La acción comenzó hace dos semanas, cuando una ciudad de carpas antisionistas brotó en el South Field de Columbia, una extensión cubierta de hierba entre la biblioteca de la universidad y las principales oficinas administrativas. Los estudiantes coreaban y charlaban pacíficamente en medio de pancartas que designaban el campus como una «zona liberada» y un «campamento solidario con Gaza».
Al mismo tiempo, la presidenta de Columbia, Nemat Minouche Shafik, estaba testificando en una audiencia del Congreso en Washington. La exvicegobernadora del Banco de Inglaterra se retorcía nerviosa en su asiento, porque una sucesión de republicanos de derecha denunciaba un volcán de antisemitismo que supuestamente había entrado en erupción en los campus universitarios y exigía saber qué se iba a hacer al respecto. El cuestionamiento de Lisa McClain, una archiconservadora de las afueras rurales del norte de Detroit, fue típico: «¿Cuál es tu definición de antisemitismo?», comenzó McClain. «Para mí, personalmente, cualquier discriminación contra las personas por su fe judía es antisemitismo», respondió Shafik. Señalando que esta última había establecido un grupo de trabajo universitario para investigar el antisemitismo, McClain preguntó si los miembros estaban de acuerdo con su definición. «Estoy bastante segura de que compartirían esa misma definición», dijo, con una mirada cada vez más incómoda. La republicana de Michigan entró a matar:
McClain —¿Están las turbas gritando «desde el río hasta el mar, Palestina será libre» o «¿viva la intifada?». ¿Son esos comentarios antisemitas?
Shafik —Cuando escucho esos términos, los encuentro muy molestos…
McClain —Esa es una gran respuesta a una pregunta que no hice, así que déjeme repetir: ¿esas declaraciones son antisemitas, sí o no? No es cómo las sienta, es…
Shafik —Las escucho como tales, algunas personas no…
McClain —¿Eso es un sí? ¿Eso es un sí?
Shafik —Hemos enviado un mensaje claro a nuestra comunidad…
McClain —No estoy preguntando por el mensaje. ¿Cae bajo la definición de comportamiento antisemita, sí o no? ¿Por qué es tan difícil?
Shafik —Porque es un… es un… es un tema difícil, porque algunas personas lo definen como antisemita, otras no.
Después de más excusas y vueltas, Shafik finalmente se rindió. Esas consignas, admitió, estaban más allá de lo permisible. «Así que sí», dijo McClain, «está de acuerdo en que esos son comportamientos antisemitas y que ese comportamiento antisemita debería acarrear consecuencias, ¿verdad?». «Sí», respondió Shafik.
Shafik había recibido sus instrucciones. Al regresar a Nueva York, llamó a la Policía menos de 24 horas después y le pidió que despejaran el campus. Más de 100 estudiantes fueron arrestados, acusados de allanamiento y golpeados, además de suspendidos académicamente. Joe Biden emitió esta declaración: «La antigua historia de la persecución contra los judíos en la Hagadá también nos recuerda que debemos hablar en contra del alarmante aumento del antisemitismo, en nuestras escuelas, comunidades y en internet. En los últimos días, hemos visto acoso y llamamientos a la violencia contra los judíos. Este flagrante antisemitismo es censurable y peligroso, y no tiene absolutamente ninguna cabida en los campus universitarios». La falsa equivalencia de Biden entre las protestas propalestinas y el antisemitismo fue una señal de que estaba por venir más represión.
CONTINUACIÓN
Pero algo gracioso sucedió de camino al estado policial. A las pocas horas de los arrestos del 18 de abril, comenzaron a volver a surgir nuevas carpas. En la mañana del lunes 22, el campamento era más grande que nunca. Unos 300 o 400 estudiantes se paseaban por él o gritaban y aplaudían en una animada concentración a unas pocas docenas de metros de distancia. «Minouche Shafik, ¿qué dices? ¿Cuántas botas has lamido hoy?» O «Minouche Shafik, abre los ojos, te acusamos de genocidio».
Al menos temporalmente, los manifestantes habían logrado burlarse de Shafik y, por lo tanto, del Congreso. No levantaron carteles amenazantes, no se involucraron en ningún tipo de incitación racial o religiosa, no hicieron ningún esfuerzo por interferir con el funcionamiento de la universidad e incluso pusieron un aviso de «no tirar basura» a la entrada del campamento. De hecho, fue como a mediados de la década del 80, cuando los activistas erigieron un asentamiento simbólico en solidaridad con las protestas contra el apartheid en Sudáfrica, no solo en Columbia, sino también en muchas otras universidades.
Los ocupantes de las carpas no fueron en esta ocasión más perturbadores que los manifestantes anteriores. El lunes por la noche, la primera noche de la Pascua judía, incluso celebraron un Séder completo con matzá (pan sin levadura) y libros de oraciones. ¿Qué motivo podía tener Shafik para llamar a la Policía por segunda vez, aparte del hecho de que los manifestantes estaban ocupando un trozo de hierba que en un buen día de primavera generalmente está lleno de jóvenes leyendo, lanzando discos volantes o simplemente pasando el rato?
La respuesta, por supuesto, es Palestina. A pesar de todo su conservadurismo, Washington a mediados de la década del 80 había adoptado una política de «compromiso constructivo» con la coalición de fuerzas contra el apartheid en Sudáfrica. Con Mijaíl Gorbachov pidiendo la «reconciliación nacional» en Angola y el poder soviético desvaneciéndose rápidamente, Washington sintió que los acontecimientos en África iban por buen camino. En consecuencia, los asentamientos de los campus no solo estaban permitidos, sino que incluso se alentaban. Más anticomunista que racista, Ronald Reagan dejó muy claro que no le importaba qué tipo de gobierno se hiciera cargo en Sudáfrica, siempre y cuando fuera pro Estados Unidos, pro libre mercado y debidamente respetuoso con el privilegio burgués.
Pero Palestina es diferente. En lugar de prepararse para la caída del sionismo, la administración de Biden está respaldando a Israel hasta el final, dándole miles de millones de dólares en forma de bombas antibúnker y otros tipos de ayuda militar. Con el control de los recursos energéticos del golfo Pérsico como la máxima prioridad desde la década del 80, Washington está decidido a apoyar a un aliado militar que considera nada menos que irremplazable. Por lo tanto, la declaración de Biden del 21 de abril incluyó una postura no menos amenazante que cualquier cosa defendida por los republicanos. Además de denunciar una «alarmante oleada de antisemitismo», un aumento del que hasta la fecha hay poca evidencia empírica, se comprometió a «implementar agresivamente la primera estrategia nacional para contrarrestar el antisemitismo, poniendo toda la fuerza del gobierno federal detrás de la protección de la comunidad judía».
¿Qué tiene de malo contrarrestar el antisemitismo? Nada, por supuesto, excepto que la estrategia nacional de Biden adopta un concepto altamente distorsionado, ideado por un grupo con sede en Berlín y respaldado por Israel conocido como la Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto (IHRA, por sus siglas en inglés), que, entre otras cosas, define el antisemitismo como «negar al pueblo judío su derecho a la autodeterminación: por ejemplo, afirmando que la existencia de un Estado de Israel es un proyecto racista».
Esto significa prohibir cualquier argumento de que el sionismo se basa en la discriminación racial, étnica o religiosa contra la población nativa no judía. Decir la verdad no alcanza como defensa. No importa que el sionismo haya estado saturado de antiarabismo a lo largo de su historia. Cualquiera que se atreva a decirlo es ipso facto un antisemita.
Al mismo tiempo, las declaraciones equivalentes de los sionistas están bien. El ministro de defensa israelí, Yoav Gallant, es libre de referirse a los palestinos como «animales humanos», mientras que Ariel Kallner, miembro de la Knesset por el Likud, el partido del primer ministro Benjamin Netanyahu, puede declarar abiertamente que la operación militar en Gaza tiene «un solo objetivo: ¡Nakba! Una Nakba que eclipsará la de 1948». Mientras que los antisionistas son condenados por pedir una Palestina liberada «del río hasta el mar», nadie se opone cuando el Likud dice que «entre el mar y el Jordán solo habrá soberanía israelí» (por citar su manifiesto de 1977). Lo mismo ocurre con Netanyahu. Cuando reiteró en enero que «Israel necesita ejercer el control de la seguridad sobre todo el territorio al oeste del río Jordán», nadie en Washington planteó la más mínima objeción. Una ley para mí, otra para ti.
Esto no quiere decir que las protestas de Columbia hayan estado libres de problemas. De acuerdo a videos difundidos por activistas sionistas, las protestas del primer fin de semana se vieron empañadas por un pequeño número de arrebatos antisemitas o pro Hamás: manifestantes que gritaban a estudiantes judíos: «Vuelve a Polonia», por ejemplo, u otros que llamaban a Hamás a «quemar Tel Aviv hasta los cimientos», o un par de jóvenes, sus caras tapadas por kufiyas, que gritaron que el 7 de octubre «no ocurrirá una vez más, ni cinco, ni diez, ni 100, ni 1.000 veces más, ¡sino 10.000 veces!».
Pero tales expresiones fueron aisladas y raras, mientras que la última ronda de protestas ha sido escrupulosamente antirracista. Las declaraciones a favor de Hamás han estado ausentes. En cambio, los visitantes del campamento fueron recibidos con una pancarta que declaraba: «Bienvenido a la universidad popular para Palestina». Mientras tanto, un cartel izado por miembros del Partido por el Socialismo y la Liberación en un mitin en la acera fuera de las puertas cerradas del campus afirmaba «la resistencia no es terrorismo» . Los miembros de una organización trotskista conocida como el Grupo Internacionalista sostenían otro cartel que decía: «¡Los estudiantes de CUNY [siglas en inglés de la Universidad de la Ciudad de Nueva York] exigen la liberación de los manifestantes arrestados y la retirada de todos los cargos!».
ASALTO SIN PRECEDENTES
Para el lunes, según nada menos que una autoridad como la derechista Liga Antidifamación, el movimiento se estaba extendiendo rápidamente, con campamentos levantándose en el Instituto Tecnológico de Massachusetts, la Universidad de Michigan, Stanford y otras nueve o diez universidades en todo Estados Unidos.La revuelta también se estaba extendiendo dentro de Columbia, mientras el claustro docente se preparaba para censurar a Shafik por violar «los requisitos fundamentales de la libertad académica» y lanzar un «asalto sin precedentes a los derechos de los estudiantes». Cincuenta profesores de Derecho firmaron una carta de protesta y varias instituciones afiliadas emitieron condenas, al igual que la Asociación Americana de Profesores Universitarios.
Los miembros del cuerpo docente estaban particularmente consternados porque Shafik hubiera revelado información sobre las investigaciones internas, que suelen ser confidenciales, durante su testimonio. Un docente investigado por supuestamente hacer comentarios antisemitas es el profesor adjunto de Ciencias Políticas Albert Bininachvili, quien le dijo a The New York Times que las acusaciones eran «completamente infundadas, absurdas, absurdas, ridículas». Añadió: «Soy un judío devoto, vengo de una familia judía practicante y tengo seis miembros de mi familia que perecieron en el Holocausto. Incluso hoy, mientras estamos hablando, varios miembros de mi familia extendida viven en Israel y sirven en el Ejército».
Pero, mientras la ola de protesta cobra fuerza, la contraofensiva también lo hace. Robert Kraft, un graduado de Columbia que es dueño del equipo de fútbol New England Patriots, anunció que no donaría dinero a su alma mater hasta que terminaran las protestas. Como las universidades de élite de Estados Unidos dependen en gran medida de las donaciones multimillonarias, tales amenazas son suficientes para ponerlas de rodillas.
Tras obtener la renuncia de los presidentes de Harvard y de la Universidad de Pensilvania el invierno pasado, los republicanos del Congreso han comenzado a buscar que ruede otra cabeza. Encabezados por Elise Stefanik, una republicana del norte del estado de Nueva York que se rumorea está en la lista de posibles compañeros de fórmula de Trump, el 22 de abril le enviaron a Shafik una carta afirmando que la «anarquía» se está imponiendo en el campus de Columbia. «Como líder de esa institución», afirma la misiva, «uno de sus principales objetivos, moralmente y bajo la ley, es garantizar que los estudiantes tengan un entorno de aprendizaje seguro. Se miré como se mire, usted ha incumplido esta obligación». Shafik es, por lo tanto, la última presidenta de una universidad de la Ivy League cuya cabeza está en el patíbulo. La guerra civil en Estados Unidos se hace más caliente cada día.
(Publicado originalmente en Weekly Worker. Traducción de Brecha.)
Los tiempos están cambiando
Francisco Claramunt
«No somos una nación autoritaria donde se silencie a la gente o se repriman las críticas», se apuró a señalar Joe Biden este jueves. El presidente estadounidense daba estas declaraciones a la prensa mientras la Policía detenía a más de 200 manifestantes en la Universidad de California, Los Ángeles, como parte de una campaña de arrestos que ya lleva más de 2 mil estudiantes y profesores detenidos a lo largo del país por manifestarse en solidaridad con el pueblo palestino. La ola de arrestos comenzó el 18 de abril, cuando la Policía de Nueva York ingresó al campus de la Universidad de Columbia y se llevó a 108 estudiantes. El 30 de abril, los agentes volverían a entrar a esa casa de estudios y harían unos 109 nuevos arrestos. En el interín, las fuerzas de seguridad detuvieron a centenares de estudiantes y docentes en universidades de al menos 23 estados de Estados Unidos. Los estudiantes piden un alto el fuego permanente en Gaza, el fin del apoyo militar a Israel, y el boicot, desinversión y sanciones a ese país.
«Somos una sociedad civil y el orden debe prevalecer», agregó Biden, «existe el derecho a protestar, pero no el derecho a provocar caos». Una encuesta de Gallup publicada el 27 de marzo mostró que 55 por ciento de la población estadounidense desaprueba las acciones del Ejército israelí en la Franja de Gaza, diez puntos más que en noviembre. Entre los votantes del Partido Demócrata, el porcentaje es mayor: 75 por ciento expresa una visión negativa de las acciones de Israel. El Pew Research Center informó a comienzos de abril que un tercio de los adultos estadounidenses menores de 30 años afirman que sus simpatías están total o principalmente con el pueblo palestino, mientras que solo 14 por ciento dice apoyar en este momento al pueblo israelí. Además, 46 por ciento de los jóvenes cree que la forma en que Israel ha respondido a los ataques del 7 de octubre es «inaceptable». En la misma franja etaria, el índice de aprobación de Biden es hoy del 28 por ciento y de acuerdo a la CNN, 81 por ciento de los menores de 35 años desaprueba la forma en la que el presidente enfrenta lo que ocurre en Gaza. De acuerdo a politólogos y analistas, los acontecimientos en Medio Oriente están provocando una crisis entre los votantes demócratas, especialmente entre los más jóvenes, lo que podría poner en riesgo las chances de relección de Biden.