Hoenir Sarthou participó el sábado 7 de octubre de un mitin fascista, y al día de hoy, casi tres semanas más tarde, todavía marea la perdiz para evitar hacerse cargo de ello.
Allí compartió tribuna con unos tipos de ideología verdaderamente impresentable. Es posible imaginar algunos motivos legítimos para haber hecho eso. Por ejemplo, puede que Sarthou crea que los fascistas son de los pocos que van quedando en el mundo –aunque ciertamente no los únicos– que están dispuestos a levantar ciertas banderas, como la autodeterminación de los estados nacionales soberanos, en tiempos de mundialización política, económica y cultural. ¿Es posible establecer desde la izquierda algún tipo de diálogo con los nuevos fascismos que están emergiendo? ¿Es necesario? ¿Es conveniente? ¿Cómo se establece un diálogo con los fascistas? ¿Hay algo de qué hablar con ellos? Estas preguntas Sarthou no las responde, por una razón elemental: porque se ha negado sistemáticamente a reconocer las características del evento del cual participó.
No es inverosímil que simplemente no supiera bien quiénes, o mejor dicho, qué eran esos tipos antes de aceptar la invitación. En cualquier caso, estando allí, escuchó lo que decían sin chistar. No creyó necesario acotar nada, no levantó su voz para objetar ni el lugar de una minúscula coma en los discursos de sus compañeros de tribuna. Simplemente se limitó a señalar coincidencias. Y encontró unas cuantas.
Ahora bien, después de que esa actividad tomó estado público en las páginas de Brecha y se conocieron los contenidos de las respectivas alocuciones, el abogado y polemista acusó de manipulación al redactor que fue a cubrir el evento. Brecha debió subir el audio a Internet para que esas acusaciones cesaran. Pero es que además estos tipos tienen un canal de televisión por Internet, sus videos están colgados en Youtube. Cualquiera puede verlos. No es un misterio lo que piensan, porque no son precisamente sutiles ni disimulados al presentar ni al defender sus ideas. Son absolutamente transparentes.
Sarthou no repite la acusación de manipulación en su columna de ayer. Pero tampoco se desdice, no se disculpa con el medio ni con el cronista al que acusó. Ni siquiera aclara si, por fin, de una buena vez, reconoce la naturaleza de la actividad de la cual participó.
Todo indica que no.
El asunto ya parece una pieza de humor absurdo. Imaginemos a un tipo que sale de un cine porno e insiste en que la película que acaban de proyectar es La novicia rebelde. La afirmación resulta en extremo inverosímil. No obstante, se le señala al individuo en cuestión que el afiche de la película muestra a una rubia desnuda rodeada de varios portentosos caballeros igualmente desprovistos de vestimenta. El tipo responde que, en efecto, la rubia es Julie Andrews, la protagonista de la película, y que a los cinco supuestos caballeros que la rodean simplemente no los ve. Cuando se insiste en que la chica no parece una novicia ni nada por el estilo, el tipo empieza a objetar el significado de palabras como “novicia” y “rebelde”.
Esta es más o menos la situación de Sarthou. Fue a un acto fascista. Nadie piensa que él mismo comulgue con esa ideología, pero es indiscutible que estaba allí. Para justificarse empezó a hablar de Quijano, de Marcha, del tercerismo y tuttiquanti. Pero Quijano, Marcha y el tercerismo no tienen nada que ver con el mitin del cual participó. Si Brecha me cede gentilmente el espacio, escribiré en algún momento sobre el “tercerismo” y la “tercera posición”, simplemente para que quede meridianamente claro que no significan lo mismo, ni ahora ni nunca, ni en ninguna parte. Pero este es un asunto menor: las discusiones sobre palabras no suelen ser muy interesantes. Sarthou puede hablar como a él le plazca: puede llamarle a las cosas como prefiera hacerlo. No hay un verdadero problema con eso. Lo único incuestionable es que Adrián Salbuchi y Juan Manuel Soaje Pinto tienen tanto que ver con Carlos Quijano y Arturo Ardao como una película porno con La novicia rebelde.
Sarthou está convencido, en el acierto o en el error –yo creo que en el error, pero eso ahora no importa–, de que la pérdida de soberanía de los estados nacionales es uno de los mayores problemas del mundo en la actualidad. Quizás el mayor de todos ellos. Quizás el único verdaderamente importante. En eso coincide con compañeros de ruta muy poco recomendables. Esto, en cualquier caso, no hace a sus ideas ni falsas ni verdaderas, ni mejores ni peores, ni de izquierda ni de derecha. Pero hay un problema: ¿hay alguna coincidencia no meramente superficial, una verdadera coincidencia estratégica, entre el soberanismo de Sarthou y el de Salbuchi? ¿Hasta dónde una mera coincidencia en el campo de la geopolítica puede expresar alguna coincidencia profunda entre un pensamiento de izquierda y un pensamiento reaccionario?
Estas preguntas quedaron planteadas en la propia columna que acompañó a la crónica del evento. Hubiera sido bueno poder discutirlas. Ahora ya está. No pudimos ponernos de acuerdo ni siquiera acerca de la película que fue proyectada.