de lealtad a la institución, la depusieron de su cargo de secretaria. Miles de personas manifestaron en las calles de Estocolmo exigiendo que se la repusiera, y su blusa con moña se convirtió en la bandera del feminismo intelectual. Pero Sara Danius no volvió nunca a su puesto; falleció hace unos días, a los 57 años, a consecuencia de un cáncer de mama, dejando un gran vacío. Sin embargo, sus ideas de renovación de la Academia son las que han logrado modernizar una institución que seguía siendo una reliquia de la época de la Ilustración.
A causa de estos escándalos, la fundación Nobel, que es la administradora y albacea del testamento de Alfred Nobel, le quitó a la Academia la atribución del premio Nobel de literatura hasta que se renovara y recuperara la confianza de la gente. Una de las acciones que la institución se vio obligada a hacer consistió en solicitar a críticos literarios externos ayuda para el complejo proceso de selección. Este año 2019 la Academia, a la que la fundación Nobel le ha devuelto su confianza, concedió dos premios Nobel: a la polaca Olga Tokarczuk y al austríaco Peter Handke. La escritora es considerada una renovadora del lenguaje, y sus posiciones políticas de izquierda la hacen popular entre los jóvenes y entre quienes critican el nacionalismo polaco. Pero la elección del austríaco Peter Handke ha causado grandes controversias.
El primer ministro de Albania, el artista Edi Rama, dijo que hacía tiempo que no quería vomitar sobre un Nobel. El escritor alemán Sasa Stanisic, que llegó como refugiado desde Bosnia y que se ha convertido en uno de los más grandes escritores alemanes, dijo en su discurso de aceptación del premio literario más importante de Alemania que su literatura era todo lo que Handke negaba en sus libros. Y Salman Rushdie, Slavoj Zizek y Joyce Carol Oates hablan de una gran literatura escrita con un excelente estilo, pero presa de una gran ceguera ética. Las Madres de Srebrenica, sobrevivientes de una masacre de hombres musulmanes que Handke minimizó y negó, exigen que la Academia revoque el premio, y el influyente Pen Club Internacional también expresa su asombro y su descontento por la elección.
Peter Handke, nacido en una parte de Austria que limita con Eslovenia, es un escritor obsesionado con los Balcanes y con su herencia. En su libro Desgracia impeorable, de 1972, relata el suicidio de su madre, que pertenecía a la minoría eslovena que vivía en Austria y que se quitó la vida con una sobredosis de narcóticos. El libro fue escrito apenas unas semanas después de su muerte y es una obra de un candor y de una sensibilidad estremecedores. También ha escrito obras de teatro y guiones de cine; con su amigo Wim Wenders es el responsable de la película El cielo sobre Berlín. En Lento en la sombra, una antología de textos críticos sobre arte, literatura y cine, Handke recorre sus temas favoritos y los artistas y escritores que lo han inspirado: Marguerite Duras, Siegfried Unseld, Hermann Lenz. Pero es el libro Preguntando entre lágrimas, con el subtítulo Apuntes sobre Yugoslavia bajo las bombas y en torno al Tribunal de La Haya, donde Handke postula y formula una defensa de Serbia. Allí escribe que los serbios fueron las víctimas de la guerra y no los agresores, y que los serbios sólo se defendían de la amenaza islámica.
Es un excelente escritor y un gran estilista, pero lo que muchos se preguntan hoy es si su polémico apoyo al criminal de guerra Slobodan Milosevic y a otros líderes políticos de la derecha serbia nacionalista no le quitan el brillo a su medalla. La motivación de la Academia habla de un escritor que con “un trabajo influyente y con ingenio lingüístico ha explorado la periferia y la especificidad de la experiencia humana”. Nadie duda de esas virtudes, pero lo cierto es que los miembros que han sido entrevistados estos días manifiestan su asombro ante la aparición de reacciones contrarias tan fuertes y globales.
Con esta discusión se renueva una vieja polémica que confronta a los intelectuales entre sí, a sus obras y a sus posiciones políticas o estéticas. Jean Paul Sartre, que renunció al premio Nobel aduciendo, entre otras cosas, que no quería un premio que se daba en nombre del inventor de la dinamita, hablaba del intellectuel engagé: aquel que desde el pensamiento o desde su escritura se compromete con el pueblo y con sus luchas sociales. Él y Simone de Beauvoir viajaron a Cuba en 1960 y volvieron a Francia entusiasmados con la experiencia.
Intelectuales como Louis Ferdinand Celine, Knut Hamsum y Ezra Pound expusieron su antisemitismo y de esa manera se adhirieron a una corriente en la que el fascismo y el nacionalsocialismo exigían lealtades totales y comunión entre ideología y obras. El italiano Filippo Tommaso Marinetti escribió en su manifiesto futurista de 1909 principios que serían luego usados entre intelectuales fascinados, a pesar de que se tratara de un discurso basado en la glorificación de las elites y el rechazo hacia las masas ignorantes y ciegas. Handke dice que no hay que juzgar su pensamiento político, ya que es un pensamiento en permanente cambio.
La guerra de Yugoslavia y especialmente el sitio de Sarajevo fueron, simbólicamente, cruciales para Europa. Se trató de una guerra entre pueblos que habían vivido en la misma zona por mil años y que de pronto se lanzaron a una guerra total, que muchos llamaron “tribal”. A Sarajevo, capital de Bosnia, sitiada por más de un año, llegaban intelectuales de todo el mundo para demostrar su solidaridad. El dibujante estadounidense Joe Sacco pasó mucho tiempo viviendo entre la gente en el enclave de Gorazde y dibujando cada día lo que pasaba. La actriz sueca Bibi Andersson viajó allí para actuar, desafiando los tiros de los francotiradores apostados en las colinas que rodeaban la ciudad. En el año 1993, la escritora estadounidense Susan Sontag puso en escena Esperando a Godot en la Sarajevo sitiada. ¿Qué dirían todos ellos acerca del premio al único escritor de renombre que defiende a Serbia y que no considera que el sitio ni las masacres ni las tumbas anónimas ni los campos de concentración son pruebas de sus agresiones? Hasta ahora las únicas voces festejando este premio vienen de Serbia, donde el alcalde de Belgrado habló de Handke como un amigo.
Hace unos años el mismo Handke recomendó la abolición del Nobel, ya que según él “canoniza a los escritores”. El futuro dirá si, a pesar de las furiosas reacciones en su contra, el premio ha logrado convertirlo en santo.